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La devaluación de la palabra

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Normas. Hay una batalla dialéctica para no llamar a las cosas por su nombre. | cedoc

“La primera víctima cuando llega la guerra es la verdad” fue la frase con la que se recuerda al senador Hiram Johnson (Estados Unidos), en 1917. Años más tarde, el entonces primer ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill, le dio un giro al concepto: “en tiempos de guerra la verdad es tan preciosa que debería ser protegida por un guardaespaldas de las mentiras”. Ambos advertían sobre un mismo síntoma: en la urgencia por obtener resultados, no hay reparo en medios. La palabra se convierte en un instrumento más, divorciándola de su significado, reinterpretando textos o manipulando información y estadísticas con apariencia de precisión.

La economía y en particular su variante argentina, puede mostrar muchísimos ejemplos en la materia. Al ya conocido laboratorio social en el que se han probado teorías y políticas descendidas de escuelas doctrinarias en pugnas, se le agrega la batalla dialéctica por no llamar a las cosas por su nombre o desviar la atención mediante la esgrima verbal para no reconocer realidades palpables para la ciudadanía de a pie. Flaco favor no solo a la construcción en democracia de una política de Estado sino también para los profesionales de una disciplina con pretensión de ciencia dura.

La UIF le reclamó a los bancos que pidan documentación a clientes que quieran dolarizarse

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La última versión de esta especie fue la disposición de la Unidad de Información Financiera (UIF) por la cual los bancos, aseguradoras y agentes bursátiles solicitarán, además, documentación tributaria a los clientes que quieran dolarizar sus portafolios de inversión. Rápidamente se lo etiquetó como una vuelta más al cepo cambiario que desde hace dos años se utiliza para no sincerar muchas de las variables. Es como si el problema mayor, en este caso la escasez de reservas por el drenaje continuo de dólares, podría minimizarse si se lo deja de mencionar. No es la primera noticia en ese sentido. Desde noviembre de 2019 se vienen aplicando diferentes medidas para restringir el acceso al irónicamente llamado “Mercado Único y Libre de Cambios”. Se acotaron las cuotas mensuales para la compra del “dólar ahorro”, se le puso un impuesto para encarecer dicha compra pegándose al concepto de “solidario” (otra palabra devaluada) y como no alcanzó, un anticipo al impuesto a las ganancias con devolución. También se prohibió el acceso a asalariados cuyos empleadores habían cobrado algún tipo de auxilio, se alargaron períodos de autorización para importar, se cancelaron la compra en cuotas de pasajes al exterior y la tasa de estadística (sic) sigue erigiéndose en una muralla más a la importación. En la práctica, esconde una devaluación encubierta con un fenomenal impuestazo a exportadores de bienes y servicios e importadores de capital.

El Banco Central puso énfasis en facilitar información e incluso estandarizó los resultados de la encuesta Relevamientos de Expectativas de Mercado (REM) que proyecta resultados muchas veces nada complacientes para la autopercepción oficial. Sin embargo, hay dos ítems que hoy son clave para el diseño de un instrumental que debería estar accesible: el nivel de reservas líquidas y la cantidad de depósitos en dólares en los bancos. La primera cifra se la esconde detrás de los niveles brutos, o sea sin netear los encajes bancarios ni las deudas contraídas. Una ilusión monetaria que el mismo BCRA no toma en cuenta y solo sirve para avisar que allí hay un problema. El otro, muestra la confianza de los depositantes en el sistema bancario: que sus dólares estarán cuando lo soliciten ya que son depósitos a la vista. A partir de marzo, en un escenario de no-acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) serán escrutadas casi a diario para evitar medidas más drásticas de control.

Hay dos datos claves: el nivel de reservas y la cantidad de depósitos en dólares de las cuentas

Quizás una semilla de esta divergencia entre la realidad y lo que se dice de ella ya cumplió 20 años en estos días: la devaluación asimétrica que siguió a la ruptura de la convertibilidad, que ya estaba al borde del KOT. Para compensar la devaluación inicial de 1 a 1,40, se generalizó el uso de subsidios en algunos servicios; para aliviar a los deudores en dólares (casi todos), pesificó su deuda. Para no trasladar a los costos, se indujo a las empresas de servicios a congelar tarifas y plantear sus diferencias en el Ciadi, con éxitos rotundos para ellas en el mediano plazo. Y para con la promesa presidencial de Eduardo Duhalde de que “el que depositó dólares, recibirá dólares” se la cambió por un bono a 10 años, el Boden 2012. ¿Y el corralito? Mutó en “corralón”. Se dijo que era el precio a pagar por volver a crecer. Claro, en otra frase que lo trascendió, Duhalde aventuró que estábamos “condenados al éxito”. ¿Podremos comprobarlo?