Coinciden Sergio Massa y Patricia Bullrich. Ambos ingresan a la etapa del destete, el fin de la lactancia. Como cualquier mamífero, buscan otro alimento, se separan de sus padres, de Cristina de Kirchner y de Mauricio Macri. Igual que los pájaros, que no necesitan aprender a volar. Ese bautismo está en la misma naturaleza, como unos se lanzan al espacio sin experiencia previa, al igual que los infantes se paran y caminan por su cuenta. Sin embargo, ese fenómeno natural está escrito pero no escriturado. Y en política, el destete o la autonomía se vuelve un proceso complejo, en ocasiones áspero, traumático: el ingeniero supone que Patricia lo tendrá en la mesita de luz, que habrá de consultarlo o pedirle ayuda para nombrar funcionarios, que lo necesitará siempre. No se sabe si Patricia piensa lo mismo. A su vez, Sergio soporta una mayor dependencia de la vice: ella ya le impuso una lista de legisladores que habrá de controlar cualquier medida que se le ocurra al actual ministro de Economía. Está maniatado aunque hoy se reconoce feliz con esa atadura. Cada uno espera su momento. Más si está acompañado por una buena cantidad de gobernadores, los que nunca tal vez hayan sido tan poderosos en el orden nacional, con laureles revalidados.
Javier Milei no padece esos compromisos, pero la libertad suele ser más costosa en lo personal: falta de manutención, plata, apoyos organizativos más desconfianza en los medios periodísticos. Circula como una oveja negra, se considera –teleteatro mediante– un gorrión lejos de la bandada. Y Horacio Rodríguez Larreta viene superando desde hace varios años el período de lactancia, se ha divorciado de Macri como de su exesposa, Bárbara, con quien acaba de firmar la separación legal: se pusieron de acuerdo luego de una ardua negociación económica. Con el ingeniero, en cambio, las rispideces no acaban, se tornan sucesivas y violentas desde que un día Larreta levantó los brazos como si no participara del juego en el que estaba anotado desde varios años antes. Se mostró neutral, apartado, tal vez creyendo que las acusaciones sobre el ingeniero podrían mancharlo, arrastrarlo al fondo del lago. Como ocurría con Cristina. No deseaba compartir ese destino de barro.
El ingeniero cree que Patricia lo tendrá en la mesita de luz para consultarlo
Macri atravesó un allanamiento en tiempos del covid, entonces Horacio no dijo nada. Aparte del silencio, más tarde evitó también acompañar a su exjefe a los tribunales de Dolores con una minidelegación solidaria encabezada por Patricia y, al mismo tiempo, para hacerse fuerte, equiparó al boquense con funcionarios comunes en los actos públicos de la Municipalidad, olvidando que este había sido alcalde y presidente. Una afrenta para personajes altivos, celosos de su figuración que, además, han cultivado la frase “ni olvido ni perdón” como fórmula de vida. De ahí que, para tranquilizar el espíritu, Macri apela a armonizadoras o a ejercicios orientales de meditación. Con escaso resultado. Desde entonces se profundizó el encono y hoy ambos prefieren el daño al otro más que mejorar su propia conveniencia: se han estacionado en la estación del rencor.
Por su parte, el grito de Ypiranga de Massa se complicó en el primer minuto de su vuelo inaugural: Cristina dijo que no era su principal elegido para salirse del nido (prefería a De Pedro), forzó a que no fuera candidato único, como él demandaba, y lo trató de “fullero”, como si no conociera el significado del término. Mucho wéstern en la formación de la vice, en la casa veía Maverick. Su mensaje: no voten a Massa aunque yo lo diga. Le interesa más la interna que la general: podría decirse que entregó la lucha para ubicar a un peronista en la Casa Rosada, eligió proteger a los suyos en el santuario de la provincia de Buenos Aires. En su estrategia, apeló incluso a destrozar el Acta del Frente que ella misma había creado. A Daniel Scioli lo convirtió en proscripto y le exigió ecografías, análisis de sangre, no le admitía avales y lo obligaba a presentar listas de presidente al último consejero escolar. Incluyendo al suplente, claro. Hasta que por fin lo hizo renunciar. En cambio, al jocker Juan Grabois en busca de figuración, lo habilita para ir solo, con avales prestados y pegado a categorías que ni siquiera conoce. Solo para disminuir a Massa.
Massa está más maniatado: la vice le impuso una lista de legisladores para controlarlo
O para indicarle que, al revés de Alberto Fernández, si llega al gobierno, desde el inicio ella pondrá los ministros. Entre otros límites. También para advertir que participa en todos los casilleros colocando fieles en Diputados, sobre todo para presionar a cualquier gobierno que la suceda. Si quieren reformas, tendrán que hablar conmigo, advierte desde la oposición al que sea. Hay un dato que, en general, se pasó por alto: la viuda de Kirchner se queda sin fueros, desafía en lo personal a quienes sostenían que el Senado para ella era un santuario. A menos que Massa la haya provisto de una información privilegiada, de una inocencia presunta, en materia de Justicia. Seguramente equivocada, diría Jorge Asís.
Menos tenso es el abandono de Patricia de la leche paternal de Macri, su destete será progresivo: ella vuelve a cada rato al hogar, cobija a conmilitones que el exmandatario le indica, servidores que no le sirven. Ya la adornó con varios ex de su gestión. Agradece además cómo lo defiende de los ataques de Larreta, sobre todo desde que el jefe de Gobierno lo obligó a enchastrarse en la interna: el ingeniero no está por encima de nadie ni puede fingir ser imparcial. Dice Horacio, quien trata de cambiar el eje de su batalla electoral en Cambiemos: en vez de confrontar con Patricia, la desmerece, y desafía a Mauricio exhibiéndolo como su verdadero rival. Está convencido de su nueva táctica y de que todos los martes y jueves venideros lanzará ideas, programas y medidas de gobierno que fascinarán al electorado como si fuera un masterchef. Parece que es todo lo que le aportan sus equipos de campaña para mantenerse en vuelo.