Sr. Presidente de la Nación
Ing. Mauricio Macri:
Con todo el respeto y la consideración que conlleva su cargo, me tomo el atrevimiento de molestarlo durante su descanso de Semana Santa para compartirle la desazón que me provoca que, en medio de la grave crisis que padecemos, usted se tome una vez más unos días de relax.
Entiendo que su esposa y su hija menor son su cable a tierra, sobre todo en medio del estrés que genera una función como la que cumple en estos tiempos tan difíciles. Rodearse y cobijarse en el amor de los seres queridos es clave.
Entiendo que tomar aire y distancia de la rutina habitual, que puede resultar agobiante, puede permitir la observación de las dificultades desde otras perspectivas. Por eso tal vez la residencia de Olivos o su quinta privada de Los Abrojos no le den la misma paz que encuentra en La Angostura, San Martín de los Andes, Tandil, Chapadmalal o Alta Gracia, sus destinos habituales de reposo.
Entiendo que sus labores no necesariamente se logran ejercer de manera presencial. Aun a la distancia y gracias a las tecnologías de la comunicación, usted transmite decisiones, escucha consultas, debate controversias, zanja dudas. Tengo clarísimo que el hecho de que no esté en Buenos Aires en absoluto paraliza la acción de gobierno.
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Entiendo que sus colaboradores más cercanos ya tienen incorporados sus escapes de desintoxicación física y psíquica. Algunos acuerdan, otros no, pero nadie se anima a sugerirle que no se los tome.
Entiendo todo, señor Presidente.
De verdad se lo digo. Con humildad se lo digo.
Pero sabe qué pasa, Presidente… Pasa que mucha gente la está pasando muy mal en nuestro querido país. Pero mal en serio, eh. No hace falta que me extienda en el repaso, porque usted y sus funcionarios tienen el valor de reconocerlo: aumenta la pobreza, crece el desempleo, los precios se disparan, gran parte de la población no llega a fin de mes.
Usted, señor Presidente, sostiene que hay que luchar, pelearla, que este es el único camino. Que comprende la angustia general, que también es la suya, al explicar que también usted la está pasando muy mal. Lo repitió en el video que hizo el miércoles a la mañana, en un humilde departamento de Colegiales.
Cómo conecta, entonces, su llamado a sangre, sudor y lágrimas con la actitud de tomarse tanto descanso. Ya sé que no acuerda con eso. “No entiendo las críticas de que tome vacaciones. Uno tiene que tener un espacio de tranquilidad y reflexión para recuperar energías”, le dijo a LU5 de Neuquén en el verano.
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Está bien, Presidente, que descanse. Pero solo en los últimos cuatro meses sumó 32 días de pausa. Ocho días por mes, Presidente. En medio de la crisis.
Me podrá decir que no cambia ni mejora nada que se quede acá. No se trata de eso, sino de tener gestos hacia una sociedad muy castigada, muy angustiada. Su actitud no escapa de ser interpretada como de ausencia de empatía. Su “yo” por encima del “todos”. Y en medio de la crisis, esa comunicación agrava el malhumor.
No tiene un trabajo normal, señor Presidente. Aunque le recuerdo, respetuosamente, que fue usted quien quiso este trabajo, que millones de argentinos votaron dárselo y usted insiste con que quiere seguir teniéndolo los próximos cuatro años. Lo titánico de la tarea no se condice con sus escapadas.
Disculpe molestarlo en su descanso, Presidente. Lo saludo atentamente.