Coinciden los 4 párvulos como precoces candidatos: queremos ser Presidentes. Así soñaban, como es ya conocido, Horacio Rodríguez Larreta ante dos hermanos incrédulos a pesar de que el padre merodeaba la política. Menos divulgada era la pretensión infantil de Patricia Bullrich y, casi secreta, la de Wado de Pedro en la casa de su familia postiza en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. No se consigna a Sergio Massa, quien ya de crío también revelaba aspiraciones de mando, aunque su ambición podía superar el domicilio de la Casa Rosada.
Una misma peculiaridad o fantasía reúne a los cuatro niños con sus amigos imaginarios de entonces, la obsesión por la Presidencia: cándida contumacia y merecedora de burlas en la infancia del hoy alcalde, complemento reconocido en sus hábitos revoltosos en el caso de la representante del Pro y soliloquios infranqueables entre los tilos y los salames de Mercedes del actual ministro del Interior. En cuanto a Massa jamás pensó en el partido que habría de nominarlo, más bien se imaginó siempre que esas organizaciones se adaptaban a su personalidad. Y no al revés.
Anomia e implosión de Juntos por el Cambio
Como el sillón es único, la quimera presidencial se frustra para alguno de los cuatro. Pronto. Y debido a la inminencia de los vencimientos preelectorales, en los dos grandes bloques políticos se desató un vendaval: Rodríguez Larreta, en busca del paraíso, se enfundó como un kamikaze en la coalición opositora y propuso incorporaciones conflictivas. Un cinturón cargado de granadas. A su vez, Massa lanzó una última embestida para ser el único candidato oficialista y no concurrir a una interna, y estrelló su avión suicida en la Casa Rosada.
Justo cuando a los dos no parece sonreírles el porvenir de las encuestas. Ambos apuestan en mundos diferentes, en apariencia, pero más de uno los identifica como socios y en una propuesta común al final del túnel, acompañados por una parte del radicalismo y la venia inclusive de la misma Cristina, quien en sus dos últimas apariciones pidió olvidar agravios y compartir proyectos con los del otro lado de la grieta. Hasta disponen de un título, si esto fuera cierto, por el cual no pagan regalías: Nueva Mayoría (se supone que Rosendo Fraga, dueño de la marca, no reclamará por este despojo).
Previamente, los hechos: se anunció como una jugada magistral del jefe de gobierno, junto a la cabeza de la UCR, Gerardo Morales, la inscripción de Schiaretti en Cambiemos. Una apertura generosa, amplia. Otros dirigentes venían en el mismo paquete, tipo Randazzo, 3, 4, 5 puntos adicionales al capital propio para vencer electoralmente al kirchnerismo. Pueden ser determinantes en el duelo final, recordar que Scioli perdió con Macri por monedas. A las 24 horas, sin embargo, se desvaneció esa idea de inscribir a Schiaretti y el mismo gobernador cuestionó la oferta en la que estaba empeñado.
En Córdoba se incendió Cambiemos, indignación compartida por Patricia, quien sospechó con razón que el movimiento era mezquino, para disminuirla en la interna y, en particular, ofendió a Mauricio Macri, al que no consultaron por la ampliación partidaria. Tanto que, afectado en la médula de su ego, mandó a decir que a Rodríguez Larreta le quedaba, por su aventura personal, una única salida: “Rendición o muerte”. Y le sugería que se retirara de la contienda como candidato presidencial. Exagerado el ingeniero, aunque tocado en su orgullo de jefe, justo cuando en el medio de la crisis se irá a ver esta semana la final europea con el resultado puesto: gana o gana, tiene amigos en los dos equipos, en el Inter y en el Manchester City. Festeja cualquier victoria por anticipado y, por supuesto, no en la popular.
