El gobierno de Alberto Fernández se prepara para hacer frente a los escenarios complejos que se abrirán cuando el flagelo del coronavirus comience su retirada y se pase a evaluar el primer año de su gestión.
En momentos en que la cuarentena se comienza a inscribir en la gestión cotidiana de la sociedad, vuelve a surgir la misma preocupación que atormenta a los argentinos en el último lustro: el rumbo de la economía.
Sin lugar a dudas, la economía fue el principal motivo por el que Mauricio Macri perdió las elecciones hace apenas seis meses. Por eso el mandato que recibió Fernández era fundamentalmente sacarla de su marasmo: la recesión sin fin.
Durante la campaña electoral el actual presidente puso el foco en encender la tecla de la producción que se había desvanecido; sin embargo, no bien asumió, observó que tal dispositivo ya no es accesible como lo fue en otros tiempos.
En efecto, las políticas desarrollistas en una economía tan concentrada como la argentina y con un Estado destartalado, ya no tienen el efecto que podían tener décadas atrás.
Se puede percibir que la “burguesía nacional” se ha reducido a escombros, así como que el gran empresariado apoyó abiertamente a Macri hasta el último suspiro. Frente a ese horizonte, Fernández tomó en enero el camino de la ley de emergencia buscando una suerte de redistribución del ingreso forzada desde el Estado.
La idea general de poner dinero en el bolsillo de la gente se orientó solo a los sectores más pobres de la población, y desde un principio se observó que la cuesta de la reactivación sería muy empinada, por este motivo, las expectativas de “crecimiento” del PBI para el año se calcularon entre el cero y el uno y medio por ciento.
También muchos analistas ponían en duda el futuro de la alianza del Frente de Todos debido a su heterogeneidad de origen, y por el rol de Cristina Fernández de Kirchner en esta nueva experiencia gubernamental peronista. En este marco el nuevo presidente sostenía en su primer tramo de gobierno una imagen positiva de alrededor del cincuenta por ciento casi coincidiendo con su base electoral.
El desierto transviral. Apenas un mes atrás empezaba a quedar claro que el episodio del coronavirus no era un problema chino y que en cuestión de días se podía enfermar una gran parte de la humanidad. Por ese motivo Fernández declaraba el 19 de marzo pasado y vía DNU el inicio del “largo día” de la cuarentena.
“Todos tienen que quedarse en su casa”, planteaba en una atípica comparecencia (para los estándares políticos argentinos) por presentarse flanqueado por los gobernadores Axel Kicillof, Omar Perotti, Gerardo Morales y Horacio Rodríguez Larreta en la Quinta de Olivos.
La cuarentena que parecía en principio una idea exótica para el común de la gente se empezó a comprender a medida que llegaban los datos de contagio y muerte de cientos de personas en diferentes partes del mundo. Impactaban especialmente las cifras de España e Italia por razones obvias.
Si bien Fernández en aquella misma reunión puntualizaba que la economía se iba a ralentizar, los efectos de la pandemia se empezarían a advertir con el correr de los días en sectores cuya actividad se interrumpió en forma inmediata como el turismo (uno de los que venían muy bien desde las devaluaciones del año anterior), o el comercio minorista, con la excepción de la venta de alimentos y de medicamentos.
Otros sectores fueron deteniendo su actividad un poco más lentamente como en el caso de los petroleros o la metalurgia debido al congelamiento mundial del comercio.
En estos días surgió una novedad impactante en un contexto inflacionario, distintos sectores negocian bajas de salarios para no despedir al personal.
En esta situación de emergencia sobre la emergencia el gobierno nacional necesitó no solamente comenzar a desviar recursos para atender las demandas del sector salud, sino también ayudar a las empresas con dificultades para pagar los sueldos, así como también instrumentar el ingreso familiar de emergencia (IFE) para los trabajadores informales y monotributistas.
Más allá del esfuerzo fiscal que significan estos daños colaterales de la pandemia, la valoración positiva del Presidente ascendió casi treinta puntos en este mes, sin embargo, surge la inevitable pregunta sobre cómo quedará situada la imagen presidencial cuando el coronavirus ya no sea el problema central del país.
Vuelta de rosca para la deuda. Mirando el escenario futuro de la economía argentina se realizó la propuesta a los bonistas privados nucleados en fondos de inversión de Wall Street, aun cuando algunas voces recomendaban postergar la decisión al año próximo.
La crucial oferta implica globalmente una quita pequeña al capital (del orden 5%), pero una sustantiva baja de los intereses, pues los bonos que se entregarían a cambio arrancarían en 2023 pagando el 0,55% con un promedio de 2,3%.
La idea inicial era posponer los primeros pagos a 2024 pero se terminó acortando el lapso a un año para descartar la idea de que la devolución iría a cuenta del siguiente gobierno. En unos veinte días los bonistas deberían dar la respuesta.
Se parte de la dureza de ambas posiciones, sin embargo, ni el Gobierno quiere caer en default y ni los fondos quieren quedar con parte de su portfolio en incobrables, de allí que se esperan negociaciones para emparejar posiciones.
A todo esto, y visto en perspectiva surge la duda de por qué los fondos de inversión prestaron tamaña cantidad de dinero a un país con escasas posibilidad de devolución.
La más política de las respuestas indica que realmente fueron seducidos por un gobierno no peronista y promercado, pero la más pragmática sugiere que lo que realmente les interesaba eran los intereses que el gobierno argentino ofrecía y que no pagaba prácticamente ningún país del mundo, y que en promedio les subía el interés ofrecido a sus clientes.
También muchos de los consultores locales que asesoran a los fondos internacionales les explicaban que el macrismo llegaba para quedarse por al menos tres períodos. Al final el crédito lo pagaría quien lo pidió, cosa que como ya figura en los libros de historia no sucedió. En una era de escenarios fluidos y cambiantes es claro que ninguna apuesta es definitiva.
*Sociólogo (@cfdeangelis).