Vuelvo sobre lo mismo, tratando de evitar la repetición (como dijo Ionesco, “si acarician un círculo, se volverá vicioso”). La tentación de despotricar era grande, todo parece estar mal, las estadísticas son alarmantes, la felicidad es efímera, lejos estamos de acordar un rumbo y la realidad se ofrece como prostituta del tiempo. Sin embargo, el repudio a las bajadas de línea me impulsó a abordar lo actual mediante lo tangible. Dicho de otra manera, la objetividad no existe, pero los objetos sí. Siempre me resultó propicio el cambio de punto de vista, tan bien practicado por Henry James. Entonces, revirtiendo la subjetividad, es decir, subjetivando a los objetos, ¿qué relato posible nos ofrecen del modo en que los empleamos? ¿Qué le pasa al brazo cuando le llega la promesa de vida? En las fotos que suben a las redes del momento de la vacunación, lo vemos como un péndulo detenido, recobrando el tiempo perdido en esa pequeña entrega al pinchazo salvador. Aprovechando este aluvión de brazos, pregunté a amigues en las redes qué sintieron, física y emocionalmente, cuando les dieron la vacuna. Recibí cuantiosos relatos de experiencias reales y me pareció que los brazos se ponían a hablar… ¿A dónde me llevan con miedo y esperanza? ¿Qué ingresa en mí? Pequeño instante de golpe frío, y el líquido caliente, la fina aguja que zurce el presente con el futuro, una posibilidad de seguir, de abrazar, la esperanza del viaje, del reencuentro, de la cercanía, tantos besos no dados, manos sin estrecharse, carcajadas a la vista, el sentido de lo humano... Sin tacto no hay contacto, como reza el aforismo.
Volví a mirar las fotos de esos brazos afortunados, de sus dueños sonriendo. Emoción, alegría y agradecimiento, dijo la mayoría. Un gran alivio. Me recordó la foto del día de la votación, poniendo el sobre en la urna, como si vacunarse también fuese un ejercicio de salud democrática, dado que la enfermedad nos iguala. Quizá las respuestas que recibí correspondan a un alivio personal porque también lo es democrático.