La semana que hoy concluye fue un torbellino de información, opiniones múltiples, hitos fundamentales en el proceso de transformación de una sociedad que parecía adormilada ante hechos graves que afectan a mujeres víctimas de abusos, acoso, violación y pérdida de la vida a manos de hombres sin escrúpulos, emergentes de miles de años de sociedades patriarcales. La grave denuncia por violación formulada públicamente por una actriz contra el actor que debía protegerla por ser aún una adolescente menor de edad, demanda en estos días un cuidadoso tratamiento por los medios de comunicación. Por lo que se vio, escuchó y leyó, no siempre este principio ético fue cumplido.
Escribió Herman Hesse en El lobo estepario (autor y libro que casi todos leyeron para luego abjurar de sus contenidos): “Hay tiempos en los que una generación entera queda atrapada entre dos épocas, dos formas de vida, con la consecuencia de que pierde todo poder de comprenderse a sí misma y se queda sin criterio, sin norma, sin seguridad, sin resignación siquiera”. En cierta medida, es lo que viene sucediendo en estos momentos tan cambiantes, tan veloces en las transformaciones, tan asombrosos por los acelerados cambios de paradigmas y conductas sociales que parecían inamovibles. ¿Cuánto tiempo pasó desde las primeras expresiones de Ni Una Menos? Nada, casi. Sin embargo, lo que la mujer –individual y colectivamente– viene fogoneando con creciente protagonismo es una aplanadora que parece no tener límites.
A veces, la literalidad conspira contra la interpretación de las frases y cierra el paso a la poesía.
Para quienes ejercemos este oficio, es deber ineludible poner énfasis en el cuidado con el que deben ser tratados hechos y palabras. Por cierto, posicionarse en cercanía de las víctimas no debe ser una actitud oportunista o acomodaticia, sino la decisión más sabia y más justa. Tratar de manera rigurosa, sin concesiones, los dichos y actitudes de victimarios, presuntos o no, resulta una misión sin dobles interpretaciones. La carta que publica hoy la lectora Edith Michelotti parece plantear un camino diferente, subordinado a los dictados de la Justicia: en tanto esta no falle, los medios deberían abstenerse de opinar. No es así: el periodismo responsable tiene la obligación de difundir cuando los hechos pasan de la esfera de lo privado a la de lo público.
El especialista en ética periodística Javier Darío Restrepo –citado con frecuencia en esta columna– escribió: “Cualquier hecho contextualizado que muestre el marco en que se desarrolla está dando una información inteligente. Si uno se centra en lo sensacional, incurre en una deformación de la verdad. Contextualizar obliga al lector a mirar no solo con los sentidos, sino con la inteligencia".
En verdad, la pregunta es cuándo resulta válido pasar de la intimidad a lo público. La respuesta es simple: siempre que los hechos en revisión afecten directa o indirectamente la conducta, la sensibilidad, los intereses de la sociedad, la transferencia de lo privado a lo público es obligación de los periodistas y los medios. El cómo entra ya en otro plano: el de la responsabilidad y el respeto por principios éticos que no deben ser violados. Debo decir que lo publicado por PERFIL en relación con estos acontecimientos responde a estos preceptos.
Lector callejero. El señor Alejo Neyeloff se queja por lo que considera un error en el breve recuadro publicado el domingo 9 en el suplemento Acciones para la Participación Ciudadana. Se menciona allí el cruce de las calles Einstein y Ventana, en el distrito tecnológico porteño. Es cierto lo que señala el lector: Ventana se llama así porque fue bautizada pensando en la Sierra de la Ventana. Sin embargo, el texto no afirma que el nombre de la calle está referido a “la abertura que se deja en paredes para proporcionar luz y ventilación”, como escribe el señor Neyeloff, sino que parece más bien un recurso metafórico que no niega el verdadero origen del término. A veces, la literalidad conspira contra la interpretación de las frases y cierra el paso a la poesía.