En La fiesta inolvidable, Peter Sellers interpreta a Hrundi Bakshy, un actor de reparto caído en desgracia que es erróneamente invitado a una fiesta organizada por el productor que lo acaba de despedir. La irrupción inesperada de Hrundi genera una serie de situaciones disparatadas que conducen a un apoteótico y caótico final.
Aunque La fiesta inolvidable es una comedia, el estado general de confusión y caos que va creciendo durante la película hasta su descontrolado final tiene algunas similitudes con la tragedia que vivió Argentina esta semana. En el caso de nuestro país, también todo sucede a partir de una confusión fatal, un error de análisis tan arraigado en el debate local que de tanto escucharlo resulta imposible separar lo cierto de aquello que es falso. “Tanto nos mintieron, que ya no podíamos distinguir lo que era verdad” es la frase inicial con la que el camarada Legasov arranca la serie sobre el desastre de Chernóbil.
En Argentina, la confusión a la que me refiero tiene que ver con entender la relación entre dos variables claves para los argentinos: el dólar y la inflación. Si le preguntamos a cualquier persona en el país, diría sin dudarlo que es una verdad de Perogrullo que un salto cambiario implica un salto inflacionario. Tan evidente y cristalina resulta esta conexión, que se da por sentado que la mejor política para combatir la inflación es sostener el tipo de cambio. Cueste lo que cueste. Aunque ello implique paralizar la economía; aunque ello implique una crónica escasez de dólares (porque a los exportadores se les paga menos de lo que valen sus productos), o incluso si contener el dólar le abre la puerta a un esquema de corrupción que engrose mil o dos mil millones de dólares al año.
La reestructuración de la deuda que salvó a la república
Sin embargo, permítanme dudar y sugerir una interpretación alternativa para esa relación. Imaginemos por un instante que no existiera relación alguna entre el tipo de cambio y los precios, sino que ocurre otra cosa: que la emisión monetaria provoca un aumento generalizado de los precios, entre los que está el dólar. Si ese fuera el mecanismo, encontraríamos por cierto una relación entre la inflación y los saltos del dólar, pero sería similar a la que existe entre la inflación y el costo de otros bienes, sean estos servicios, tomates o la cuota del colegio. Bajo esta interpretación alternativa, un salto del dólar no genera inflación, sino que una política de emisión monetaria genera tanto inflación como un aumento en el valor del dólar. Podemos observar que ambas se mueven juntas, pero no porque una cause la otra, sino porque ambas son la resultante de un causante común.
Más aún, podríamos pensar que cuando la gente anticipa que la inflación va a subir, busca refugio en el dólar, lo que provoca que el dólar aumente antes que la inflación futura. Esto refuerza la idea que el dólar causa la inflación, porque en la práctica la inflación surge después de la suba del dólar, pero la inflación no es una consecuencia de esa suba, sino que ambas son el producto (aunque el dólar reacciona de manera más instantánea) de la emisión futura.
Falta entender la relación para los argentinos: el dólar y la inflación. Un salto cambiario también es uno inflacionario
Entender cuál de estas teorías es correcta es fundamental a la hora de planificar cómo abordar la situación actual. En un caso, se deduce que la política adecuada es aguantar el dólar a cualquier costo, con controles, restricciones o lo que haga falta. Lo importante es evitar una devaluación porque esta causa la inflación. En la otra interpretación, lo importante es ofrecer un marco de previsibilidad a la política monetaria, esperando que esa previsibilidad alcance para contener el dólar (y el resto de los precios).
Pongamos un ejemplo para que quede claro cómo la diferencia de enfoques genera distintas propuestas para el problema. Según la primera interpretación, el dólar soja permitiría reducir la inflación ya que, al generar ingreso de dólares, ayuda a mantener anclado el valor del dólar oficial. En la segunda interpretación, el dólar soja solo genera más inflación, ya que comprar a 300 pesos lo que se vende a 220 genera una emisión monetaria, con cada dólar que compra el Central, que alimenta la suba de precios.
Sin embargo, determinar cuál de estas dos opciones es la correcta no debería ser una cuestión de “opinión”, sino que deberíamos recurrir a los datos de la economía para dilucidarlo. Quienes creen que el tipo de cambio es una consecuencia de la emisión y no del dólar podrían apuntar a lo que viene ocurriendo actualmente: el tipo de cambio oficial se retrasa, pero la inflación se acelera. Aunque otras experiencias ayudan a evaluar mejor la cuestión. Durante la primera mitad de 2002, saliendo de la convertibilidad, el tipo de cambio se movió más de 200% y la cantidad de dinero, un 45%. Los precios, un 33%. Durante el gobierno de Néstor Kirchner el dólar se movió 9%, la cantidad de dinero (neto del crecimiento económico), un 76%. Los precios un 68%. Durante los dos mandatos de Cristina Fernández de Kirchner, el tipo de cambio se movió 200% y la cantidad de dinero, algo más de 500%. Los precios 500%. Como podemos observar, resulta bastante evidente que el tipo de cambio se mueve con la emisión monetaria y no con la variación del tipo de cambio.
Que persista en Argentina la creencia de que la devaluación es inflación es un tanto curioso, ya que implicaría que el dólar siempre valdría lo mismo en relación con a los precios domésticos. Sin embargo, si algo sabemos los argentinos, es que el dólar se mueve a bandazos y, por momentos, está carísimo y por momentos regalado. De hecho, Argentina es uno de los países del mundo donde menos se mueven juntos los precios y el dólar. Sin embargo, a pesar de toda esta evidencia, seguimos pensando que es el movimiento del dólar lo que genera la inflación. Como dijo Margaret Thatcher, “nada es más obstinado que un consenso de moda”.
En el final de La fiesta inolvidable, la trama entra en un caos de espuma, accidentes y dislates. A medida que toda la organización colapsa, los invitados bailan y sonríen, dejándose llevar por la locura circundante. Hrundi le pone buena cara al fiasco y no se hace responsable del descontrol. Si el Gobierno sigue creyendo que la única forma de controlar la inflación es atrasando el tipo de cambio mientras le da a la maquinita con el dólar soja o con adelantos del Central, lo único que logrará es terminar como en La fiesta inolvidable. Solo que, mientras en el Gobierno bailan y sonríen, como Hrundi, al resto de los argentinos se nos habrá aguado la fiesta.
*Profesor plenario Universidad de San Andrés, profesor adjunto Harvard Kennedy School, profesor honoris causa HEC París y expresidente del BCRA.