En el último tramo de su mandato, nuevos daños se han incorporado a la lamentable gestión del actual gobierno.
Factor adicional en este proceso de autodemolición, y también de disolución institucional, que se ha adueñado del país es el sesgo crecientemente radicalizado hacia la izquierda, impulsado por la vicepresidenta en ejercicio y por sus acólitos, encaramados en las principales posiciones del elenco gobernante.
El contexto no puede ser más negativo:
- Inflación desbordante.
- Reservas prácticamente inexistentes que auguran una futura suba del tipo de cambio más veloz.
- Carencia de gas en las escuelas e industrias, en un país colmado del combustible en su subsuelo.
- Crisis por falta de gasoil, con camiones parados a la vera de los caminos, cargados con cosecha, ganado en pie o mercadería, en muchos casos perecedera, penando por reponer sus tanques, para continuar con su transporte.
- La evidencia de un gobierno en manos de la vicepresidenta y en proceso de destrucción.
Mientras tanto, el país está perdiendo una oportunidad única, a mérito de la terrible guerra en Europa.
La persistencia del conflicto presagia que los problemas de abastecimiento global de algunos alimentos y de energía continuarán por bastante tiempo. Desde el inicio, los precios de los granos, del petróleo y del gas natural licuado no cesaron de crecer, esto agravado por un pronóstico complicado sobre la producción futura de alimentos, dado que desde ese sector del mundo proviene también una parte sustancial de las exportaciones mundiales de fertilizantes, cuya menor disponibilidad global permite augurar una reducción de la producción alimentaria.
Paradójicamente, estas tendencias globales podrían haber representado una gran oportunidad para la Argentina dados los yacimientos de Vaca Muerta, las enormes reservas de litio y otros minerales, y la posibilidad de elevar la producción de granos a 200 millones de toneladas en pocos años.
No obstante, para poder convertir ese potencial en realidad era imprescindible instalar las condiciones económicas e institucionales, en lugar de estar enfrentados con el mundo occidental y democrático en el contexto exterior, y con el empresariado privado a nivel local.
Con retenciones, cepo, controles a las exportaciones y un sistema impositivo confiscatorio, se muestra lejos ese camino.
La tremenda arremetida contra la propiedad y la empresa privada, no solo de los grupos más radicalizados sino de los distintos sectores que conforman el conglomerado kirchnerista, comenzando por las actitudes agresivas de la propia vicepresidenta, la ofensiva contra la Corte Suprema, la defensa pública de gobiernos no democráticos, incluso en los foros internacionales, y la errática política exterior, constituye una preocupante muestra de un sesgo ideológico cada vez más sombrío.
Por fuera de las fracasadas experiencias en el orden internacional de las economías socialistas, las voces colectivizantes no parecen representar ni en sus fines, y menos aún en sus métodos, la expresión mayoritaria de los argentinos, quienes no obstante asisten, en un aparente resignado silencio, estos avances.
En estas críticas circunstancias, falta aún una eternidad para el próximo ejercicio electoral, por lo cual, y ante el deterioro y el avance sobre los derechos básicos, la prepotencia y el relato falaz, cabe una vez más encomiar el rol que le cabe a la ciudadanía a través no solo de la vital prensa libre, de los partidos políticos, sino a partir de manifestaciones ciudadanas expresándose con mucha mayor vehemencia e intensidad que lo que están exhibiendo hasta el presente, en defensa de la República y de las instituciones.
Es perentorio salir del cono de silencio y multiplicar las voces de angustia, protesta y alerta, a una sociedad aparentemente anestesiada, recordando una vez más aquel dicho que advertía que por sobre el accionar de los malos, es más preocupante el silencio de los buenos.
*Economista. Presidente honorario de la Fundación Grameen Argentina.