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Elecciones de literatura (2)

Lectura 20210916
Lectura | StockSnap / Pixabay.

En la columna de la semana pasada intenté razonar pero (destino argentino) seguramente no expuse todos los motivos por los cuales uno deja de leer a un escritor o a una serie de escritores o demora su relectura. Mencioné tal vez la inevitable molestia que genera la conciencia de la superioridad ajena, mezclada, esa conciencia o esa inevitable envidia, con la inevitable perspectiva optimista y competitiva de superar alguna vez la marca en un salto en alto literario. El ejemplo elegido era la novela Ada o el ardor, de Vladimir Nabokov, faro de mi juventud. Y supongo que en cada actividad funciona al mismo tiempo esa operatoria doble de estímulo y castigo. El modelo más evidente que aparece es el deportivo.

En el fútbol profesional se agita la monótona zanahoria de los campeonatos regionales, nacionales, continentales, intercontinentales, mundiales, como ámbito de exhibición de  adultos que gracias a su habilidad para trasladar pelotas con el pie de una parte a otra de un rectángulo de césped obtienen como rédito, como máxima aspiración, mundos plastificados al estilo Miami, con Ferraris en la puerta y botineras en la cama. En ese mercado de esclavos en pantalones cortos, el certificado de calidad y la creencia en el valor comercial propio de cada esclavo se basaba en rasgos estadísticos tales como pases acertados, pelotas atajadas o perdidas y goles realizados. Y así, en sus distintas modulaciones, ocurre en el resto de los deportes (en el tenis, según me cuentan, la pelota a trasladar es más chica y los competidores son dos o a lo sumo cuatro por partido, pero no puedo testimoniar la veracidad de la información porque la pelota es demasiado chica y va de un lado a otro de la red demasiado rápido y uno termina por no ver nada). 

Charla con una momia

Entonces, en esas épicas musculares de la excelencia y la superación, existen elementos que pueden considerarse estimables o mensurables, y generan consenso colectivo (claro que existe una clase parasitaria, la de los periodistas deportivos, sobre todo los televisivos y radiales, que basa su subsistencia en la puesta en cuestión pública y a los gritos de ese valor colectivo atribuido). 

Pero, ¿en la literatura? Lo dudo. Desaparecida la crítica literaria como función orientadora, sustituida por la mera mención de cifras de venta que son un dato relevante en los mundos marketineros, pero que nunca definen ese indefinible que hace singular a un texto, la atribución de valor queda en manos del remiso lector o es un desafío que horada o estimula la conciencia del autor. Y de nuevo me quedé en los prolegómenos del asunto. Continuará, creo.