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Cómo cuidamos nuestro futuro sin cuidar a la niñez

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Desigualdad infantil. La pandemia la expuso más que nunca y no se tomaron ciertos recaudos. | Télam

Mucho se habla sobre el futuro del mundo y los países pasada la pandemia. Hay muchos análisis de los impactos de la pandemia, en general negativos, aunque muchos no son consecuencia directa del covid-19, son previos, y la pandemia los visibilizó. 

En general esto se tradujo en la profundización de desigualdades, especialmente que afectan a las mujeres y a la niñez. Desigualdades que se expresan en lo económico, social, familiar, laboral, político y en la valoración cultural. 

Durante siglos las mujeres para el derecho fuimos consideradas incapaces, al igual que la niñez. Esto fue cambiando lenta pero persistentemente a lo largo de los años, especialmente desde el siglo XX, cuando las mujeres y también la niñez fueron reconocidas como sujetos de derecho. 

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En el caso de las mujeres, los avances fueron mayores que para la niñez. Algo lógico ya que no fue posible sostener la incapacidad a medida que se avanzaba en la evolución de los conocimientos científicos, sociales, económicos y políticos. Para la niñez no fue tan amplio ni rápido ese reconocimiento, pero ocurrió y continúa ocurriendo, a pesar de la negación de muchos gobiernos y sociedades o grupos sociales.

En relación con la niñez, la pandemia generó medidas preventivas que afectaron la vigencia de sus derechos, según la Convención de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, que fue ratificada por una gran mayoría de países del mundo y establece estos derechos. 

Ante la transitoria superación de la pandemia se empezaron a considerar esos impactos negativos basados en la negación de los derechos de niñas, niños y adolescentes. 

El principal, por el cambio de la escolaridad presencial a la virtual. En la virtualidad aparecieron rápidamente las desigualdades de la niñez de países, regiones y/o sectores con mejores accesos a bienes, individuales y colectivos, que permitieron una educación virtual mejor, más similar a la presencial en cuanto a adquisición de conocimientos. 

Tener una computadora propia y/o un teléfono celular de tecnología avanzada propio fue básico. Además, se necesitaba acceso a internet, algo que no es igual en todos los países ni dentro de los países. 

La Argentina es una muestra de las variaciones, un país muy desigual económica y tecnológicamente con diferencias entre áreas rurales y urbanas, entre la población pobre y las de nivel medio o alto. 

Recordar que antes de la pandemia el nivel de pobreza en la niñez rondaba el 50%, eso indica la diferencia de acceso a teléfono celular y/o computadora propia, sumado a la falta de acceso a conectividad, incluso en ciudades, como en las villas de la Ciudad de Buenos Aires. 

A esto se sumaron los problemas psicosociales por falta de la presencialidad escolar, imprescindibles para una adecuada socialización y desarrollo personal. Esto produjo depresión, inestabilidad emocional y retroceso en el lenguaje y otros efectos que registraron las familias.  

La Educación Sexual Integral, que no se incorporó en la virtualidad en el país, dejó a la niñez y la adolescencia sin acceso a información en momentos en que aumentó el riesgo de padecer violencia sexual y la necesidad de acceso a servicios de salud y a información sobre la sexualidad. 

Ahora esto merece una consideración especial para su reparación, que no se logra solo con recuperar la presencialidad escolar, si bien es clave. Necesitamos políticas que se ocupen de las desigualdades individuales y colectivas que impiden que se garanticen los derechos de la niñez.