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De los fallos de mercado a los fallos de Milei

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Con los ojos en la nuca: el discurso de Milei en el Foro Económico de Davos fue prediluviano. | afp

“Davos vergüenza” fue título del comentario de apertura del programa del jueves de Radio Perfil y NET TV tras el discurso de Javier Milei en el Foro Económico de Davos, que se resume en el siguiente video:

Deseo hoy aquí concentrarme en un solo aspecto donde se visibiliza el núcleo de la posición teórica y psicológica de Milei, que se desprende de considerar que no existen los fallos de mercado exhibiendo un fanatismo fundamentalista y una concepción metafísica del mercado como credo.

A la mayoría de la audiencia aun aquella interesada en temas económicos, la expresión “fallos de mercado” puede no significarle mucho, de hecho, es un tema cuya existencia la academia económica no solo dio por aceptado hace más de un siglo, sino que toda la ciencia económica moderna se dedica fundamentalmente a debatir y proponer diferentes formas de solucionar los fallos de mercado, para contribuir a la mayor generación de riqueza sirviendo al interés público.

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Negar el cambio climático como las inequidades de género, es fruto de la misma insubordinación con la realidad que lleva a negar los fallos de mercado. Un ejemplo clásico de fallos de mercado es la Gran Hambruna de Irlanda entre 1845 y 1849, que mató a un cuarto del total de la población, mientras los productores maximizaban su beneficio exportando alimentos a Inglaterra, quien pagaba mejores precios que los que podía pagar la población local.

Los fallos de mercado no se producen por “culpa” del mercado de la misma forma que un error en una cuenta no se produce por falla de la matemática, el mercado como la matemática, responde tautológicamente y somos los humanos quienes utilizamos esas herramientas con diferentes destrezas.

Los fallos de mercado son producto de la competencia imperfecta, es decir cuando casualmente el mercado está afectado y no se produce la competencia perfecta, algo solo posible en una construcción teórica sin que por eso se le quite su utilidad didáctica. El ejemplo clásico es la concentración en monopolios u oligopolios con poder de fijar precios, impidiendo o controlando el surgimiento de nuevos competidores. De hecho, el núcleo de los pronósticos del marxismo se basaban en la tendencia a la concentración del capital orientando al capitalismo a la continua mayor formación de monopolios, para luego implosionar por la propia sed de los capitalistas por maximizar su beneficio. Mientras que la ciencia económica se dedicó a resolver ese problema, para que no se cumpliera el vaticinio marxista.

Medio siglo después de que Marx escribiera su El capital: crítica de la economía política, Lenin explicaba en 1917 que “menos del uno por ciento de las empresas en Alemania concentran tres cuartas partes del total de la fuerza motriz de vapor y electricidad (...) y casi la mitad de la producción global de Estados Unidos se encuentran en manos del uno por ciento del total de las empresas”. Para el marxismo la competencia imperfecta no es un fallo de mercado corregible, sino la esencia del problema del capitalismo: “el monopolio es una ley general y fundamental de la presente fase del capitalismo”. El capitalismo fue una fase superadora y progresista del feudalismo, pero en absoluto “definitiva”, apenas “una fase en el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad humana”, condenado a ser superado por formas productivas más avanzadas que surgirán de su propio seno, sostenían.

En gran medida, la Gran Depresión de 1929 demostró que el sector privado sin la intervención del Estado era incapaz de resolver la crisis llevando a Estados Unidos a una recesión y desempleo socialmente intolerable e incumpliendo dos de los Teoremas del Bienestar, por el cual toda economía es eficiente en el sentido de (Wilfredo) Pareto –citado por Milei en Davos– si: “la asignación de  recursos  tiene la propiedad de que no es posible mejorar el bienestar de ninguna persona, sin empeorar el de alguna otra” y “toda asignación de recursos eficiente en sentido de Pareto puede alcanzarse por medio de un mecanismo de mercado descentralizado”.

La asimétrica distribución del “poder de mercado” llevó a la creación de leyes antimonopolios y legislación de protección al consumidor. Pero no solo se combate desde los estados la avaricia extrema del capitalista, imponiendo controles que penalicen los abusos de posición dominante resuelven las fallos de mercado, porque hay mucho más. Otro ejemplo menor son lo inverso a los monopolios, los menos conocidos monopsonios (China lo intenta con ciertas commodities) u oligopsonio, en este caso, un cartel de compradores que controla el precio en lugar de hacerlo los vendedores.

El mercado de competencia perfecta requiere que los individuos (familias, grupos, empresas) tengan preferencias racionales, que los individuos maximicen su utilidad y las empresas su ganancia, y que los individuos actúen independientemente entre sí (sin cartelizarse) sobre las bases de información completa y relevante igual para todos. Lo que es virtualmente imposible generando otras formas de fallos de mercado. 

También existen acciones de los agentes económicos que tienen efectos colaterales sobre el bienestar de otros individuos –presente o futuro– que el mercado no tiene en cuenta: la contaminación, por ejemplo. La búsqueda de eficacia del mercado no persigue la equidad.  El mercado es un sistema de incentivos, no el único. Tampoco todos los bienes pueden ser comprados, o perdería su valor si pudieran serlo. El mercado y el Estado no son antagónicos, sino son complementarios.

Aristóteles ya hablaba de la situación de un solo vendedor y varios compradores, en 1516 Tomás Moro también los menciona en su Utopía. Adam Smith en 1776, en medio de la época colonial-mercantilista escribió: “los monopolios son enemigos de una buena gestión (...) el precio de monopolio es siempre el más alto”. Los monopolios que Milei dice que no son un problema, no solo tienen que ver con la economía sino del poder y de la política. 

El estancamiento del crecimiento de los salarios en occidente, el aumento de la desigualdad en la distribución de la renta en todo el mundo, que el uno por ciento más rico pague menos impuesto que un obrero (ver el reportaje al Director del Observatorio Fiscal Europeo, Gabriel Zucman, respondiendo a las teorías tributarias de Milei) que se viene produciendo en los últimas décadas –otras formas de fallos de mercado–, coincide con otro tipo de externalidades de la economía: en las últimas tres décadas las grandes empresas multinacionales organizaron cadenas de producción globales que redujeron el poder de intervención de los estados. 

Fueron el keynesianismo, la socialdemocracia y parte de los neoclásicos criticados por Milei los constructores del Estado de Bienestar que produjo el gran salto económico de la humanidad, durante el siglo XX y que la globalización con la pérdida de poder de los estados vino a corroer. Eso no debe ocultar que en algunos países –como el nuestro– una sobreestatización, sobrerregulación y sobreprotección genera el efecto opuesto al buscado y sea prudente desestatizar, desregular y desproteger en alguna proporción, pero hecho racional y no mesiánicamente.

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