COLUMNISTAS

Héroes víctimas

Por Jorge Fontevecchia.La muerte produce efectos sentimentales que transforman las percepciones. CristinaKirchnerse benefició políticamente con la de su marido, y ahora se perjudica con la deNisman

Nisman fue despedido con demostraciones de dolor, indignación y confusión. Frente al cortejo fúnebre, carteles y banderas argentinas homenajearon al fiscal.
| DYN

Ya me referí en columnas anteriores a similitudes simbólicas entre la muerte de Nisman y la de Cabezas. Ver durante el velatorio y luego en la caravana hacia el cementerio decenas de personas repetir “Nisman presente” me devolvió aun más el eco de aquel “Cabezas presente”.

Pero la comparación me incomoda. Cabezas era un periodista que claramente fue asesinado sólo por cumplir con su trabajo, sin militancia política, sesgo ideológico ni vínculo con cualquiera de los que podrían desear o beneficiarse con su muerte. El caso de Nisman es más complejo, porque sus relaciones con funcionarios de la SIDE eran estrechas y bastante más que profesionales.

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La muerte produce efectos sentimentales que transforman las percepciones. Cristina Kirchner se benefició políticamente con la de su marido, y ahora se perjudica con la de Nisman. Dado que sólo la muerte del otro nos hace tomar conciencia de la nuestra (en la vida cotidiana hacemos como si fuéramos inmortales), tras la muerte de una persona se tiende a ver sólo lo positivo de ella. Y mucho más si se enfrentó con aquellos con quienes no comulgamos, como en este caso el kirchnerismo.

La foto que acompaña esta columna es muy ilustrativa del sentimiento pasional que produce para no pocos argentinos la muerte de Nisman, quien –a juicio de éstos– se eleva a la estatura de genio o de prócer al nivel de San Martín, exageración que obviamente dejará lugar a la realidad con el paso del tiempo. En un contexto así comprendo al lector Eduardo Fernández, que se queja de las críticas que realicé a la denuncia de Nisman por tardías (su carta se publica en el Correo Central de esta edición).

Quisiera creer en un Nisman San Martín o genio, pero lamentablemente quienes somos periodistas y accedemos continuamente a una mayor cantidad de información sabemos que no es así. Era un ser humano, como todos, con sus contradicciones y virtudes.

La necesidad de creer absolutamente en alguien al punto de convertirlo en santo y omitir todas sus paradojas lleva a dicotomías que también en parte explican la negación de la posibilidad de la hipótesis del suicidio de Nisman. El profundo rechazo que produce la sola mención de esa alternativa, aun como la menos probable, obedece a que es vista como un ultraje al fiscal. Pero ése no es el punto central de la trama, porque posiblemente se trate de un suicidio inducido; lo sintomático y lo que nos debe hacer reflexionar es que se lo vivencie como un insulto a la memoria a Nisman, como si se lo estuviera inculpando de su propio crimen político, porque aunque fuera suicidio nunca dejaría de tratarse de un crimen político.

Pero no es así. En la contratapa de ayer, titulada “Loca ella, locos varios”, sostuve que no sólo a la Presidenta sino a muchos “más que la verdad de lo que pasó, les importa, de lo que pasó, aquello que sirva para reforzar las creencias sobre quiénes son los buenos y quiénes los malos”.

No pocos políticos se entregan a satisfacer los prejuicios y los deseos de los futuros votantes, confirmando demagógicamente sus imaginarios deseables. Este diario nació con la promesa fundacional de ser –principalmente– antidemagógico. Los más memoriosos recordarán aquella campaña publicitaria de lanzamiento de PERFIL en 1998 que repetía “Donde decía... debió decir...”.

Pepe Eliaschev, al publicar hace cuatro años la denuncia del pacto con Irán, fue antidemagógico y cosechó el repudio hasta de la propia comunidad judía. Es hora de que abramos los ojos y dejemos de ser conducidos con engaños.

Los agentes de la SIDE (herederos de los dos demonios que continúan actuando aunque con otros métodos) han podido armar las operaciones que construyeron al servicio de los gobiernos de Menem y de Kirchner en parte por la credulidad de una audiencia a la que manipularon fácilmente con mentiras que, aunque el paso del tiempo comprobara falsas, ya habían cumplido su objetivo.

La candidez de la audiencia es culpa de la comodidad de políticos y periodistas, que prefieren no llevarle la contra y seducirla con demagogia.