Recientemente, a través de la red estadounidense Truth Social tomaron estado público unas declaraciones del presidente Donald Trump, sobre un concepto de alto impacto en el ámbito internacional y en nuestro país: la obediencia debida en las Fuerzas Armadas (FF.AA).
Según algunas fuentes, Trump había exigido arresto, juzgamiento y duras penas (incluida la pena de muerte por traición a la Patria) “para seis legisladores demócratas que publicaron un video en el que recordaban a los militares su obligación de rechazar órdenes ilegales” (La Nación, 21 de noviembre 2025).
Si mal no recuerdo, el Código de Justicia Militar de los Estados Unidos (EE.UU.) impone obedecer solo órdenes legales y juran defender la Constitución Nacional. Conceptos rectores también en nuestro país, y me permito hacer algunas reflexiones en tal sentido.
"Un militar no es un mero cumplidor de órdenes que puede desvirtuar la noción de obediencia decbida"
En el Ejército Argentino, la influencia alemana de la Reichswehr (Fuerzas de defensa del Reich) de la Primera República (1919-1933) y de la Wehrmacht (Fuerzas de defensa del Tercer Reich) del período de Hitler (1933-1945), orientó a una obediencia absoluta (ciega) en lugar de priorizar una obediencia funcional. Ello duró varias décadas, originó falsas lealtades, afectó el orden constitucional cual pretorianos de una Roma muy tardía y afectó a generaciones. Algunas consecuencias fueron los cuatro últimos golpes de Estado del siglo pasado (1955-1962-1966 y1976), decenas de “chirinadas” y deformación del real concepto de “obediencia”, tan íntimamente ligado al de “cohesión”. Este último es la acción y el resultado de compartir un ideal común entre los integrantes del Ejército, pero exige conocimiento mutuo, tiempo para lograrlo y adiestramiento conjunto, de lo contrario, de nada serviría disponer de un excelente equipamiento y armamento. Un viejo reglamento de conducción del Ejército priorizaba la cohesión en estos términos: “Una tropa que posee una cohesión puramente externa, pero que carece de la solidez resultante de una larga educación e instrucción, fracasa en el momento de peligro y bajo la impresión de acontecimientos imprevistos” (RRM 55, 1ra parte, editado en 1940).
En varios aspectos la Guerra de Malvinas fue una muestra de lo citado, y así lo sintetiza el Informe Rattenbach: “Como ha ocurrido siempre en las circunstancias críticas, el comportamiento de las unidades en combate fue función directa de la calidad de sus mandos”.
Un militar no es un mero cumplidor de órdenes que pueden desvirtuar la noción de obediencia debida, que debe ser una “obediencia inteligente” muy lejos de ser una obediencia ciega, como lo pregonaron los altos mandos de las FF.AA. en la última dictadura –tenían poder de decisión y dominio del hecho– y no obviaron ordenar abominables delitos. Varios de ellos, en la respuesta al aberrante accionar del terrorismo contra el Estado cometido por organizaciones terroristas marginales, invocaron sarcásticamente el precepto bíblico del Antiguo Testamento (Éxodo, 21-24, Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie…). “Suena atroz, pero fue un principio que canalizó y racionalizó la venganza. La revancha tiene que corresponder al otro, no puede proliferar, sino que ha de atenerse a las dimensiones del hecho. En este sentido, constituyó un progreso que sigue válido en la jurisprudencia actual” (Papa Benedicto XVI, Dios y el mundo, pág. 198). Los Altos Mandos nunca se arrepintieron y varios, en el 2005, públicamente reconocieron la impartición de órdenes inmorales e ilegales a la escritora francesa Marie-Monique Robin (Escuadrones de la Muerte, pág.417/22). No puedo omitir citar que los militares desde 1983 egresan vigente la democracia, y que la mayoría de los militares de entonces también fueron ajenos a cualquier conducta ilegal o inmoral.
La relación entre el mando y la obediencia es impersonal y constituyen virtudes militares. El mando en todos los niveles exige conocimiento, firmeza, equilibrio, afecto y respeto hacia los subordinados. La obediencia debe ser valorada en su esencia y en su complejidad; todo militar debe dar y recibir órdenes en la medida en que cumple un rol en la estructura castrense, pero debe hacerlo como un ser moral individual. Nunca se debe ordenar hacer algo ilegal o inmoral; si alguien cumple una orden de esas características deja el terreno de la virtud para entrar en la inconducta o el delito. En síntesis, cuando una orden entraña la ejecución de actos manifiestamente contrarios a las leyes de la Nación (o a los usos y leyes de la guerra), en particular contra la Constitución Nacional, ningún militar estará obligado a obedecerla.
"Nunca se debe ordenar hacer algo ilegal o inmoral; si alguien cumple una orden así entre entra en la inconducta o el delito"
Cuando incursionamos en la vida de los grandes conductores militares, encontramos ejemplos de desobediencias que privilegiaban un fin superior y desechaban la nefasta e inadmisible obediencia ciega: entre otros: San Martín, Belgrano, We-llington, De Gaulle, Zhukov, Rommel y Rabin. En muchos casos, la desobediencia es un curso de acción ético, compatible con la protesta moral, pero para que esta propuesta tenga valor es necesario exponerse y afrontar las consecuencias personales. Una orden no es una pregunta, una sugerencia, una insinuación o una invitación, tiene características compulsivas; la obediencia instantánea del subordinado es compatible con la negativa de hacer algo ilegal. Quienes conocen la vida militar saben que los planteos morales ante el acto de impartir o cumplir una orden solo surgen en situaciones excepcionales. n
(*) Exjefe del Estado Mayor General del Ejército (1991- 1999)