COLUMNISTAS
CFK y la ruptura

Guerra de nervios

La Vicepresidenta no quiere divorciarse del Presidente porque no puede: qué puede pasar.

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Cristina Kirchner. | Pablo Temes

Si Cristina hubiese decidido romper el Frente, ya lo hubiese hecho. El punto es si quiere, si puede y si sabe. Vamos a spoilear la columna: sí sabe, pero no quiere porque no puede. Es muy simple: hace pública una carta lapidaria, en función de eso sus funcionarios se retiran de todos los cargos, se quiebran los bloques parlamentarios y sanseacabó, diría Máximo. Pero ese no es el punto. La cuestión es cómo sacar partido de una mega crisis política, y ahí vienen los otros dos factores. Como no puede, no quiere. Al menos por ahora.

Hagamos una breve “lección de anatomía” de una ruptura. Si ella rompe:

1- No solo se produce una mega crisis política, sino que además podría derivar en institucional.

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2- Lo convierte en víctima a Alberto: ella lo ungió y ahora lo deja solo.

3- Los otros aliados del Frente no solo se lo van a recriminar, sino que además será consignada como la culpable de que “vuelva la derecha” (como le facturan a Massa por su candidatura 2015).

4- Probablemente se iría sola con su ala radicalizada.

5- Su estructura se queda sin fierros de gestión.

6- Casi que tendría a todo el mundo en contra.

7- Se dispararían todas las incertidumbres en materia económica.

8- La parte de la opinión pública que es el fiel de la balanza en cada elección (el 15 / 20 % moderado e independiente) reprobaría su actitud.

Pero ¿no saca ningún beneficio? Cuesta verlo:

1- Toma distancia de un gobierno que ajusta: da lo mismo. ¿Qué hubiera podido hacer Ella en su lugar? ¿Arreglar como hizo con el Club de París y el CIADI post 2013, revistiéndolo de gesta revolucionaria? Ella lo eligió a Él, el costo lo pagan ambos.

2- Responsabilizar a Alberto de una derrota en 2023: se aplica lo mismo que en el punto anterior.

3- Ella satisface a su voto duro: suponiendo que es así, todo el mundo sabe que con Ella no alcanza.

4- Preserva el proyecto para 2027 bajo la conducción de Máximo: es como especular sobre el precio de la lechuga en el siglo XXII.

Ergo, no quiere porque no puede. Entonces va a dar todas las peleas posibles en todos los campos disponibles. Y en eso es buena. Como por ejemplo, intentar cambiar el voto de la representante argentina ante las Naciones Unidas sobre Rusia, impulsada por el vicecanciller, sin avisarle a su ministro. Guerra fría.

Como Ella no quiere porque no puede, entonces se desarrolla una guerra de nervios. Algo así como “chicana va, chicana viene, los muchachos se entretienen”. Dicha guerra lo que busca es que la otra parte se equivoque para así obtener una ventaja estratégica. Parte del proceso consiste también en agarrarlo al otro con la guardia baja o con ganarle por cansancio. En algún momento alguien va a cometer un error que desequilibre la balanza.

Empate

Por lo tanto, el escenario se podría definir como “empate hegemónico” (aplicando el famoso concepto de Portantiero, pero hacia adentro del oficialismo) o como “empate catastrófico”, como denomina el ex vicepresidente de Evo Morales, García Linera. Es decir, ninguno tiene la capacidad de imponerse al otro, haciendo perdurar el statu quo semanas, meses o años.

Los resultados más patentes de ese empate son:

a) Las oscilaciones permanentes en las decisiones (por ejemplo, más retenciones al campo, menos retenciones).

b) La parálisis del poder de mando estatal.

Así está la Argentina hoy y probablemente lo esté así mucho tiempo, hasta el final del mandato de Alberto. Está claro que el Presidente se agotó de que lo desafíen todo el tiempo, desmintiendo la teoría del títere: el conflicto existe porque a Gepetto se le escapó de las manos Pinocho. Si no, el carpintero estaría contento y relajado. No es el estado de ánimo de Cristina.

Existen muchos campos en donde dar la batalla integral y permanente. Uno de esos es el Congreso y la votación por el acuerdo con el FMI puso las cosas en blanco sobre negro: Ella no tiene mayoría en los bloques del FdT, al menos en un tema tan crucial. Luego de esta pulseada, es más difícil que arribe a dicha mayoría. De modo que en esta guerra de nervios, el tanteador marcó una diferencia a favor de Alberto.

Tampoco hay que tomarse muy en serio las escenas de pugilato. Larroque endilgando a Alberto que fue socio de Randazzo, o Brieva reconociendo que volvieron pero no son mejores, calientan la pantalla pero no modifican el tanteador. Es como una pelota que roza el travesaño o se va al córner: agita a la tribuna, pero el partido sigue igual. Para personajes curtidos en la política (diría un viejo tema de Baglietto, “aburridos jugadores con los naipes marcados siempre en el 7”) nada de esto es personal, es política, reflexionaría el filósofo Sergio Massa.

¿Y la magnitud de la marcha del 24 de marzo? Ah, cierto… la marcha. Una escena más de la película que tampoco cambia el tanteador. Una buena gimnasia para la militancia y carne para la TV en un día feriado. Acciones de una estrategia de aproximación indirecta, como define el historiador militar Liddell Hart, autor admirado por el Papa Francisco.  

*Consultor político. Ex presidente de AsACoP.