La desgracia ambiental que estamos viendo en la Amazonia, los bloqueos de países europeos a los barcos de migrantes, las guerras comerciales o el Brexit son parte de un mismo fenómeno.
A diferencia del pensamiento generalizado en la tradición filosófica occidental, la historia no es lineal. Hay avances y retrocesos. Paradigmas que se creían superados vuelven a sorprendernos cuando menos lo esperamos, como ha sucedido con los extraordinarios giros que ha tomado la política internacional desde la crisis financiera de 2009
Vivimos en un mundo globalizado. ¡Vaya novedad! Pero la palabra globalización puede significar muchas cosas y tendrá connotaciones distintas dependiendo quién la mencione. Una ola anti globalista azota al mundo por ambos costados del espectro político. Movimientos de izquierda la derecha han reaccionado ante los cambios producidos por la hiper conexión en que vivimos, resistiéndose a los cambios que parecen imparables.
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El ejemplo de Italia ilustra perfectamente esta idea: Hasta hace unos días gobernaba una coalición conformada por la Liga del Norte de Matteo Salvini – extrema derecha xenófoba y anti-inmigratoria – y el Movimento 5 Stelle, un partido antisistema de izquierda. Ambos extremos gobernaban juntos porque tienen algo en común: Su euroescepticismo, o mejor dicho, su antiglobalismo. Es decir, su rechazo a que la Unión Europea diga a Italia cómo debe manejar su déficit fiscal, la crisis migratoria, o cualquier otra cosa.
A lo que tradicionalmente llamaríamos derecha le preocupan más los cambios que está produciendo la globalización en la cultura nacional. Lo hemos visto crecientemente ante las reacciones xenófobas producidas tras la crisis de migrantes que se vivió en Europa, o en el giro que experimentó el Partido Republicano de Estados Unidos en los últimos años. Como si la cultura de un país no fuera algo dinámico, en constante cambio a lo largo de la historia. Donald Trump, el más poderoso representante de la tendencia anti globalista se ha cansado de criticar cosas que parecían irrefutables, como el libre comercio, la Organización de Naciones Unidas, o la Corte Penal Internacional.
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Por su parte, la izquierda anti globalista se preocupa más por cuestiones relacionadas con el capitalismo financiero, y la supuesta pérdida de empleos que se produce cuando los países profundizan sus lazos en las cadenas globales de valor. Nada más alejado de la realidad. Los grandes cambios tecnológicos que estamos viviendo, con un impacto sin precedentes en la historia de la humanidad, nos obligan a repensar el mundo laboral en su conjunto, pero de ninguna manera a cerrarnos para evitar el choque. Como sucede en el mar, si esperamos una ola sin hacer nada, nos va a arrastrar.
Insertarse en el mundo globalizado no es una opción que puede tomarse o rechazarse. Sino que es parte de la realidad del siglo XXI, con sus pros y sus contras. Los problemas a los que se enfrenta el mundo, tales como el cambio climático, desafío de garantizar la privacidad en tiempos de internet, o el crimen organizado transnacional, requieren soluciones globales. Aunque quisiéramos, no podemos resolverlo solos.
Insertarse en el mundo globalizado no es una opción que puede tomarse o rechazarse. Sino que es parte de la realidad del siglo XXI, con sus pros y sus contras.
Pero el anti globalismo no es una tendencia aislada de algunos líderes trasnochados, sino que implica una forma de entender el mundo, hija de la crisis financiera de 2008 que está haciendo tambalear las bases mismas del orden internacional como lo conocemos. Los riesgos del anti globalismo se traducen perfectamente en lo que esta sucediendo en la Amazonía, las guerras comerciales que están afectando la economía global – especialmente a los países emergentes – y los puertos cerrados que dan la espalda a migrantes desesperados. Barbarie.
Paradójicamente, La mejor forma de protegernos, aumentar el bienestar de la población y cuidar el planeta que habitamos es profundizando los vínculos globales. Eso no puede hacerse dándole la espalda al mundo ante una crisis interna o temiendo porque está cambiando un status quo que ya es viejo, y al que volver no es una opción. Caer en la barbarie es el mayor riesgo al que se enfrenta hoy la comunidad internacional.
*Centro de Estudios Internacionales - Universidad Católica Argentina.