Las organizaciones como las civilizaciones tienen un ciclo de vida natural que primero como causa y luego como consecuencia se relacionan con el tipo de liderazgo que las conduce.
El corrimiento al centro de la política es poco percibido por el corrimiento al extremo de los medios exitosos
El clásico libro sobre gestión Barbarians to Bureaucrats, de Lawrence M. Miller, lo explica así: “Todo comienza con la nueva visión convincente de un Profeta y el liderazgo agresivo de un Bárbaro de voluntad férrea, que implementa las ideas del Profeta. Las nuevas técnicas y expansiones son impulsadas por el Explorador/Constructor, pero el crecimiento generado por estos líderes puede estancarse fácilmente cuando el Administrador sacrifica la innovación al orden, y el Burócrata impone un control estricto. Y al igual que en las civilizaciones, el gobierno del aristócrata, fuera de contacto con aquellos que hacen el trabajo real, invita a la rebelión. Se necesitará el Sinergista, un líder que equilibre la creatividad con el orden, para restaurar la vitalidad y asegurar el crecimiento futuro”.
Haciendo coincidir estas categorías con los líderes de la Argentina posdemocrática se podría calificar a Alfonsín de profeta, a Menem de bárbaro, a Néstor Kirchner de explorador/constructor, a Cristina Kirchner en el ciclo donde se acaba el crecimiento, a Alberto Fernández de burócrata y a Macri como aristócrata. Si esta ontología fuera válida, la Argentina retrocedió sobre sus pasos en el recorrido entre el aristócrata Macri y el burócrata Alberto Fernández y le sigue faltando el líder sinergista. En palabras de Miller: “Un sinergista es un líder que ha escapado de sus propias tendencias condicionadas hacia un estilo y ha incorporado los diferentes estilos. Son un equilibrio y una combinación de las características del Profeta, Bárbaro, Explorador/Constructor y Administrador. Pero, lo más importante, el Sinergista es aquel que puede crear unidad social”.
Parte de quienes votaron a Alberto Fernández por sobre los partidarios de Cristina Kirchner creyeron que el Presidente sería el Sinergista que la Argentina precisaba. Su propia falta de voluntad, la grieta de los medios con su propia lógica en el mercado de la atención, el excesivo apuro de La Cámpora, la falta de profundidad de Máximo Kirchner y la obsolescencia generacional de las emociones de Cristina Kirchner impidieron que fuera ese líder Sinergista, pero quien aspire a sustituirlo en 2023 tendrá que transmitirle a la sociedad tener las capacidades para esa función.
Aunque en el discurso público no se lo perciba, la sustancia de la política argentina ya salió de la polarización y atraviesa la etapa defectuosa de la hibridez. Cristina Kirchner acepta que se le pague al Fondo Monetario Internacional con el dinero recibido por los Derechos Especiales de Giro después de haber generado el costo de expectativas negativas en los mercados al anticipar durante meses que se opondría. O, finalmente, la tardía compra de vacunas Pfizer, que ahora se vino a saber que tanto molestaban a Máximo Kirchner. En este estadio se pagan todos los costos de las correcciones moderadas sin parte de sus beneficios. Pero en algún punto de confluencia, la hibridez se puede convertir en virtud cuando la diversidad en armonía sume en lugar de restar. Sería la etapa superior del estado dicotómico que representaron los períodos presidenciales 2011-2015 y 2015-2019.
Del entendimiento de Sergio Massa con María Eugenia Vidal cuando era gobernadora de la provincia de Buenos Aires, o directamente la amistad personal de décadas y previa a la función pública de ambos entre Massa y Horacio Rodríguez Larreta y –aunque tratándose de hacerse un lugar entre ambas coaliciones criticándolas– las coincidencias de Florencio Randazzo con los moderados de ambas coaliciones, podría germinar para 2023 en virtud lo que hoy es hibridez. El medio como verdad: “In medio stat virtus” legado de la Grecia de Aristóteles, y cuya traducción es “la virtud está en el medio”, no surge de un lugar promedio entre los dos polos, sino de otro también equidistante de ellos pero superior: sinergizando –arriba– todos los componentes. Del medio que no es nada por anulación al que puede ser todo por adición.
Los dos reportajes largos de hoy a María Eugenia Vidal y a Florencio Randazzo reflexionan sobre el proceso de síntesis que requiere volver mejores, frase textual de la ex gobernadora y en la misma sintonía “dato mata relato” del ex ministro del Interior y Transporte.
Las ruidosas internas en las dos coaliciones: el radicalismo saliendo a proteger a Facundo Manes del fuego amigo (entrenamiento necesario para lo que será el fuego enemigo si llegase a ganar las PASO) y el Frente de Todos en simultáneo en Santa Fe además de provincia y Ciudad de Buenos Aires, cruzando siempre tensiones entre Cristina Kirchner, Alberto Fernández y el jugador local, sea el gobernador Omar Perotti, La Cámpora y el PJ porteño en cada distrito, no deberían hacer perder de vista el desplazamiento al centro de los actores políticos sobre lo que esta columna viene insistiendo y muchas veces es poco percibido por al corrimiento a los extremos de los medios más exitosos.
Falta la etapa superior al estado dicotómico que representaron los períodos presidenciales 2011-2015 y 2015-2019
Hoy en términos de rating “el medio no paga”. ¿Lo hará en términos de votos en 2021? ¿Lo hará también en términos de rating en 2023 si la sociedad reclamara un líder sinergético pidiendo a la vez medios sinergéticos en concordancia con ese clima de época?
Si la tesis de Miller en Barbarians to Bureaucrats se corroborara en la Argentina, nuestra sociedad, cansada de declive, demandaría un líder sinergético en lugar de un Bolsonaro o el statu quo.