Después de una década de crisis, el próximo gran elector en los comicios presidenciales será la economía.
Hoy, ese gran elector está corporizado en Martín Guzmán. Dependerá de cómo funcionen sus medidas para saber, por ejemplo, si Alberto Fernández podrá presentarse a la reelección con chances de triunfar. Dependerá de qué tan mal le vaya para dejarle el camino abierto a opositores como Rodríguez Larreta o Manes, o a un antisistema como Milei si la crisis explota.
A poco más de un año de las PASO, el Presidente parece haber entendido que su suerte está atada a la de su ministro de Economía. Si le va bien, supone, los buenos resultados terminarán alineando a todo el oficialismo detrás de su candidatura, con la esperanza de recuperar el voto independiente que lo acompañó en 2019.
Si los planes no salen como Guzmán le promete, lo quiere saber rápido para generar un cambio antes de que sea demasiado tarde.
Cuando esta semana la secretaría de Roberto Feletti pasó a la órbita de Economía, Cristina Kirchner no necesitó más pruebas para confirmar que el empoderamiento del ministro es el reflejo de la nueva estrategia del jefe de Estado. La respuesta de la vice de hacer renunciar de inmediato a Feletti formalizó ambas apuestas: si a Guzmán le va bien, quien más gane será Alberto. Y será él a quien habrá que culpar ante un eventual fracaso.
Massa. La decisión del Presidente de atar su futuro político a la suerte de su ministro es obligada por las circunstancias.
Como se contó en esta columna, hace un mes tanteó sin éxito a Roberto Lavagna para que fuera él quien comandara un plan de recuperación. Fue una cena de tres horas en Olivos en la que quedó flotando la idea de que sería difícil hallar a algún economista serio que aceptara ingresar al Gobierno en medio de semejante conflictividad interna.
Ahora se sabe que en ese encuentro uno de los comensales tiró sobre la mesa el apellido Massa. Como alternativa de superministro a cargo de las áreas de Economía, Producción y Trabajo o, directamente, como ministro en reemplazo de Guzmán.
Guzmán chicaneó a Massa y a De Pedro: “Piensan igual que Macri” en el tema Ganancias
La explicación de por qué el titular de la Cámara de Diputados dejaría la comodidad de su cargo para exponerse a un fracaso proviene de alguien que lo conoce bien y le tiene afecto. Además de mencionar que lo haría por la Patria, explica: “Sergio quiere ser presidente y para eso se requiere perfil ejecutivo. La tarea en el Congreso es gris y él necesita mostrarse como buen gestor, como cuando fue intendente de Tigre. Quiere que a Guzmán le vaya bien, pero él cree que puede sacar al país adelante”.
Diez días después del encuentro Alberto-Lavagna, en algunos círculos oficiales se barajó como inminente ese desembarco. Fue una versión que duró 48 horas. Cuando el 10 de mayo pasado Massa invitó a un asado a economistas de su confianza, ya tenía información de que aquella alternativa había sido descartada por el Presidente. En su casa de Tigre estuvieron Martín Redrado, Marco Lavagna, Diego Bossio, Martín Rapetti, Miguel Peirano y Lisandro Cleri. Massa se mostró moderadamente optimista con el futuro económico, dejó que sus invitados se dedicaran a criticar el presente y cumplió en aclararles que está bien donde está.
El principal objetivo de esa reunión, que se prolongó cinco horas, fue que se hiciera público que ese encuentro había tenido lugar.
Sin Lavagna, descartada la posibilidad de darle a Massa la chance de convertirse en un competidor para 2023 y con un cristinismo apuntando durante semanas contra Guzmán, Alberto Fernández comprendió que su única alternativa era defender a su ministro con la certeza de que se estaba defendiendo a sí mismo.
Macro. El ministro está al tanto de lo que se habla de él cuando él no está.
El viernes, tras el anuncio del aumento del piso de Ganancias (presionado públicamente por Massa en dos cartas estilo vicepresidencial), cerca de Guzmán aceptaban las diferencias con el tigrense y con La Cámpora. Recordaban un encuentro con Massa y con Wado de Pedro, en el que el ministro los chicaneó por “pensar igual que Macri” al querer subir el piso de Ganancias y “desfinanciar al Estado”.
Guzmán supone que si el oficialismo no estuviera tan cruzado y si el país no estuviera tan agrietado (o sea, si la Argentina fuera otra), se reconocería que la economía no está tan mal como dicen el cristinismo, la oposición y los medios que expresan a unos y otros.
Enumera: la economía anotó el mejor primer trimestre desde 2018, el PBI per cápita creció 4,3% y también volvió a niveles de 2018, el estimador mensual de actividad económica (que anticipa el PBI) creció 6,1% en el primer trimestre, la producción industrial creció 12,9% interanual (15,4% contra 2019) y tuvo su mejor arranque en cuatro años, la inversión productiva creció 29,5% (la cifra más alta, dice, en la comparación con cuarenta países), la producción de petróleo crudo (Vaca Muerta mediante) alcanzó el mayor nivel en diez años y la de gas, la tercera mayor producción en ese período.
El problema es que, tras una década de crisis atravesada por la última gestión de Cristina Kirchner y la de Mauricio Macri, el eventual repunte de la macroeconomía no derrama lo suficientemente rápido sobre una sociedad exhausta. Y las mejoras que señala sobre 2018 y 2019 tampoco alcanzan para mostrar una curva convincente de crecimiento, porque fueron dos años pésimos en los que el PBI había caído 5 puntos.
Otro índice que Guzmán señala como mérito propio es el récord histórico de exportaciones que tendrá lugar este año, con más de US$ 85 mil millones (el récord anterior fue en 2011 con US$ 83 mil millones).
Lo cierto es que el incremento se relaciona con el aumento de precios por el conflicto en Ucrania, lo que también genera mayores costos en las importaciones.
La paradoja es que, mientras sucede este boom exportador, las reservas del Banco Central se recuperan a ritmo lento: de la meta acordada con el FMI de llegar a diciembre con un refuerzo de US$ 5.800 millones en las reservas, hasta ahora se obtuvieron poco más de US$ 1.000 millones, siendo la época del año de mayor liquidación de divisas del campo.
Sin hablar de la inflación, que al menos duplicará la previsión presupuestaria.
Dedos. El ministro cuenta con el respaldo del Fondo, de la CGT y de la mayoría del empresariado nacional, que entienden que su nombre funciona como “tapón” frente a otras alternativas cristinistas, menos ortodoxas.
Su apuesta está atravesada por la lógica economicista de que con solo aplicar adecuadamente herramientas macroeconómicas se obtienen los resultados buscados. A medida que eso se vaya logrando, deduce, el Gobierno se fortalecerá políticamente y recuperará el apoyo de la mayoría.
Como muchos economistas, Martín Guzmán está convencido de que es la tecnocracia la que ordenará la realidad.
Y no es que Alberto Fernández lo haya empoderado porque crea lo mismo.
Lo hace porque las armas políticas con las que hoy cuenta le alcanzan para aferrarse a su ministro… y cruzar los dedos.