Sí señoras y señores! Ya no importa quién sacará más votos en la próxima elección presidencial, si hay o no segunda vuelta, ni quién competirá en la instancia final. Estos comicios ya tienen un ganador.
La gran mayoría de los lectores creerá que el autor de esta nota perdió la cordura o tiene la bola de cristal. Ni una cosa ni la otra. Sencillamente, ya ganó porque impuso el marco de referencia a esta elección. Más allá de los porcentajes –a esta altura, una anécdota–, todos bailan al ritmo de Milei. Los que lo quieren adentro, los que los quieren afuera, los que pierden votos con él y hasta los que no los pierden. Es uno de esos fenómenos que ocurren una vez cada tanto, y que si triunfa o no, es marginal, porque su sola presencia hablará mucho más del sistema político argentino que cualquier artículo académico, libro de historia o brief reservado.
¿Queremos o no dolarización? Banco Central, ¿sí o no? ¿Podemos portar armas libremente al estilo americano? Todo es porque lo dijo o no lo dijo Milei. El resto del espectro político se ve obligado a definir cosas en función de él. Por ejemplo, los economistas de Juntos por el Conflicto esta semana no lograron ponerse de acuerdo sobre un plan económico, más allá de repetir algunos títulos genéricos (bajar el déficit, restringir la emisión monetaria, etcétera). Por eso salió un documento muy lavado que denota la falta de conducción política que existe en la fuerza. Muy en reserva, un dirigente muy realista reflexionaba: “Somos la Armada Brancaleone”.
Desahuciados del mundo ¿uníos?
La sociedad argentina llegó a la elección de 2015 con una puja entre un relato y una objeción, no entre dos relatos. Durante mucho tiempo analizamos que en términos discursivos –más allá de los valores y las propuestas– existía un solo storytelling, el del kirchnerismo, y que la oposición carecía de una alternativa articulada y motivadora. Hace ocho años ganó la objeción, el cansancio con “lo K”. Entre la experiencia fallida de la gestión Macri, el congelamiento que significó la pandemia, el balance tempranamente negativo del gobierno de Alberto y la pronta recuperación electoral de los ex-Cambiemos, además de las fuertes pujas internas, hicieron que la principal coalición opositora se acostumbrase a jugar de contraataque frente al oficialismo.
Todo era genial…, hasta que apareció “el león”, que sí tiene relato, propuestas y con arraigo popular. Mientras él da definiciones contundentes, los economistas de Juntos siguen sin ponerse de acuerdo acerca de si el cepo hay que sacarlo de manera rápida o gradualmente. Una discusión que a esta altura está más cerca de un after office en Harvard que de la crujiente realidad de votantes angustiados y desesperanzados.
Con el gran felino en la cancha y sus definiciones ideológicas libertarias, la lógica indicaba que su misión era dividir el voto de Juntos por el Cambio. Sin embargo, el flujo de votantes se presenta bastante más complejo, lo cual hizo que la vicepresidenta se ocupara especialmente de él en su último discurso, ya que los cimientos del Frente comenzaron a tener una filtración de humedad cada vez más grande. La frustración con el statu quo político creció con el tiempo, y se profundizó desde que comenzó el año al ritmo de una inflación más alta y con perspectivas poco prometedoras.
Hoy cualquier lector de esta columna conoce a alguien que dice votar a Milei, lo cual habla también del carácter policlasista del fenómeno. No es el “no conozco a nadie que lo vote” (como sí sucede con Bullrich y con Larreta), sino que se ha instalado en el cotidiano en diversos segmentos socioeconómicos y etarios.
En ese marco, se agregó explícitamente a la competencia el gobernador Schiaretti, en competencia dentro de un mismo espacio con el salteño Urtubey, para expresar su rechazo a la grieta, y algo como una avenida del medio.
Ninguno de los dos cree que puede juntar muchos votos, pero sí que pueden resultar estratégicos en un escenario muy competido. Da toda la impresión de que llegan tarde a la pugna, ya que el escenario está bastante atrapado por tres fuerzas como para que sea asimilado un nuevo actor. Mucho menos, sin alguna disrupción por ofrecer. Son dos figuras del sistema, peronistas críticos del kirchnerismo, pero para eso también está Pichetto dentro de la escudería hoy más potente.
A medida que van pasando las semanas, el juego de la silla empieza a ser más acotado. En estas horas se estaría bajando de la competencia Vidal, personaje con buena imagen, pero que nunca logró capitalizarla en intención de voto, situación similar a la Manes. Acuña desistió en la CABA, en una competencia en la que Jorge Macri lleva las de ganar ampliamente frente a Lousteau.
Mientras Sergio Tomás Copperfield sigue en procesión a Washington, Beijing y Brasilia para que los argentinos y las argentinas puedan por lo menos seguir viendo Netflix –al que hay que pagarle en dólares–, “el Pichichi” Scioli una vez más da muestras de su gran tenacidad en la vida. No es menor en esta circunstancia del Frente. Para enfrentar semejante tormenta se debe tener mucha confianza en sí mismo; si no, los milagros no se producen. Hoy su marca es muy baja, pero con fe y con esperanza se puede ser candidato, y Dios sabe cuánto más.
El punto es que la enorme mayoría de los dirigentes del Frente de Todos cree que la derrota es inevitable.
Se pueden equivocar, pero hacen cálculos en consecuencia. En este marco, los ultra-K creen que lo peor que les puede pasar es que el próximo presidente no sea Horacio, porque creen que un moderado puede quedarse con muchos votos peronistas al final del camino. Por consiguiente, prefieren que “the winner is…?”.
Acertaron: ¡Milei! Porque entonces todo volaría por el aire –imaginan– y en seis meses la mayoría social pediría un barajar y dar de vuelta (curiosamente lo mismo piensa el emir de Cumelén), con la posibilidad de plantar en la cancha uno nuevo, joven, con pinta de moderado, pero propio (no extranjero como Massa).
Al final del día, todos piensan (¿y desean?) en Milei.
* Consultor político.