Los terraplanistas y miembros de otras sectas conspirativas creen que los programas espaciales son el invento de unos pocos locos que filman películas en el desierto de Nevada para hacer creer que el hombre ha pisado la Luna. Ignoran que millones de personas trabajan desde hace décadas con cientos de observatorios sofisticados y naves espaciales, que surcan el sistema solar y escudriñan el universo, tratando de entender el origen del espacio y el tiempo.
El que no cree en la ciencia y quiere estudiar el cosmos desde la terraza de su casa simplemente es un ignorante. Es poco probable que desde su silla logre ver la estrella Earendel, que se encuentra a 12.900 millones de años luz de la Tierra, es cincuenta veces más grande que el Sol y tiene una temperatura de 20 mil grados centígrados. Para conseguir esa información no basta ayudarse con un periódico en forma de tubo para hacer su estudio casero. Es necesario leer revistas especializadas y usar los instrumentos científicos que existen. Toda esa información es fruto del trabajo de millones de personas, en centros científicos y universidades. Quien cree que es el invento de un grupito de locos que sigue instrucciones de la CIA simplemente ignora cómo funciona el mundo.
Pasa lo mismo con los avances científicos en el campo de la medicina. Si usted se enferma y va a un hospital, le hacen exámenes de todo tipo que luego son analizados por médicos, que diagnostican lo que se debe hacer para que su salud mejore. Si usted no cree en la medicina y se niega a que le hagan pruebas alegando que muchos que fueron examinados de esa manera murieron durante la pandemia, demuestra ser un ignorante. Los médicos modernos le exigen los resultados de esos exámenes. Si usted los rechaza porque no cree la ciencia, puede pedir a un pai umbanda que le escupa alcohol en la cara en medio del humo de yerbas exóticas, pero es poco probable que le vaya mejor que con médicos preparados, aunque a ellos también se les hayan muerto algunos pacientes.
Jaime Duran Barba y su pronóstico sobre Argentina: "Va a darse una rebelión de los planeros"
Esto, que se ha generalizado en todos los aspectos de la vida, no está siempre en la mente de políticos subdesarrollados, que para hacer su campaña compran un cajón de zapatos para recorrer el territorio, y agudizan su olfato. Dicen que no usan encuestas para la campaña, tampoco para el gobierno, se manejan con intuiciones, no con cifras. Con su ignorancia pueblerina repiten la frase: “No hay que gobernar con encuestas, solo hay que hacer lo que hay que hacer”.
Cuando terminé mis estudios en Argentina, a fines de los 70, volví a Ecuador al tiempo que retornaba la democracia. Los sueños revolucionarios estaban en pleno auge en un mundo gobernado mayoritariamente por gobiernos comunistas. Muchos creían que en poco tiempo llegaría el fin del capitalismo y el triunfo de la revolución mundial.
En ese país, René Mauge, secretario general del Partido Comunista, era el candidato de la izquierda. Las elites intelectuales revolucionarias sabían de dónde venía y adónde iba la humanidad, y ordenaban a las masas ignorantes lo que debían hacer. Sonaba pecaminoso usar técnicas de comunicación propias de la burguesía y del imperialismo. La propaganda era austera, seria, con gran contenido teórico. En las hojas volantes asomaban de un lado los retratos de Marx, Engels y Lenin, y del otro la consigna: “Voto consciente, voto proletario”. Quienes diseñaban la propaganda buscaban votos de calidad, aunque fueran escasos. Querían llevar el mensaje correcto, aunque a veces se olvidaban de difundir el nombre del candidato y el número de la lista por la que debían votar los electores. Eran detalles sin importancia que tenían que ver con la tonta realidad.
Es de imaginar cómo se entusiasmaban los indígenas cuando recibían esa propaganda, cuando ni siquiera entendían el significado de la palabra “proletario”. La vanguardia estaba interesada en la corrección doctrinaria del discurso, no en los sentimientos banales de los electores.
Desde la derecha aparecieron otros iluminados que sabían que la gente iba a respaldar lo que a ellos les parecía “lo correcto”. Decían que los subsidios y los regalos que los viejos políticos populistas entregaban a la gente les hacían daño en el mediano plazo y que, si se explicaba bien el tema, las masas votarían por un candidato que pusiera en orden la economía.
Cuando la mayoría entienda las bondades de la austeridad, organizará manifestaciones pidiendo la suba del precio de los servicios, que quiten los subsidios, que anulen los derechos de los trabajadores. Después de la crisis brutal a la que nos condujo el falangismo nac & pop kirchnerista, creen que las masas se plegarán a la ética protestante y saldrán a las calles al grito de “viva el sacrificio, abajo el placer”.
