No creo que ser un CEO exitoso en la actividad privada garantice aptitudes para la administración pública. Tampoco que ser un CEO exitoso en determinadas empresas sea un certificado para ejercer con igual idoneidad en todo tipo de ellas. Especialmente en aquellas empresas donde el producto tiene una significativa participación de componentes simbólicos o intelectuales que no se pueden expresar en una planilla de Excel ni encontrar reflejados en la columna del Debe o del Haber en un balance contable como sucede en el Estado. No es lo mismo, entre varios ejemplos, conducir una universidad, una clínica o un medio de comunicación que una empresa industrial o de servicios.
Los CEO no solo no son siempre aptos para lo público, sino tampoco para manejar capital simbólico privado
En los medios de comunicación se acuñó la metáfora de Iglesia, por la redacción, y Estado, por la empresa, áreas que deben estar sincronizadas pero no igualadas, y en Estados Unidos todas las publicaciones tienen dos staff expuestos separadamente para hacerlo visible.
También en Estados Unidos varias empresas de medios de comunicación tuvieron que respetar el legado de su fundador respecto de que los sucesivos CEO siempre tenían que ser periodistas, y la publicación más importante de economía del mundo, The Economist, tiene un comité desde 1843 (cada vez que fallece uno, los restantes eligen su reemplazante) que se reúne solo una vez por año para confirmar al director de su redacción o elegir al sucesor. En los 175 años que lleva la publicación hubo 17 directores así nominados y el lema de The Economist lo dice todo: “Para tomar parte en la contienda entre la inteligencia, la cual presiona hacia adelante, y la indigna y tímida ignorancia que obstruye el progreso”.
En Francia la formación para la administración pública también está claramente separada de la privada. Y en ese país famoso por la generación de equipos de Estado permanentes el argentino que tuvo acceso a esa educación fue el economista recientemente fallecido Pablo Rojo, egresado de la Universidad de París con doctorados en economía y ciencias políticas porque su padre –Ricardo Rojo–, de origen radical, tuvo que vivir en el exilio durante la dictadura militar.
Al regreso de la democracia Pablo Rojo ganó en concurso para director general de Estudios Administrativos del Instituto Nacional de la Administración Pública (INAP) y fue uno de los pocos funcionarios de alto rango que pasaron de la administración de Alfonsín a la de Menem, porque después de tener en los 80 a cargo el Programa de Reforma Administrativa, en 1990 fue nombrado subsecretario de Desregulación y Organización Económica del Ministerio de Economía. Y una vez concluida toda la reforma en 1994 pasó a ser presidente del Banco Hipotecario, sociedad mixta del Estado, cargo con el que volvió a cruzar de un gobierno peronista a otro radical bajo la presidencia de De la Rúa. Luego fue presidente de la filial argentina del banco público alemán Dresdner Bank y a partir de 2003, asesor de Editorial Perfil. A Pablo Rojo le debe Perfil haber comenzado a desarrollar televisión y radio tras su continua insistencia sobre que internet solo no alcanzaba a darle a una empresa de medios el volumen necesario para continuar teniendo la relevancia que décadas atrás se podía obtener especializándose en un solo tipo de medios.
De Pablo Rojo es la tesis que sigue Perfil sobre que la economía de escala hará que solo sobrevivan las empresas multimedios, simplificada en la frase: “Así como todos los cines serán multisalas, todas las empresas de medios serán multimedios” (además de multimarca y multiplataforma en cada una de ellas). Confirmando su visión, Facebook acaba de lanzar su primera revista, Grow, sumándose a la cantidad de sitios nativos digitales que pasaron a publicar alguna versión física (Facebook launches high-end magazine 'Grow')
Pero Pablo Rojo siempre amó la administración pública. Sus dos libros, El Gran Salto, cómo pasar de la crisis y el default a los primeros lugares de la economía mundial y Comercio internacional y ajuste externo, fueron la forma con la que palió su síndrome de abstinencia de lo público durante el kirchnerismo. Y apostó a Cambiemos afiliándose en 2013 al PRO con la esperanza incumplida de tantos argentinos de que el gobierno de Macri llevara adelante las reformas que, como dice The Economist en su lema, por “ignorancia obstruyen al progreso”. Pero la interna de Cambiemos que se ha devorado a tantos buenos economistas impidió que Pablo Rojo pudiera aportar sus excepcionales conocimientos en administración pública. En su caso, como su padre, Ricardo Rojo, fue actor fundamental de la Unión Cívica Radical Intransigente de Frondizi, su punto de contacto en Cambiemos era el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, quien junto con Emilio Monzó son considerados por el ala política del PRO como personas con “agenda propia” y finalmente “poco confiables”, limitándoles su radio de acción a lo estrictamente imprescindible.
En Cambiemos ven a Frigerio, igual que a Monzó, como "poco confiables" por tener "agenda propia"
Cambiemos y la Argentina se perdieron un ministro que realmente hubiera contribuido a las reformas económicas que el país precisa porque además de los conocimientos contaba con la fuerza de carácter para hacer que las cosas sucedan. En su funeral escuché dos comentarios sobre él: “Iba sin freno por la vida” y “Fue el hombre más inteligente que conocí”.
También para Perfil la partida de Pablo Rojo es una gran pérdida y trataremos de paliar su ausencia teniendo siempre presente sus consejos. A su hermosa familia y amigos, las más sentidas condolencias de los muchos que en Editorial Perfil tuvimos el privilegio de interactuar con él durante la última década.