Alrededor de la utilización de la idea de artificialidad descansa una intención basada en una distinción, es decir en una diferencia. En el mundo habría elementos reales y auténticos, provenientes de alguna consecuencia natural o de producción genuina, y al mismo tiempo existirían simulaciones no reales, artificiales. Esto significa que lo artificial no sería solo una determinación de esencia de los elementos, sino al mismo tiempo un recurso para distinguir unas cosas de otras, lo real de lo artificial, y siempre con base de origen en lo real, previo a esa copia.
Con solo poco esfuerzo se puede caer en la cuenta de que aquello que es seleccionado de ser indicado como artificial, puede al mismo tiempo adornarse con detalles más bien negativos. Así, lo bueno sería lo auténtico, y lo malo lo artificial. Este mecanismo puede ser observado, por ejemplo, en el último tiempo dando forma a las críticas hacia la industria de alimentos o a la clase política, unidos en este caso alrededor de simulaciones supuestas basadas en la orientación del engaño. Serían tentativas en donde la colaboración de recursos artificiales favorecerían la simulación de ser auténticos y legítimos, pero solo como apariencia supuesta.
Bajo estas condiciones la pregunta por la idea de autenticidad se hace relevante, y debe extenderse a revisar, justamente en esencia, si a esta altura del desarrollo de la sociedad moderna algo podría genuinamente ser descripto como auténtico o real, o si la misma complejidad y simultaneidad social, que genera procesos constantes de influencias cruzadas, harían de esta ilusión solo una oportunidad de relato romántico. Para dar cuenta de un caso habitual se puede comprobar en la vida cotidiana que nadie tendría la posibilidad de garantizar un comportamiento social libre de simulaciones en cualquier situación de interacción, ya que todos necesitan representar en ese momento algún rol para poder seguir adelante con cualquier diálogo (incluso el rol de quien dice ser espontáneo y sin ataduras). Sin artificialidad no habría continuidad social.
En condiciones de mayor complejidad social se pueden observar los límites que producen desafíos alrededor de exigencias de comunicación masivas y la siempre demanda de alguna cuota de no realidad. Las noticias son expuestas como elementos de la realidad pero presentadas por periodistas bien arreglados y en situaciones simuladas de seriedad. Los vendedores y vendedoras de locales de ropa expresan un supuesto interés de vínculo interactivo solo sostenido por una expectativa de compra, o alguien en redes sociales puede insistir en mostrar lo maravillosa que sería la vida, igual de la de esa misma persona, si es que sigue toda esa gente una serie de pasos bien detallados para ese esperado público. Incluso la “agroecología” es un desarrollo artificial que simula ser natural, pero que es guiado por un conocimiento experto que orienta y lucha, voluntariamente, por su incremento intencional en un espacio donde no ocurriría a no ser por la acción de estos mismos como proyecto de reemplazo de lo que critican. Es decir, que conteniendo todos los elementos necesarios de la ficción.
Las expresiones de preocupación en torno al desarrollo de la denominada Inteligencia Artificial suponen un agregado adicional a esta secuencia. No se trataría de un debate alrededor de lo auténtico o ficticio, lo real o artificial, sino que se encontraría en un punto de establecimiento de una preocupación en la que el universo construido sobre la base de procesos matemáticos y estadísticos pasaría a ser el productor definitivo de la posible realidad futura. Como un paso trágico, la ficción sería la próxima realidad y sin posibilidad de distinción con algo supuestamente real.
El otro espacio que ocupa el debate es el rol de las personas en estas nuevas condiciones de posibilidad de construcción de conocimientos. Dejaría de ser necesaria la intervención de asistentes, colaboradores o incluso de profesionales, para ser todos ellos reemplazados por un sistema de asistencia electrónica. La dirección de la reflexión puede ir directamente a la pregunta por el individuo y su posible ausencia próxima de un rol activo en el conocer. Si esa máquina articula una respuesta, ya no haría falta el esfuerzo de la lectura o la reflexión propia.
Carolina Losada se lanzó en Santa Fe con fuerte respaldo de todo JxC: "Quiero liderar un cambio"
De alguna manera podría indicarse que ya hace tiempo es este el escenario impersonal que rodea a toda la comunicación de la sociedad. La juventud es descripta como aquella que con libertad se permite viajar por Europa (lo que no se aclara es que solo lo pueden hacer los que tienen dinero para pagar los pasajes), decidir qué trabajo elegir o disfrutar abiertamente una sexualidad amplia, pero repitiendo masivamente con todos sus pares ese clima de época. Un comportamiento colectivo, repetitivo y ya nada sorpresivo, es detallado por la mirada del adulto analista de las nuevas tendencias como de mayor libertad. Pero los jóvenes de cada década son fácilmente detectables por fotos, lo cual los hace bastante comunes de generación en generación, siendo todos ellos, como lo fuimos nosotros, casi una repetición simultánea de lo que en ese momento es indicado como posible bajo condiciones de ficción muy bien elaboradas.
Esta semana Carolina Losada se permitía reflexionar sobre “¿Qué es vivir en Santa Fe?”, como si eso fuera un asunto existencial o una pregunta por el ser. Se sabe con facilidad que vivir en Santa Fe, es vivir allí, en Santa Fe, sin necesidad de consultarlo con el chatGPT. Sin embargo, justamente sobre su situación de candidatura se hacen posibles condiciones de artificialidad alrededor de las cuales el sistema político se ha hecho experto. Cada tanto Alberto Fernández hace de latinoamericanista o Macri de empresario liberal, sin que sea necesaria una constatación punto por punto con la representación de ese intento y alguna supuesta realidad. Losada transita a toda velocidad del periodismo hacia la política, y casi como un producto de laboratorio y con buena afectación popular, pasa en poco tiempo a estar preparada, aparentemente, para ser la próxima gobernadora de esa provincia sin que existiera forma de corroborarlo.
Quien utiliza el chat de consulta de Inteligencia Artificial no tiene referencia de fuentes u origen de la información. El producto aparece como el resultado de un origen-no origen, porque produce sobre fuentes, pero sobre fuentes que no son presentadas. No parece tan alejado del modo en que necesariamente el público puede vincularse con quienes debe votar; los ve por ahí hablando como el resultado de alguna biografía, pero de cuyas fuentes concretas no se logra nunca el total del acceso.
Un llamado hacia gestos nobles y reales es operativamente imposible. La misma operación del sistema político obliga a sus protagonistas a tratarse como una simulación sobre la necesidad de agrado colectivo de la que dependen sus propios empleos, por lo que el cuidado con el sostenimientos de esos públicos es demasiado relevante como para ir en búsqueda de un ser real y auténtico que lo ponga en riesgo. La especialización en campañas, protagonizadas en muchos casos por ex figuras de la televisión, ofrecen un atajo necesario para ese período clave de la selección de ellos y ellas. Una de las consecuencias es que las campañas y la gestión se especializan de forma diferenciada, y la profesionalización en el recorrido electoral va en aumento de un desapego y desconocimiento de los dramas de la gestión. La campaña es una ficción de futura gestión.
Losada se hermana con Alberto en la teatralización de los supuestos y deberá mantener por ahora sus argumentos con esfuerzos personales, mientras ruega que los desarrollos de la IA le ofrezcan la creación de un domicilio ficcional que haga a todos olvidar de que, al final, hasta los nuevos políticos se parecen a los viejos.
*Sociólogo.