Anna Magdalena Bach, la segunda esposa de Johann Sebastian, una reconocida cantante y copista, solía incorporar modificaciones en las transcripciones de la música de su esposo al punto de que algunas de sus obras más populares (el aria de las Variaciones Goldberg, algunas de las suites para cello) serían virtualmente de su autoría.
Joao Guimarães de Rosa, el mayor novelista brasileño del siglo XX, colaborando con la traducción al inglés de Grande sertão, modificó su estilo acomodando su portugués localista y complejo a la eficiencia lingüística anglosajona, con expresiones más simples y universales, para hacer más accesible el texto a los lectores extranjeros.
La conocida muletilla traduttore traditore se refiere a la imposibilidad de la traducción perfecta, pero podría también aplicarse a las prerrogativas de la edición, del editor como intérprete y, en última instancia, como impensado coautor.
¿Dónde termina la edición y comienza la creación?
El manuscrito original de Tierra yerma de T.S. Elliot, tal vez el poema en inglés más importante del siglo XX, se benefició de la purga de párrafos completos a manos de Ezra Pound –incluyendo el epígrafe, una cita a El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad con las últimas palabras de Kurtz (“¡El horror! ¡El horror!”), y todos los poemas breves que Elliot usó como separadores de las cinco secciones de la obra. La célebre línea con que se inicia el poema (“Abril es el mes más cruel”) aparecía recién al comienzo de la segunda página. En una carta a Eliott de diciembre de 1921, Pound incluye un poema suyo celebrando la publicación de The Waste Land, donde se describe a sí mismo como la partera: “Ezra condujo la cesárea”, escribe, orgulloso.
De “Qué hablamos cuando hablamos de amor”, la colección de cuentos que hizo famoso al minimalista Raymond Carver, no era tan minimalista en su versión original; el editor Gordon Lish recortó un tercio del texto con el sumario recurso del bisturí, eliminando quirúrgicamente palabras y frases que consideraba innecesarias. “Si tengo alguna reputación o credibilidad en el mundo, te la debo a vos”, le escribió Carver a Lish. Años después se arrepentiría de aquella intervención y se alejaría del editor. Cuando en 2007 el New Yorker publicó, una al lado de la otra, las dos versiones del relato que da título al libro (originalmente llamado Principiantes), las opiniones divergieron: algunos señalaron a Lish como el verdadero padre del minimalismo de Carver; mientras que admiradores menos minimalistas como Stephen King acusaron al editor de desalmado y trucho.
En versión política, el editor del candidato hace focus group para decidir si barba o no barba, si anteojos (¿clásicos? ¿modernos?) o lentes de contacto. Le edita la ropa deportiva, el discurso positivo y breve, el acento camaleónico. Fotoshopista, lo accesoriza con novia joven, lo populariza con objetos telúricos. Productor, le busca gente para abrazar y besar, postea por él para mostrarlo distinto (más parecido al editor), le elige un eslogan, un color. Lo entrena para el programa de televisión, repasa con él las palabras tabú: ajuste, devaluación, mercado, aborto, tiempo; le dice que muestre el libro con la propuesta de gobierno, pero que no lo abra. El editor, cuando “conduce la cesárea” del candidato, ¿se siente él mismo un poco candidato? ¿Qué del candidato es del candidato y qué del editor? (Un día sale a la luz un fuera de cámara o un video crudo que nos deja comparar el producto verdadero con el editado, como hizo el New Yorker con los dos Carver, y todo parece una representación, como en una de Fellini).
Hace dos años, en El futuro del empleo, dos investigadores de la Universidad de Oxford, Carl Frey y Michael Osborne, estimaban, para una larga lista de ocupaciones en los Estados Unidos, la probabilidad de que cada una de ellas fuera sustituida por una máquina en un futuro cercano. Entre los más expuestos había telemarketers, costureras, analistas de crédito, modelos. Entre los menos expuestos (personal trainers, docentes, clérigos) estaban los editores. Los irremplazables productores de mensaje en tiempos de superávit de contenidos y déficit de atención. Al parecer, el editor nos sobrevivirá a todos.
*Economista y escritor.