Para aclarar: la pregunta del título no es ética, ni moral. En la vida seguramente se debería elegir por la verdad, aunque a veces hay omisiones o “mentiras piadosas”, pero en lo esencial esta cuestión se refiere a qué les conviene más a los políticos en la campaña presidencial.
La ley del deseo. Se trata de elucubrar si los candidatos se tienen que adaptar a los deseos y expectativas de la ciudadanía que necesitarían perspectivas optimistas, o expresar la cruda realidad y decir lo que harían en forma concreta si fueran electos. Se trata de una vieja discusión que hoy cobra nueva actualidad. Pero la primera pregunta es de cuál “verdad” se habla, cuando la humanidad ha abandonado la era de las verdades religiosas o políticas indiscutibles.
Una verdad muy reiterada es que la Argentina para superar sus problemas económicos acuciantes como la inflación, inestabilidad cambiaria o pobreza, el próximo gobierno debería realizar un megaajuste del orden de ocho puntos del PBI para equilibrar las cuentas públicas.
El ajuste (palabra tabú de la política local) afectaría en forma extendida a las ciertas funciones estatales, llegando a serios recortes a áreas sensibles como obra pública, jubilaciones, salud, educación, programas sociales, etc. También para unificar el tipo de cambio se debería afrontar una fuerte devaluación inicial y de esta forma terminar con el cepo. Es sabido que los efectos políticos y sociales que generan las mega-devaluaciones se pueden medir en escala de Ritcher. El tema no termina ahí, también gran parte de los analistas económicos plantean que se debe dar un corte radical al déficit cuasi-fiscal, lo que traducido al criollo significaría la conversión de las Leliqs y otros bonos del Tesoro a bonos de largo plazo, con el consiguiente congelamiento de los ahorros en plazos fijos y fondo de inversión que hoy tienen millones de argentinos. No es algo novelesco, sino que ocurrió en el país en otras oportunidades.
Relatos salvajes. La discusión sobre cómo deben afrontar los políticos tales cuestiones en campaña es fuerte. Una posición es que si no se explica con dramatismo ese futuro inmediato será imposible gobernar, no se podría construir la legitimidad pertinente para afrontar ese camino a todas luces impopular.
La otra mirada es que nadie puede ganar unas elecciones prometiendo recortes y sacrificios. No se trata de una discusión de literatura académica en congresos nórdicos, sino baste con recurrir a la edición del domingo pasado en PERFIL.
Allí en la larga entrevista que tuvo Jorge Fontevecchia con Patricia Bullrich, la candidata planteó: “Hoy en día, las medidas que estamos planteando son las medidas que la gente sabe. Creo que sería peor hoy mentirle a la gente y decirle: “Mirá, todo va a ser fácil, esperanza, bienestar, vas a vivir bien, vas a tener todo mejor”. No, las cosas van a costar, enderezar un país que viene torcido, que viene enmarañado, lleno de malezas, es una tarea compleja y la gente lo sabe”. En la misma edición Jaime Duran Barba explicaba con crudeza la posición contraria: “Si el candidato ofrece un orden que va a empeorar mi presente, para que sobre mis cenizas los políticos construyan un futuro, en el que ni siquiera sé si tendrá espacio mi familia, prefiero que siga el desorden vigente o que venga la locura total. Total, por allí puede pasar algo que me convenga”. Las diferencias están sobre la mesa.
Se debe decir que en los últimos meses Bullrich fue modificando sus estrategias discursivas ya no pensando en las primarias con Horacio Rodríguez Larreta sino apuntando al electorado de Javier Milei.
Se sabe que el libertario es quién viene expresando la necesidad de reducir el Estado a sus funciones mínimas (defensa, seguridad y justicia) y realizar una dolarización de la moneda corriente. En cambio, Rodríguez Larreta se aferra a la Biblia duranbarbiana de plantear que se debe hacer un cambio de rumbo (en lo que acuerda el 95% del electorado), pero sin dar precisiones sobre cuestiones en concreto, ni sobre los efectos de este cambio. Cuando emerge la repregunta sobre sus posibles medidas, la respuesta del jefe de Gobierno porteño suele ser evasiva sobre la base de que depende de cómo se encuentre la situación cuando tenga que asumir.
Dentro del PRO todavía se discute si Mauricio Macri debería haber dedicado su primer discurso en la apertura de sesiones de la Asamblea Legislativa a explicar el “presunto” caos económico con el que tomaba el país. Algunos sostienen que si hubiera sido franco con la perspectiva hubiera podido tomar la diagonal del shock en vez de encarar por la agónica ruta empedrada del gradualismo.
El acento en presunto es porque parte del discurso central de Cristina Kirchner, como se pudo observar en el acto del 25 de Mayo es que entregó un país desendeudado y con el salario en dólares más alto de América Latina.
“Todos progresan menos vos”. La experiencia política argentina reciente inclina la balanza hacia las tesis de Duran Barba en cuanto al deseo colectivo de salidas mágicas y propuestas simplonas y milagrosas. Pasando por el salariazo y la revolución productiva de Carlos Menem, al llenar la heladera de los argentinos de Alberto Fernández se puede hacer una hacer una cronología de los eslóganes fáciles y pegadizos que animan a las campañas electorales, más allá que este factor es un subproducto de la profesionalización de la política y el avance de la comunicación y marketing electoral.
No obstante, no se puede negar que buena parte de la sociedad atraviesa una suerte de depresión colectiva de ver al país atravesar por crisis recurrentes y una extendida sensación de estancamiento.
Sin embargo, este permanente recuerdo del famoso pasacalle con el texto “todos progresan menos vos” no quiere decir que resulte realista pensar que por ejemplo, un asalariado formal esté dispuesto a resignar su aguinaldo en nombre de un orden económico más racional. Este ejemplo se extiende a empresarios, sindicalistas, dirigentes de movimientos sociales y totalizador etcétera.
*Sociólogo (@cfdeangelis)