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¡Ay!, lo que hay

16-4-2023-Logo Perfil
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Me proponía escribir una columna sobre algo nimio pero alentador. El nacimiento de alguna flor veraniega o la persistencia de la rosa, la llegada de la brisa, un niño descubriendo por primera vez la magnitud del mar… La lista podría ser interminable. “La belleza del mundo”, como decía Héctor Tizón. Pero las bondades no suelen tener prensa;  nadie parece interesarse en los pequeños gestos o descubrimientos cotidianos. Distopías y catástrofes  inundan los titulares, como si el provenir funesto se ocupara de la insatisfacción del presente. Sin embargo, yo misma sucumbo al malestar. Intento dar cuenta de lo bueno, trato de sustraer el perfume de las magnolias en enero, y no logro llegar más lejos que a la resignación imperante. Recuerdo que Bioy Casares contraponía su inteligencia pesimista a su temperamento optimista. O sea, el buen humor al hablar y la pesadumbre que se le imponía a la hora de escribir. Me pasa algo parecido. Converso con “el chino”, felicitándolo por incluir en las góndolas nuevas marcas más baratas que compitan con aquellas que pretenden liderar el mercado; me alegro con la llegada de los higos, o las cerezas a dos mil el kilo; disfruto de la ciudad más holgada, paseando por zonas habitualmente multitudinarias, etcétera. Pero a la hora de escribir…, casi todo se vuelve negativo. No hay luz al final del camino; la indiferencia que el Gobierno manifiesta ante la cultura es aberrante (sin cultura no hay identidad); la riqueza apunta a la concentración, etcétera. “La belleza de este mundo”, como el mismo Tizón ironizaba, reside en olvidar y “tratar de ser felices”. Aguantar, ajustarse: esto no, esto no, esto no… ¿Hasta dónde podremos tachar nuestros gastos sin invalidar las ganas de seguir adelante? ¿Cuánto dura la resignación del hay lo que hay sin que se transforme en ¡ay!, lo que ya no habrá?