Desde una perspectiva hegeliana de la historia, donde los líderes no son omnipotentes sino fruto de las condiciones de posibilidad que los hacen surgir, Hernán Lacunza, el hoy mejor posicionado para ser ministro de Economía de un gobierno de Juntos por el Cambio, con sabiduría reconoció que los cambios que sería necesario producir para que la Argentina despegara no podrán ser implementados si la sociedad no los demanda. Que si la mayoría de los argentinos quiere seguir demandando populismo, el problema va a ser del país, no solo del próximo gobierno.
En la misma semana, Ricardo López Murphy, quien compite electoralmente pero también es un reconocido economista, sostuvo que la única forma de implementar los cambios que es necesario producir para que la Argentina despegue será a través de un triunfo arrollador que le permita a Juntos por el Cambio tener mayoría en ambas cámaras para aprobar las leyes sin negociaciones con la futura oposición. Leyes que a la vez estén legitimadas electoralmente porque las ideas que le hayan dado forma hayan sido expuestas muy claramente en la campaña casi como si se tratara de un plebiscito.
Más allá de las diferencias estéticas y de estilo entre ellos, el dilema que plantea Hernán Lacunza como problemática encuentra solución en el asertivo López Murphy –que no por casualidad también fue ministro de Defensa, además de Economía– por el uso de una fuerza arrolladora, coincidiendo paradójicamente con aquella Cristina Kirchner triunfante arrolladoramente en su reelección de 2011, cuando habiendo sacado una diferencia aplastante de votos se propuso “ir por todo”.
Pero no pudo porque la significativa parte de la sociedad que rechazaba el modelo kirchnerista le demandó a la oposición dividida en 2011 que se juntara y opusiera resistencia. Lo que terminó sucediendo en las elecciones primero de 2013 y definitivamente de 2015.
Se podría decir que precisamente es el modelo hegemónico el que ha venido fracasando, demostrando que la complejidad de la sociedad argentina –afortunadamente– se resiste a la homogeneización. En la Grecia de la Guerra del Peloponeso, el hegemón era el conductor, el guía y también el comandante del ejército. Pero fue Antonio Gramsci quien le dio a la hegemonía cultural la base de sustentación de la dominación política.
En la medida en que baja la inflación y se aleja el miedo al abismo, crecen las internas en el FdT
La hegemonía requiere la construcción de una narrativa dominante que se imponga tanto sobre las demás que no les deje resquicio para generar dudas. En la sociedad argentina hay una lucha de narrativas donde claramente el relato kirchnerista se está agotando después de casi veinte años de supremacía pero el relato economicista ortodoxo, por llamarlo de alguna forma, también se había agotado poco antes con el fracaso de los 90. El propio López Murphy duró solo 15 días como ministro de Economía en marzo de 2001.
Probablemente el próximo presidente, más que un guerrero, tenga que ser un pedagogo social, alguien capaz de ir convenciendo más que venciendo los prejuicios e ideas cristalizadas que hubieran ido quedando obsoletos, juntamente con la sensibilidad de un terapeuta capaz de hacer reducción de daños en aquellos que fueran más afectados por los cambios que resultaran más beneficiosos para el total de la sociedad.
La velocidad y profundidad de esos cambios que resultarían preferibles para una mayoría de la sociedad dependerá de cómo llegue la economía al momento de votar el año próximo. Cuanto mejor sea el resultado de la tarea de Sergio Massa, menos cambio va a demandar la sociedad, y el 4,9% de inflación de noviembre lo coloca en el camino de cumplir su promesa de llegar al otoño con una inflación mensual cuyo índice comience con un tres delante. Eso sería 50% anual, la misma cantidad de inflación con la que fue derrotado Mauricio Macri en 2019.
¿Será distinto el humor social con igual 50% de inflación anual si se viniera de 100% y se la bajase a la mitad, como sería en 2023 si Masa tuviera éxito, que cuando se vino del 25% y se la duplicó, como fue en 2018/19, el último período de Macri? ¿Y sería mejor para un hipotético gobierno de Juntos por el Cambio que el actual período presidencial terminara con la economía más ordenada aunque el Frente de Todos fuera más competitivo electoralmente y no se facilitara ese triunfo arrollador al que aspira López Murphy?
Para la Argentina sería mejor y probablemente también para un eventual gobierno de la oposición, porque el mayor empoderamiento dentro de la interna del Frente de Todos de moderados como Alberto Fernández y Sergio Massa será un puente muy valioso para acompañar políticas de Estado beneficiosas.
Ya se percibe dentro del Frente de Todos que en la medida en que baja la inflación crecen las internas porque su reducción y alineamiento detrás del Gobierno fue resultado del miedo frente al abismo y en la medida en que este se aleje, vuelven las disputas.
Si la hegemonía fracasó como modelo de gobernabilidad, no podría ser conflictiva la nueva gobernabilidad sino que tendría que ser construida sobre la base del consenso. Desde esa lógica sería deseable para ambas coaliciones que triunfaron desde de cada una de las internas sectores más moderados que permitieran un entendimiento con sus oponentes.
El célebre periodista norteamericano Walter Lippmann se refirió repetidamente durante la mitad del siglo XX a la fabricación de consenso (manufacture of consent) social. Probablemente la industria que precise más desarrollo en Argentina, al mismo nivel que Vaca Muerta, la minería y el litio, incluso para hacer posibles estas, sea la fabricación de consenso entre las dos coaliciones mayoritarias para crear una nueva gobernabilidad, donde reconociendo la diversidad se puedan realizar concesiones recíprocas que permitan avanzar en alguna dirección en lugar de seguir detenidos en la mutua capacidad de impedir.
En las elecciones no solo se votará cuánto cambio producir sino, y fundamentalmente, la forma de intentar producirlo: si repitiendo los intentos de hacerlo con una estrategia hegemónica o con otra de consenso.