Macri y la economía argentina no tienen muchas chances. Arribado a este punto, y por más que logre salir airoso de la tormenta, el corto plazo pasará factura e importará más si la provocó o no pudo evitarla que su capacidad para pilotear en medio del diluvio.
Quienes miran y analizan el mundo calculan y proyectan. De aquí a diciembre la tasa de interés en Estados Unidos tiene dos subas más por delante, lo que alejará más capitales de los países emergentes. De ahí que la tendencia será de más devaluaciones de monedas locales, independientemente de lo que hagan esos países, a los que les quedará la chance de articular medidas para atenuar la pérdida de valor irreversible frente al dólar.
Dujovne será bien recibido en el FMI y el país es visto con buenos ojos en Estados Unidos, pero a la hora de los resultados será más la foto del respaldo a una propuesta que podría haberse aprobado a la distancia. El país de Trump está más pendiente de China y los mercados internacionales tienen como prioridad a Turquía y no a estas pampas.
La tasa de Estados Unidos seguirá subiendo y las monedas emergentes sufrirán por la apreciación del dólar
Con este escenario, uno de los pocos caminos que le quedan al Gobierno es jugarse a todo o nada. Esto es: para el mundo económico lo único que puede devolver la confianza es un plan de déficit cero con acuerdo político.
Se habla de sumar otras retenciones y recortar otros subsidios (con más costo social), pero con una presión tributaria que ya ronda el 45% del PBI cuesta imaginar ir mucho más lejos.
La alternativa, eje de disputas en la mesa chica, pasaría por sentarse con los gobernadores, plantear la reducción del déficit como tabla de salvación para todos y lograr la aprobación del Presupuesto. No será gratis. Habrá que rediscutir la coparticipación sin que las provincias sientan el ahogo (¿ceder regalías?), aun sabiendo que en ese camino se fortalecerá la construcción de un gobernador-candidato competidor para las elecciones.
Así y todo no habrá nada para festejar. Una apuesta a un duro recorte fiscal impondrá más ajuste en los bolsillos de la sociedad ajustada y no garantiza que el dólar no siga buscando su techo, que las tasas no le compitan y que la inflación acomode aún más los precios relativos. En algún memorioso retumbará la ochentosa y fallida “economía de guerra”.
Un acuerdo político necesitará suficiente firmeza para actuar como dique de la conflictividad social en aumento. El costo de la impopularidad será tan alto como la recesión que, en el mejor de los casos y si todo sale bien, recién podría dar respiro para abril o mayo.
No parece el timing ideal para encarar con ambiciones una campaña electoral y hoy cuesta imaginar a un electorado dispuesto a discriminar entre la crisis heredada y la impericia para gestionarla.
Aunque suene dramático, la política argentina parece repetir el karma de dejar pasar otro tren. Quizás esta vez el precio a pagar sea resignar la oportunidad de ser el primer presidente no peronista reelecto y conformarse con ser el primero en completar íntegramente su mandato.