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El poder es un gigante glorioso

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Macri. Se va simulando exposición total, como el viernes con los granaderos, en contraste con Cristina. | CEDOC.

“Ningún leviatán se mostró de cabo a rabo para que lo retrataran. La ballena viva, en toda la majestad de su aspecto, solo puede verse en el mar, sumergida en aguas insondables; y en esas aguas su enorme masa se oculta como una nave guerrera.”

Herman Melville, Moby Dick.

 

El horizonte se expresa extraño. Quienes lo observan encuentran cosas y movimientos de los cuales todavía no pueden estar del todo seguros, aunque realmente esté allí lo que ven. Cristina Kirchner se erige pronto, ahora mismo, como la incertidumbre primaria y central de la gestión que ya comienza, y esa duda sobre su rol se vincula a la observación de aparentes acciones con influencia por ahora no reconocidas, pero cuyos rastros se despliegan en la cotidianidad política actual.

Para la sociedad moderna, la incertidumbre es una cuestión realmente seria. Gran parte del entramado social está diseñada para reducirla y evitar que las operaciones en las que nos vemos involucrados necesiten nuevas definiciones a cada paso. Desde las costumbres básicas de los saludos, hasta el uso del dinero o cierto respeto a las reglas de tránsito, se expresan todos como ejemplos de recursos sociales establecidos que no requieren una aclaración renovada ante cada episodio. Estos recursos no anulan la aparición de incertidumbres nuevas, en el sentido de eliminar novedades o cambios, sino que se activan para domesticar aquello que se comporta de manera desviada de lo esperado. Aunque resulte paradójico, el cambio es posible solo si una novedad permite adaptarse a lo conocido. Para el sistema político, y para aquellos que lo observan (por ejemplo, desde el sistema económico), el rol de Cristina opera como una especie de novedad que todavía no encuentra proceso claro de domesticación hacia una costumbre conocida y aceptada.

El paso hacia la periferia de la fórmula presidencial, y casi al mismo tiempo, del proceso mismo de la campaña, y ahora en la victoria, coloca a Cristina en una suerte de “no lugar”. Se ven por momentos sus rastros, sus influencias aparentes, mientras se asoma a la superficie como ese leviatán descripto en la increíble Moby Dick, del que nunca se puede ver de forma completa, pero del que se sabe su presencia y se le teme. Se asume que por allí debajo está rondando su reino de poder cuyas dimensiones justas y acertadas nunca podrán ser realmente conocidas, pero aparecen y se sienten solo cuando ella lo decide. Cristina es tanto la frontal y abierta hasta 2015, como la subrepticia e influyente fuera de los micrófonos de finales de 2019, porque ella justamente logra adaptarse con novedad operativa, para sostener la centralidad en los modos tradicionales de manejo del poder.

Para la campaña del Frente de Todos, el tiempo, entre otras cosas, fue utilizado para reducir los miedos a un posible esquema de poder novedoso, pero en realidad conocido. Alberto Fernández no sería dominado por su compañera de fórmula, y esa compañera volvería al poder, con todos sus seguidores, mejor que antes. Reducir el miedo a Cristina operó como un equivalente funcional del intento de miedo a Macri en 2015 en la voz de Scioli. Macri no sería el capitán del ajuste, ni Alberto el vehículo de la ex presidenta. Y así como Macri demoró algunas decisiones de ajuste para no caer en un proceso de pérdida de legitimidad y desarreglo de expectativas, Cristina hace de cuenta que no influye en las piezas del gabinete en una reunión de tres horas en su domicilio particular. El poder es así, actúa parecido donde se lo use.

La despedida de Macri se expresa en sentido opuesto. Mientras Cristina circula por el océano de la política para ser vista solo cuando ella lo decide, el presidente saliente hace uso de la cadena nacional para exponer un video editado, con pantallas que se desdoblan, placas celestes que resaltan sus frases más significativas y sobreimpresos de voz evidentemente grabados con posterioridad, para representar un acto de supuesta visibilidad total. En su gestión todo podría ser visto, hasta sus días interminables de vacaciones y el aumento de la pobreza, dejando como uno de sus logros el contar abiertamente los desastres de una gestión. Según él, no debería ser juzgado por lo bien o mal que gestionó, sino por cómo iba contándolo. De alguna manera, Cambiemos ha sido fundamentalmente una experiencia del saber contar cosas, incluso en la cadena nacional. La usó una vez, no para relatar algo trascendente del país, sino para enunciar cosas buenas y malas de sí mismo. Macri se va simulando exposición total, y quien lo reemplaza se guarda el secreto de los ministros hasta casi el día de la asunción, porque el contraste en el poder es también una estética.

En el culto a la personalidad hay otras pistas atractivas para pensar sobre la lejanía de Cristina Kirchner. Algunos diputados y diputadas juraron por Néstor y por Cristina, es decir, nombrándolos en una acción de construcción de tradición política y sobre todo de pertenencia a personas. La jura de la bandera o jurar sobre la Constitución, como ejemplos solo comunes, suponen actos simbólicos sobre algo superior que se ofrece a respetar, por lo que jurar nombrando líderes políticos equipara a estos a valores superiores y en condiciones de exceder la vida rutinaria de quienes los siguen. De este modo, la colocación de Cristina Kirchner como objeto de jura lleva a ella a un espacio más lejano, excediendo lo terrenal de quienes en ese momento la nombran porque Cristina ya no necesita aparecer.

En el Manuel Belgrano de Halperín Donghi, el prócer aparece como un ser fragmentado, lleno de dudas y obsesionado en cumplir con las expectativas de su padre. A su vez, los retratos de Belgrano son dispares, su cara cambia de una obra a la otra dejándolo casi sin rostro. En la historia nadie es lineal, nadie es siempre igual, nadie es el mismo, y Cristina vence nuevamente porque logra darse un rostro nuevo, logra que la nombren y la imaginen ahora siempre presente como un dios guardián que hará su aparición irrefrenable, si es que alguien intenta cazarla.

*Sociólogo