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UN TIEMPO NUEVO

Caos político en la pospandemia

La situación de todos los gobiernos que aparecieron después de la pandemia es semejante: tienen una enorme debilidad estructural. Boric, Castillo, Lasso, Petro cuentan con bancadas, muy pequeñas en sus respectivos Congresos y necesitarán mucha habilidad para lograr acuerdos que les permitan gobernar y hacer las reformas que pretenden. En la nueva sociedad, el eje del problema no está en los acuerdos con otros políticos, sino en la posibilidad de comprender a los ciudadanos comunes y dialogar con ellos.

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Ecuador. Miles de indígenas confluyen sobre Quito con un pliego de condiciones innegociables y sin diálogo con el gobierno. | cedoc

Desde hace varios años hemos hablado en esta columna acerca de que la Tercera Revolución Industrial trajo consigo un cambio político tan grande como el que ocurrió con la máquina de vapor, cuando apareció la democracia representativa.   

Hasta el derrumbe del socialismo real, la vida de las élites y la política, estuvieron orientadas por concepciones apocalípticas de la realidad. En el juego del poder, durante los últimos cien años, todo se explicaba a partir de dos ideologías occidentales que se suponían universales: el marxismo y la democracia.  

La política era vertical. La gente obedecía a caudillos que dirigían a las masas y las élites organizaban movilizaciones populares que servían a sus visiones mesiánicas. Ellos sabían lo que debía hacer la humanidad y organizaban empresas que manejaban el negocio de la política.

Con el avance de la tecnología, la mayoría de la gente se fue liberando de las creencias de sus dirigentes, vive una democracia amplia, en la que las grandes concepciones cedieron espacio a metas más mundanas, vinculadas a la vida cotidiana, y las utopías del metro cuadrado se impusieron sobre los textos de Marx o Weber.

En la antigua izquierda se suponía que el desarrollo de las fuerzas productivas era lo que determinaba los demás aspectos de la realidad. El resto eran solo elementos secundarios, que cambiarían automáticamente cuando triunfe la revolución.

Cuando algunos, influenciados por la música, el arte y la cultura de los países avanzados de Occidente, planteábamos temas como los derechos de las mujeres, el respeto a la diversidad sexual, a las culturas, y otros que actualmente forman parte de la ideología de la izquierda, éramos calificados de desviacionistas pequeñoburgueses.

Antes las identidades culturales eran para la izquierda una desviación capitalista

La política era tarea de hombres. No hubo mujeres al frente de los países socialistas. La excepción fue Jiang Qing, la esposa de Mao, quien encabezó la revolución cultural china, y fue convenientemente suicidada en cuanto murió su esposo. Era una anomalía insoportable para la sociedad machista confucionista.

La revolución era cosa de hombres bien machos. Decían que la homosexualidad era una enfermedad capitalista que desaparecería con el socialismo. El nuevo hombre soviético y el cubano eran “normales”. China era un inmenso convento sin Dios, Cuba un país habitado por un hombre nuevo, el Che Guevara creó campos de concentración para regenerar a los homosexuales que sobrevivieron a la persecución del régimen.

La lucha por los derechos civiles no tenía espacio en el discurso de la izquierda. En los países socialistas no surgieron líderes que combatieran la segregación racial y defendieran los derechos de los seres humanos por ser tales, como hizo Martin Luther King en Estados Unidos. Se decía que el racismo era una desviación capitalista que desaparecería con el socialismo, a pesar de las políticas discriminatorias que armaron rusos y chinos en nombre de la revolución, como la limpieza étnica de Königsberg, los intentos de colonizar a los estados bálticos, Finlandia, Ucrania y demás vecinos de los zares rojos y la persecución de tibetanos, uigures y otras minorías, por parte de los Han en China.

Ahora estamos pasando de una época en la que las identidades culturales eran una desviación capitalista, a otra, donde se ve bien respetar las distintas culturas.

Todos estos cambios no nacieron en los países socialistas, son el fruto de la evolución de las ideas y del desarrollo tecnológico del liberalismo occidental.

Protestas. Las movilizaciones de protesta han tenido también una evolución importante. Las más anticuadas siguen organizadas por grupos que mantienen un discurso teórico y coaccionan a los pobres que utilizan, gratificándoles o sancionándolas por su conducta.     

La política de lo efímero

Los vemos cortando las calles de la Ciudad de Buenos Aires todos los días laborables, porque son trabajadores que respetan su tiempo de descanso. Les pagan para manifestarse, pero no hay dinero para pagar horas extras. Algunas empresas les consiguen un ingreso mensual para que se movilicen y les cobran un porcentaje por su gestión. Les exigen que participen en movilizaciones algunos días a la semana, para que la empresa pueda justificar y ampliar su negocio.  

Pasó algo semejante con las movilizaciones del paro indígena en Ecuador. Algunos dirigentes locales obligaron a los campesinos a movilizarse hacia la ciudad para participar en acciones más o menos violentas en las que les tomaban lista para saber si están cumpliendo con su militancia obligatoria. Si no lo hacían, les cortaban la luz, el agua o les golpeaban.

Fue indignante ver cómo algunos activistas interceptaban a campesinos pobres que pretendían salir a vender la leche o los alimentos que producen. En su criterio, esa era una actividad capitalista que ayudaba para que puedan comer los reaccionarios habitantes de las ciudades. Era bueno reprimirla.

