Coronación interna, efímero monarca. Transitorio el reino de Luis Caputo, quien tardó apenas 15 días en saltar a la gloria heroica y, ahora, navegar hacia un destino de opacidad general. Lo había ungido Macri por arrancarlo de la crisis cambiaria luego que le advirtiera, como otros asesores, por un eventual epílogo dramático si mantenía la errática conducta del Banco Central en manos de Federico Sturzenegger. Hay que ir al FMI y cubrirse las espaldas con un prestamista de última instancia para no terminar como Fernando de la Rúa, sugirió. Avalaban Rodríguez Larreta, influido por un banquero amigo, y su socia en la consulta, María Eugenia Vidal. Consentía hasta Dujovne, cuya sintonía con Caputo siempre ofrece disrupciones menores. Solo la Jefatura de Gabinete exhibía cierta resistencia por la repercusión políticamente incorrecta de la decisión. Igual, para ese trío devaluado que eran los ojos de Macri, tampoco había otra alternativa.
Allá vamos. Se operó entonces el ingreso al dorado mundo del Fondo, hubo un crédito monumental para presumir del préstamo más grande del mundo. Y en tiempo récord para las costumbres, con la asistencia obvia de Trump, favor hasta ahora no reconocido públicamente. Además, para el bolsillo del caballero, dos socorros duales de 4 mil millones de fondos privados y un adicional: el upgrade en la calificación financiera de frontera a emergente que también prometía aliviar las turbulencias del dólar.
Gran parte de ese proceso la encabezó Caputo, el nuevo rey. Y al Macri exhausto y desesperado lo ganó la euforia: agradecido al cielo con los brazos abiertos, arrodillado. Parecía Messi luego del gol a Nigeria. Ningún pájaro de mal agüero le comentó que De la Rúa, antes de venirse abajo, había logrado un formidable blindaje para sus déficits, y los tutores internacionales de aquellos tiempos estuvieron a punto de convertir al país en investment grade, categoría aun superior a la que ahora le brindaban a su gobierno.
De meritorio trader como ministro, Caputo pasó entonces a sumo pontífice de la política monetaria en el BCRA: había sacado la espada Excalibur de la piedra, el dólar estaba vencido. Macri consagró al salvador, quien impedía –como la leyenda británica– que perdiera sangre el Presidente, mientras el Versalles de Olivos se rendía ante el nuevo preferido.
Como suele ocurrir en todos los gobiernos, alguien fuera del patrón clásico del entorno se convertía en estrella, y estrellas como Peña desvanecían su poder seductor. Ni el famoso señor Quintana. Tampoco importó cierta cándida necedad del flamante personaje promovido: nadie se acuerda del papelito en el Congreso pidiendo clemencia a sus interrogadores ni su cuestionable declaración de que perder 11 mil millones de dólares en reservas era lo mejor que nos había pasado. Fatuidades aparte, la alfombra roja estaba a sus pies y hasta un excomulgado cronista retrataba su meteórico ascenso, en estas líneas de PERFIL, hace una semana.
Efímero. Duró un fósforo esa entronización. Cuando todos respiraban con mediana normalidad y Macri se prevenía por las exigencias del compromiso internacional, se derrumbó la casa del segundo chanchito sin que nadie lo imaginara: el temblor afectó a estados vecinos pero hizo el doble de daño en esta tierra. Insólito, como si la Argentina fuera la cabeza de la serpiente cuando la trataban como el animal ejemplar que no contraía vicios populistas. Sin embargo, desde hace 72 horas padece una agresión superior, un overshooting impensado frente al resto de los emergentes: volatilidad extrema, suba del dólar a pesar de las garantías del FMI, violenta caída de las bolsas, ni hablar de los bonos, hasta se empezó a nutrir como peligro el aumento del riesgo país.
Ni Caputo, claro, quedó en el pedestal. Su gigantografía financiera exhibe agujeros y el funcionario ya no es una deidad. Por el contrario, Macri comenzó a quejarse en su mesa chica por la recomendación de apartar a su amigo de antaño, Sturzenegger (si el sucesor, ayer, repetía la misma estrategia de ventas).
En rigor, son angustiosas y variadas las quejas del jefe de Estado, ya que extrañamente le cuesta o no sabe entender al capital –quizás porque siempre dispuso de abundantes recursos en la vida privada y en un distrito rico como la Capital–, que hace más de un año hacía cola para aterrizar en el país y, ahora, sin que mucho haya cambiado en su geografía numérica, pugna por escaparse, huir, de un lugar inviable.
Facturas. Algo decepcionado, quizás consigo mismo, cruzó Macri reproches con un pasmado Rodríguez Larreta y la misma Vidal, ahora inhibida por la complicación de sus planes futuros en la Provincia y cierto disgusto callejero: en las últimas horas le han hecho escraches a la salida de un hospital y tuvo que retirarse de un recinto por la puerta trasera luego de escuchar un rosario de insolencias vertidas por un cura (Lugones) con instrucciones del Vaticano. Ahora discuten si va a poner la mejilla otra vez ante sacerdotes a los que les paga un sueldo o si procederá como Raúl Alfonsín, cuando le replicó a un obispo en el medio de una homilía.
Conviene observar que en Cambiemos no suelen ocurrir excesos hormonales. El trío Macri-Larreta-Vidal más un Peña, que es la otra cara del Presidente, no encuentran la clave de la cerradura: hasta evitaron endosarle la culpa de sus penurias a la oposición. Ni a Cristina.
Menos parece alcanzar la intimidatoria propuesta de que a los inversores les conviene sostener esta administración y que perdure después de 2019, debido a que un reemplazo no deseado les complicaría aún más la vida. En todo caso, ese argumento acelera hoy la salida de capitales. Sí esbozaron débiles argumentos para explicar la crisis por la ciclotimia externa y la propia vulnerabilidad de país africano.
Piensan ahorrar imponiendo tributos a los viajeros al estilo soviético o quitarle subsidios de todo tipo a la Patagonia, que descargaría presión sobre otras provincias. Desechan, a pesar de haberlo anunciado, reducciones en el sector público. Otra variante, tal vez, sea encarar de nuevo y disimuladamente otra negociación con el FMI, que convertiría el acuerdo en más fugaz que el reinado de Caputo.
Habrá que confesar y decir que alguien se equivocó con los números.