Hoy los individuos forman comunidades horizontales que no dictan las elites
Conversé sobre el tema con Gonzalo Sánchez de Losada, un año antes de su elección como presidente de Bolivia. No creía en las encuestas. Decía que, digan lo que digan los estudios, los bolivianos son más sofisticados intelectualmente que los otros latinoamericanos, iban a apoyar sus programas de ajuste porque serían capaces de entender que esa era la única forma de progresar. No había para qué averiguar lo que dice la gente, solo había que hacer lo que había que hacer y todos lo respaldarían. Goni fue derrocado hace 25 años, sigue prófugo de la Justicia, el fruto de su ajuste liberal fue el gobierno de Evo Morales.
Como los terraplanistas, los políticos parroquianos creen que las encuestas sirven para adivinar el futuro o para mentir que alguien está ganándole la elección a otro. Revisan los resultados de las últimas elecciones chilenas, ecuatorianas, peruanas y colombianas, dicen que ningún estudio adivinó que los vencedores serían Boric, Lasso, Castillo y Hernández, y en eso tienen razón. Deberían añadir que tampoco nadie lo imaginó, tampoco los que cargaban su cajón de zapatos para recorrer los países olfateando la realidad.
Las ciencias del comportamiento humano se han desarrollado a una velocidad descomunal, tanto o más que la astronomía. Abrevan en muchas fuentes, siendo las principales los estudios cuantitativos y cualitativos acerca de la política real, y la psicología conductista. En casi ningún país desarrollado existe algún político o académico relevante que “no crea” en las encuestas. Todos los grandes medios, cuando elucubran acerca de lo que puede pasar en cualquier país del mundo o en su propia ciudad, usan encuestas y análisis de expertos.
Existe una gran polémica acerca de la crisis de la política y la democracia representativa. Medios como The New Yorker, el New York Post o el Washington Post publican con frecuencia interesantes artículos sobre el tema. Hay decenas de libros que aparecen todo el tiempo, y en las grandes universidades se encuentran cientos de papers de profesores que discuten lo que está ocurriendo en cada momento.
Desgraciadamente, mucho de este material no se llega a traducir al español, entre otras cosas porque queda obsoleto a gran velocidad, en la medida en que las investigaciones son cada vez más numerosas y cuestionadoras. Estos estudios no son longevos, como los de Max o Weber, son tan efímeros como la realidad que analizan.
La política vertical del pasado fue reemplazada por una política en la que los individuos forman comunidades horizontales, que no pasan por los dictados de las élites. La elección de Trump, Bolsonaro, Boric, Castillo, Lasso y la del colombiano que rompa hoy 160 años de política bipartidista de su país se explican desde los cambios radicales de la tercera revolución que se aceleró con la pandemia. En realidad, la vieja política que venía con problemas murió con el covid.
Votamos y tomamos actitudes políticas movidos más por prejuicios que por ideas
Desde la primera elección de Clinton, cambió el paradigma político norteamericano, que ofreció cada día más espacio a los sueños de la gente y menos a las palabras y el discurso de los candidatos. En este cambio fue crucial el libro de Stanley Greenberg Middle Class Dreams: The Politics and Power of the New American Majority, que puso en el centro del debate político las pequeñas utopías de metro cuadrado de los ciudadanos comunes.
El tema se desarrolló primero en el campo demócrata, pero tuvo también exponentes entre los republicanos, que quisieron explicar el colapso del discurso épico del GOP.
Michael John Tomasky, editor del The New Republic y corresponsal de Newsweek / The Daily Beast, publicó “We Can Keep It: How the Republic Collapsed and How it Might Be Saved”, tratando de explicar el colapso del discurso globalizante de Bush frente a la avalancha de pequeñas causas de los demócratas.
Acometió también la tarea Frank Luntz, encuestador especializado en integrar la información cualitativa con la cuantitativa. Luntz trabajó mucho tiempo para Fox News, haciendo pruebas con el lenguaje para ubicar palabras que ayuden a vender un producto o a instalar en la opinión pública un tema, o un candidato. Fue consultor de Ross Perot y de Rudolph Giulani en NY. Su libro más interesante es Words That Work: It’s Not What You Say, It’s What People Hear (Palabras que funcionan: No es lo que tú dices, es lo que la gente escucha).
Todos los estudios insisten en que existe un abismo entre lo que dicen los políticos y lo que la gente comprende acerca de lo que hacen y dicen.
Actualmente está fuera de discusión la necesidad de hacer encuestas para comprender lo que la gente siente cuando habla el candidato, más que hacer estudios del texto para saber lo que el candidato quiso decir.
Podemos mencionar decenas de otros textos interesantes, entre los que debe estar “El cerebro político: el rol de las emociones para decidir el destino de una nación”, del profesor de Harvard especializado en neurociencia Drew Western.
Votamos y tomamos actitudes políticas movidos por prejuicios más que por ideas, más por percepciones que por realidades. Como dijo Einstein: “Los hechos son los hechos, pero la realidad es la percepción”.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.