Los antiguos movilizados dependen de quienes los llevan y traen en camiones pagados, los proporcionan alimentos, los premian por exponer la vida de niños y personas vulnerables que ponen al frente de sus movilizaciones. Son actores de una obra de teatro dirigida por otros. Cuando los canales de TV preguntan a algunos manifestantes por qué van al piquete, dicen simplemente que ese es su trabajo o que los dirigentes de la comuna se los ordenaron.

Esto contrasta con la dinámica de movilizaciones espontáneas, como la que exigía el esclarecimiento del asesinato del fiscal Nisman, a la que nadie concurrió porque le pagaban, ni en camiones rentados, ni mandados por organizaciones que tomaban lista. En este tipo de eventos la gente se moviliza por sí misma, porque cree en algo, llega cuando quiere, se va cuando se le ocurre, no la motiva ni una paga, ni la idea de cambiar el mundo. Simplemente quiere que se solucione algo que le parece importante. En este paro indígena en Ecuador se produjeron bastantes movilizaciones de ciudadanos de las ciudades que no estaban dispuestos a obedecer a turbas exaltadas.

Hoy la gente se moviliza por sí misma, porque cree en algo y llega y se va cuando quiere

Ocurrió en Chile con la movilización que se inició con la protesta de los estudiantes de Santiago por el incremento de las tarifas del subte, que luego creció hasta acabar con la vigencia de la Constitución. También con el levantamiento en contra de Iván Duque por su intento de hacer una reforma impositiva. Su gobierno quedó como un pato rengo, sin capacidad de hacer nada importante en lo posterior y consiguió un resultado electoral desastroso desde su punto de vista.

En la Antigüedad la gobernabilidad se daba cuando algunos líderes firmaban un acuerdo y los ciudadanos lo aceptaban. Ahora han desaparecido los entes colectivos o individuales capaces de hacer respetar los consensos. Cuando estudié en la universidad, muchos compañeros cantaban “¡Perón, Perón, que grande sos, mi general cuánto valés!”. Hoy resultaría cómico que canten “¡Cristina, Cristina, que grande sos, mi abogada cuánto valés!”. Además, correrían el riesgo de que alguien responda con una cifra que los conduzca a todos a Comodoro Py.

Pospandemia. La situación de todos los gobiernos que aparecieron después de la pandemia es semejante: tienen una enorme debilidad estructural. Boric, Castillo, Lasso, Petro cuentan con bancadas, muy pequeñas en sus respectivos Congresos y necesitarán mucha habilidad para lograr acuerdos que les permitan gobernar y hacer las reformas que pretenden. En la nueva sociedad el eje del problema no está en los acuerdos con otros políticos, sino en la posibilidad de comprender a los ciudadanos comunes y dialogar con ellos.

Los políticos necesitan superar el antiguo paradigma en el que echaban la culpa de todo lo que pasa a corrientes internacionales o a líderes locales. Lo importante es comprender realmente por qué se dan las movilizaciones en su contra, cómo comunicar una imagen que los haga menos detestables.

Los problemas están en la mente de la gente y sus percepciones definen lo que es real

Los números de las encuestas son como las mediciones del azúcar para los diabéticos. Cuando el presidente tiene más del 80% de rechazo se asemeja al enfermo que tiene más de 800 de azúcar. Aunque se sienta muy bien, si sigue embelesado con las golosinas del poder estará en cualquier momento en coma. Puede morir. Para evitarlo, lo primero que tiene que hacer es comprender por qué la gente le rechaza y cambiar esa situación.

Los problemas no son externos, están en la mente de la gente, en donde las percepciones definen lo que es real. Volvemos a la frase de Einstein: los hechos son los hechos, la realidad es su percepción. Puede ser que el alza de impuestos afecte solo al 3% de la población, pero si el 85% percibe que la perjudican, es esta segunda cifra la que puede desestabilizar a un gobierno.

Más allá que los precios de la soja sean los más altos de la historia y de que la macroeconomía esté mejorando, si el 80% de los argentinos siente que todo está mal, no hay ninguna posibilidad de que el Gobierno tenga éxito en las próximas elecciones.  

Cuando lo conversé con alguien que patrocinaba la movilización indígena, me dijo que los movimientos populares son así, violentos incluso con sus propias bases. Entonces me di cuenta de por qué prefiero a los movimientos impopulares en los que todos pueden expresarse pacíficamente y escoger la alternativa política que quieran.

Ideologías. Las movilizaciones propias de la Tercera Revolución Industrial carecen de ideologías y liderazgos definidos. En el paro indígena se vio a participantes europeos que bailaban al grito de “fuera Lasso”, que cuando fueron entrevistados por la TV dijeron que no entendían el castellano, ni sabían qué era Lasso, querían solo una selfie con indios que celebraban el Inty Raimi. Grupos violentos envenenaron el agua potable de la ciudad de Ambato, otros asomaron armados de escopetas para tratar de tomar el Congreso, los de más allá tomaron una planta eléctrica para intentar dejar desabastecida a parte del país. Es seguro que no obedecían al liderazgo de Iza, líder indigenista con ideología mariateguista, pero enemigo de ese tipo de excesos.

Ojalá los nuevos gobiernos encuentren caminos de diálogo para sobrevivir en un mundo caótico.

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.