Las divergencias entre lo que los pronósticos de muchos economistas aconsejan hacer y lo que los empresarios realmente hacen son recurrentes. Pareciera que compran sus informes y asesorías para no hacerles caso, probablemente sea porque hayan podido comprobar que han fallado tantas veces.
A fines de 2017 había coincidencia entre muchos economistas en que la economía argentina se encaminaba a tener un año positivo, pero cuando 2018 terminó se comprobó que esos pronósticos estaban errados: en general preveían 20% de inflación anual y un dólar de 20 pesos al finalizar el año, pero terminó siendo 40% de inflación y 40 pesos el dólar. No solo le erraron por el doble en inflación y dólar, sino que invirtieron el pronóstico del crecimiento del producto bruto, que en promedio habían vaticinado que sería de 3% y terminó siendo menos 3%.
Lo mismo a fines de 2021, muchos vaticinios para el año en curso no se cumplieron: posibilidad de colapso, salto devaluatorio significativo, riesgo de hiperinflación y segura caída del producto bruto interno. Finalmente en 2022, aun con una inflación altísima, la economía termina creciendo sin un salto devaluatorio. Y gran parte del año, cuando la inflación se fue de control, los vaticinios fueron aún más tétricos durante el interregno de Silvina Batakis y los primeros meses de Sergio Massa al frente del Ministerio de Economía.
Para 2023 nuevamente muchos economistas vuelven a pronosticar caída del producto bruto y recesión, pero muchos empresarios nuevamente les llevan la contra porque están invirtiendo y apostando a agregar personal como si los informes de los economistas que siguen comprando casi por protocolo fueran “para la tribuna” igual que lo que publican muchos diarios sobre política y las catástrofes que se avecinan, mientras que el poder real, los dueños del capital, tienen otras fuentes de información exentas de la búsqueda de complacer a las audiencias más masivas siempre dispuestas a consumir información que satisfaga sus deseos.
El jueves pasado el primus inter pares del capital argentino, Paolo Rocca, pidió un aplauso para Sergio Massa por su gestión en Economía durante el Seminario Propymes. Lo mismo sucedió con muchos empresarios que participaron de la reunión de IDEA en Mar del Plata hace pocas semanas: su visión sobre la economía era mucho más benigna que la de muchos economistas.
Una conjetura plausible residiría en la influencia que sobre muchos economistas de los que preparan esos vaticinios ejerce el entorno de los medios locales que leen y el sector político al que votan. Mientras que en los empresarios, por arriesgar su capital en las decisiones que toman en función de esos pronósticos, el margen de influencia de los diarios que leen y sus preferencias electorales es menor gracias a los anticuerpos desarrollados las veces que les creyeron y sufrieron pérdidas severas.
Para 2023 el promedio de los pronósticos de los economistas es una inflación de 100% anual y un crecimiento de producto bruto de cero. Un error similar al de los pronósticos de 2018 y 2022 sería que la inflación fuera la mitad y el crecimiento del Producto Bruto termine siendo 3%, de mediocre para bien.
Sergio Massa parece estar encontrándole “el agujero al mate” con el 4,9% de inflación en noviembre, haciendo más verosímil su pronóstico de 3% de inflación mensual para el otoño. Si lo lograra, la inflación anual de 2023 sería la mitad de la que pronostican como escenario más probable gran parte de los economistas.
Los empresarios no solo están mirando 2023, sino más allá. Gane quien gane las elecciones de fin del año próximo, hay coincidencia en que la Argentina tiene el futuro más promisorio desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Y no solo por el litio, Vaca Muerta y los minerales que se agregan al motor del complejo agroexportador.
El panorama optimista para la Argentina en las próximas décadas se apoya también en el nuevo orden geopolítico. El fin de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la ex Unión Soviética que ordenó el mapa mundial desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial le dio un enorme impulso a la globalización. Desaparecido el riesgo de una nueva guerra mundial, esta vez entre capitalismo y comunismo, prosperó en el mundo un clima de cooperación por la pandemia primero y la invasión rusa a Ucrania después, y muy fundamentalmente por el crecimiento de China, que volvió a crearle un competidor a Estados Unidos y a Occidente haciendo que las empresas multinacionales occidentales traigan nuevamente sus sistemas de producción de Asia a América. La economía está pasando de global a regional y la creciente rivalidad entre China y Estados Unidos recrea condiciones favorables para Latinoamérica como en el período de las guerras mundiales.
Otro beneficio para Latinoamérica es el envejecimiento de las poblaciones de Europa y Estados Unidos, limitando y encareciendo la capacidad de producción en los países de la OTAN. Parte del crecimiento de la inflación mundial no fue solo por el agregado monetario de los principales países para hacer frente a la pandemia, sino porque la producción mundial pospandemia en muchos sectores no logra satisfacer la demanda y lo que no se corrige por cantidad se corrige por precio.
Las decisiones de inversión que toman los empresarios tienen mucho más en cuenta los fundamentos físicos –geográficos, demográficos– que los problemas macroeconómicos, que son más fáciles de solucionar que la falta de recursos. Perú tiene un riesgo país e inflación casi nulos producto de un orden económico envidiable para la Argentina, pero el futuro de Perú tiene pronósticos mucho menos alentadores que el de la Argentina en gran medida por el potencial de nuestro país y un orden político que, aunque no lo percibamos, es más sólido que en la mayoría de nuestros vecinos.
Mientras muchos economistas solo ven nubarrones en el corto plazo de la Argentina, muchos empresarios ven más allá de las posibles tormentas, siempre contingentes, apostando a que el país resolverá su desorden macroeconómico en algún momento no lejano a lo que podría seguir un período de recuperación y crecimiento sostenido.