Manotazo de ahogado de Larreta
De un día para el otro, el alcalde-candidato pasó de las mieles al estiércol, se supone que ahora le resta competir en presunta desventaja con la Bullrich. Y sin poder agregar al Pro figuras como Schiaretti. Para ampliar la base partidaria, como justificó y para cortar el ascenso de un Javier Milei que trastorna a todo el sistema político. No le han creído a Rodríguez Larreta en ese pregón, más bien estiman que su iniciativa individual estuvo amañada por alguien contratado por el gobernador cordobés y el mismo cabecilla porteño: Guillermo Seita. Se supone que de la mesa de los Diez, la craneoteca del jefe municipal, nunca despegará una determinación imaginativa, son gente que solo saben ir al supermercado y pagar en la caja.
Entre el error y la desidia, la movida política sacudió a la colectividad propia del Pro en Córdoba, logró enmendar la relación de Macri con Luis Juez y enfureció a éste antes de la elección, en quince días. Para esa jornada, si llegara a triunfar, dirá: “Ganamos a pesar de las maniobras de Rodríguez Larreta”. Y, se le toca perder, dirá: “Fue por culpa de las maniobras de Rodríguez Larreta”. Más que un crimen político, un error incalculable.
En la vereda contraria, sin bajar su postulación soñada en la niñez aunque no lo favorezcan los índices inflacionarios, Massa se le presentó a Alberto Fernández con la excusa de su viaje próximo al FMI. En rigor, pretende que el Presidente consienta la posibilidad de un candidato único en lugar de la elección interna. “No, no y no”, sostiene un Alberto que al fin encontró una cuestión de honor en la cual ampararse ante Cristina. Mantiene por ahora ese ejercicio, no se resigna a que lo alteren y es el mayor defensor de la porfía democrática.
Más inclusive que beneficiarios como Daniel Scioli y Wado de Pedro cuya convicción está bajo sospecha si interviene Cristina de Kirchner para bajarlos. Aunque ella no desea participar del conflicto y le ha dicho a todos los participantes: “Arréglense entre ustedes”. En rigor, resulta difícil que ella se humille para imponerle el reclamo de la suspensión de la interna al mandatario. Ni con ese objetivo es capaz de hablarle. Tampoco lo hacen los gobernadores propios, una docena, que por obras y fondos fueron convocados a una reunión en la Casa Rosada. Dicen que uno de ellos, o alguien semejante, debe ir en la fórmula, exigencia que habilitaría la formación de un binomio único. Cada uno extorsiona a su manera.
El juego de la renuncia de Massa: festival de enanos, el imposible equilibrio y el día después
Sin demasiada firmeza, cada uno dijo lo suyo, evitaron confesar que se comunican con Scioli y si bien nadie se compromete, solo Insfrán y Zamora han sido los más osados por adherir al planteo de Massa. Los otros ya se han contentado con separarse de las elecciones generales, vencer como la mayor parte de los oficialismos provinciales y mantener distancia de una administración tóxica.
Quien más activo y urgido por el tema electoral resulta es Massa, quien además debe organizar y definir su partido, el Frente Renovador, al que invitó este sábado para un plenario. Le encantaría que antes hubiera un pronunciamiento sobre el candidato único, razonable carta de poder en su grupo y consistencia muscular antes de que lo llamen del FMI para negociar un acuerdo en proceso. Vital para su supervivencia. Sabe que no es lo mismo merodear en Washington como eventual candidato presidencial que exhibirse como un enviado ocasional para pedir más plata para pagar deudas. Y para contraer más deuda.
Un simple intermediario entre el organismo y Alberto Fernández, el mismo que en su debilidad encontró un recurso para plantarse ante su ministro y la misma Cristina por el tema de las internas. Al que ya llaman perverso porque le envía indirectas a Cristina sobre la corrupción y, de paso, demócrata como pocos, es capaz de producir un oxímoron en sus consideraciones sobre la libertad de prensa en la Argentina. Piensa y luego dice que se ha permitido un “abuso excesivo” de ese ejercicio. Para no olvidar.