Los debates no saldados en su ámbito natural se terminan desplazando hacia otros lugares en busca de una desembocadura. Es un fenómeno físico como el movimiento de cualquier fluido. Como los conflictos en una pareja: lo no resuelto o mal resuelto en un aspecto, termina por contaminar detalles de la relación que parecen ajenos o superficiales. Esto es lo que está sucediendo en Juntos por el Cambio.
Lo hemos analizado varias veces a lo largo de este año. La principal oposición fue demorando ciertos debates internos a saber:
- El balance sobre la experiencia 2015–2019.
- Las reglas de juego de funcionamiento de la coalición en la oposición.
- Cómo se iba a parar frente al gobierno de Alberto y Cristina.
- Qué sesgo ideológico iba a tener Juntos; y como derivación de ello.
- Qué oferta van a transmitir a la sociedad, por ejemplo, qué van a hacer en economía, lo mismo que Macri pero más rápido o algo distinto.
Nótese que no estamos hablando de los liderazgos, porque los mismos son como la frutilla del postre: se dirimen en una elección o por algún otro método con los conflictos naturales, como derivación de unos cimientos bien construidos.
Por motivos ajenos a su voluntad (la pandemia y el temprano desgaste del oficialismo que lo llevó a la derrota en la legislativa de medio término) y por otros de cuño propio (evitar debates cuando parece que se aviene una nueva victoria en la presidencial) JxC casi no resolvió ninguno de los cinco puntos listados. Solo estableció una mesa de coordinación que funciona a medias como contención de las desavenencias internas. A las pruebas de las últimas semanas nos remitimos.
Esa procrastinación de los debates internos en profundidad ha hecho que estallen en la disputa por las candidaturas. Lo no resuelto en la intimidad de la pareja, estalla a la primera oportunidad en público. Un clásico. Este conflicto es más profundo en el PRO que en la UCR, por los buenos y los malos motivos. Por el lado de lo bueno, tienen más figuras competitivas. Por el lado de lo malo, las divisorias de aguas son mucho más profundas que en el radicalismo. “No importan los motivos”, diría una zamba salteña.
En la política contemporánea cuenta tanto el fondo como la forma. El estilo más explícitamente agresivo se supone que era un atributo del kirchnerismo. Juntos –como contraste– debía ser también la fuerza de los buenos modales. En estos episodios de las últimas semanas le han hecho un gran favor a Milei: la casta además es impúdica, se pelean entre ellos por cosas que no le interesan a la gente.
La pregunta que cabe hacerse es si la principal oposición se comportaría de la misma manera si Javier Milei no existiese en el escenario. Cuando alguien ronda el 20 % de los votos –de la nada hasta hace un año– es porque está juntando bastante más que un núcleo duro ideológico de lo que sea. Significa que se está convirtiendo en un fenómeno social, aunque más no sea por la rapidez con que creció, y por la consolidación que está teniendo.
Este fenómeno trasciende por completo la limitadísima descripción de “derecha”, siendo un movimiento que expresa un fastidio con el statu quo, desesperanzado de la oferta pre existente y que busca algo que venza la triple frustración (gobiernos de CFK, Macri y Alberto). Algo así como “a este desastre nos llevaron los demás, probemos algo nuevo”. Por lo tanto, querer jugar a la derechización como único vector de competencia con el libertario es una simplificación burda de una realidad mucho más compleja.
Por suerte para JxC, empieza a materializarse algo que proyectamos hace unos 40 días en la columna “¿Pasarán las PASO?”: es muy difícil que se deroguen las primarias abiertas. Aquí el que les da una mano es Milei si efectivamente se niega a dar quorum, quizá como compensación por las críticas recibidas en el debate presupuestario y la famosa tasa aeroportuaria. Juntos, a cambio, no será tan generoso: ha decidido mandar al freezer el proyecto de boleta única si llegase al senado, precisamente porque le tienen miedo al libertario, quien aun sin estructura podría garantizarse más votos con dicho sistema de votación.
Si las PASO no se derogan habrá sido una pequeña victoria para Alberto. ¿Para qué? Eso no importa mucho. En política alguien tiene que ser parte del problema, ser parte de la solución, o ser las dos cosas al mismo tiempo. Si no es nada, no cuenta en el escenario. Por lo tanto, el presidente es un pato rengo… y herido. Tiene muchas facturas por cobrarse. ¿Qué mejor oportunidad que esta? Este “hijo de un juez” quizá sea un mal político, pero es un político, al fin y al cabo. Por lo tanto, intentará sacarle jugo hasta el último minuto al escaso margen de poder que tenga. ¿Para ser candidato a presidente? ¿Por qué no? El profesor universitario en todo caso pensará que se irá del cargo con la frente alta por no haber cambiado las reglas de juego electorales, por haber terminado el mandato cuando muchos lo dudaban, por haber enfrentado la pandemia y porque Él no era taaaaan b… como Ella decía, entre otras auto asignaciones de méritos.
Las presiones públicas y privadas sobre Alberto parecieran no haber tenido mucho efecto al final de cuentas. ¿Cristina pierde poder? ¿No midió correctamente el temperamento del presidente en esta circunstancia? ¿Jugaron sus coroneles suficientemente a fondo como para torcerle el brazo? ¿Servía para algo esa idea de achicar los tiempos entre las primarias y la general? ¿Estará el cristinismo dispuesto a dar una batalla en una primaria abierta contra alguien, llámese Fernández, Scioli o X? Muchos interrogantes que no se develarán prontamente.
Aunque parezca mentira, esta semana la política argentina nos volvió a dar más muestras de tribalización, como analizamos en la columna de la semana pasada. Una amenaza de romper la cara es una invitación a más confrontación. Escribió Kafka en sus Aforismos de Zürau: “La peor seducción del Mal es la provocación al combate”.
*Consultor político. Ex presidente de Asacop.