Sabio, Yrigoyen: hablaba poco, era casi mudito. Al revés de Alberto Fernández, afanoso por declarar ante cualquier micrófono, un voluntarismo que lo dejó expuesto en varias ocasiones. Por ejemplo, 1) al sostener que nadie –y mucho menos Cristina– iba a tener injerencia en la conformación de su gabinete: le duró poco esa temeraria afirmación, la arrastró el río; 2) al anunciar hace escasas horas que ya tenía decidida su formación de gobierno. Desde entonces solo trascienden ascensos y bajas en el team, ingresos y salidas, más una unánime reiteración de los candidatos: a nadie AF le ha dicho el cargo que va a tener, apenas si ha pedido que formen equipos.
Llameante. Dos tropiezos de la lengua electa, el último superior al primero debido a que más de uno sospecha que otra voz, femenina, se impuso en el breve coro de hace cinco días en el famoso apartamento de Juncal y Uruguay, en el encuentro más importante desde las elecciones y en el que participaron el visitante Fernández, Máximo Kirchner, Wado de Pedro y, por supuesto, la dueña de casa, una llameante Cristina. Tres contra uno, si alguien quiere pensar mal, como suele ocurrir en el país. Con el agravante de que para superar el registro agudo de la dama hay que pertenecer al gremio de los castrati, alternativa que aún no contempla un afónico Alberto.
Las reservas de Alberto cubren la deuda solo hasta abril
Sin embargo, esos traspiés orales del presidente en ciernes se disipaban desde ayer, cuando empezó a conocerse que había ministro de Economía y que su nombre iba a alegrar a los mercados.
Hay quienes juran que la ex mandataria ni se ocupa de las designaciones futuras, afectada por las penas de su hija enferma en Cuba y la falta de asistencia familiar para esa atención: no se advierte que su hijo ascendente ni su propia hermana médica la hayan acompañado en esa tarea, solidariamente. A pesar del agobio, igual cuesta creer en esa versión libérrima que aparta del juego a quien una vez recitó el “vamos por todo” como parte de su estribillo de vida. Se equivocan, tal vez, quienes pretenden jubilarla antes de tiempo –el ingreso a la clase pasiva no se incluye en la actividad política, por otra parte–, más cuando se le asigna una determinación especial en la última cumbre del departamento de Recoleta, donde ella recordó las necesidades de evitar divisiones futuras, de armonizar la gestión que viene. De ahí que, entre otras instrucciones, se mandó apagar el incendio eventual entre Nielsen y Kulfas, lo que motivó una pelotera posterior de Alberto con quien alguna vez participó en la renegociación de la deuda externa. Problemas de territorio en economía y de colaboradores. Para muchos, esa rabieta limitó ciertas aspiraciones de Nielsen, el que se ocuparía de una agencia especial dentro del nuevo gobierno. No debería confrontar, además, con un ministro nuevo que puede entusiasmar a los mercados.
Petróleo noruego. Todavía Nielsen, que viaja a Londres y a Madrid para hablar de la deuda planea un aporte para blindar Vaca Muerta copiando el modelo noruego, complemento de lo que hace rato difunde un neoliberal optimista como Arriazu bajo el criterio de que un yacimiento es un manantial con una válvula que, al abrirla, produce petróleo o gas al que se le cobra un impuesto para un fondo soberano. Así de sencillo, parece. Ni se requiere ir al colegio. Con alguna levedad también se habla de YPF en el Instituto Patria, y le atribuyen influencia a una mujer que estuvo cerca de la doctora en otros tiempos: Doris Capurro, viuda de un periodista, colaboradora de Galuccio aunque no terminaron bien. Más de uno le asigna un lugar en la pantalla a esta dama. De cualquier modo, cierta confusión reina en el ambiente.
Por ejemplo, en Energía se posicionó un ingeniero nuclear, Lanziani, ex ministro en Misiones que fue aprobado en un examen por Cristina y antes cultivó una relación personal con Fernández que incluye a su mujer, Fabiola, de larga residencia en la provincia que tutela Rovira.
No parecía coincidir con Nielsen, cuya patinada habilitó otra aparición en escena, un economista con vida en Nueva York, Martín Guzmán, devoto de Stiglitz –un tótem para Cristina–, partidario de congelar el pago de la deuda. Esta novedad de Guzmán no encajaría con el vaticinio del ministro que alegró a los mercados, tal vez. Allí siguen los nervios.
Sería interesante conocer la opinión de Lavagna sobre estos acontecimientos: ha prometido ayudar, pero nadie sabe si puede integrarse o presidir el Consejo Económico y Social, mientras su hijo Marcos se inscribe para presidir la cúpula del Indec. Su lazarillo en este trapicheo constante se reconoce en Sergio Massa, hoy personaje fundamental en distintas negociaciones. Si hasta lo responsabilizan del salto millonario de Riquelme para voltear a Macri y Angelici en Boca Juniors. Es que nunca le perdonará al mandatario saliente el apodo que este le endilgó.
Aunque su hijo Máximo volvió al vínculo amistoso con Massa, Cristina revela cierta preocupación por sus expansivas gestiones. Pero lo considera: la ayuda a disponer de un dominio casi absoluto legislativo (y de la Justicia) desde Senado y Diputados, convirtiendo a la provincia de Buenos Aires con ella, su hijo y Massa en una representación poderosa casi sin registros en la historia. Esa unificación de personería, para ella, es vital; le recuerda a Alberto, además, que no se ate a la providencia de los gobernadores peronistas, encarnados en Juan Manzur, de áspera relación con la viuda. Hasta logró, en el departamento de Recoleta, explicar la inconveniencia de que estuviera dividido el bloque de senadores oficialistas, sacrificando a su preferida mendocina (Sagasti) por la salida del cordobés Caserio para encumbrar al formoseño Mayans. Esa jugada casi imperial advirtió de otro coletazo: se le ofreció a Caserio el Ministerio de Transporte, de espaldas a los intereses de Hugo Moyano. Un golpe presunto a quien siempre deseó ese cargo para el especialista López del Punta, origen del primer conflicto con Néstor Kirchner en el gobierno.
Al margen de un ministro para los mercados, la cumbre de los cuatro mostró a una Cristina tensa, molesta porque entregaba todo y le prometían cargos a quienes la habían traicionado, pidiendo unidad a toda costa y hasta distrayéndose de ciertas nominaciones. No debe haberle gustado Vilma Ibarra en la secretaría de Legal y Técnica, autora de un libro en su contra. Comprende, sin embargo, la confianza que depositó Alberto en ella, pero no transige en que su compañero de fórmula asistiera a más de una cena con Magnetto y otros empresarios. Hay temas que no olvida, y ese fue uno para ratificar el score de tres a uno desfavorable al mandatario electo.