Lo sorprendente, en estos tiempos, no son los cambios, sino la velocidad en que estos se producen.
Cuando Stephen Hessel publicó su pequeño manifiesto ¡Indignaos!, fue una suerte de prólogo al escenario que, en España, un año después, se estableció en las plazas el 15M. Tal vez el acontecimiento más importante de las últimas décadas, ya que, de algún modo, la asamblea ciudadana actualizaba aquella idea que planteó Bertolt Brecht: “El gobierno debe elegir un nuevo pueblo”.
En las calles de Francia en estos días se escenifica el descontento general que ha tenido como vértices la movilización de la izquierda a través de La Francia Insumisa, con su líder Jean-Luc Mélenchon y la flamante Nobel de literatura Annie Ernaux y la huelga general del martes.
La rebelión de los «chalecos amarillos» de 2018 tuvo la singularidad de ser un movimiento emergente, inédito, espoleado por una carga súbita de los impuestos a los combustibles. Se trataba de miles de integrantes de los sectores medios que en su día debieron abandonar la ciudad por la imposibilidad de sostener el coste que implica el mantenimiento económico de un grupo familiar en las grandes urbes europeas. La subida de los combustibles dificultaba sus movimientos ya que, en la periferia, lejos de los grandes ciudades y cautivos del automóvil, se recortaba su movilidad.
La crudeza del descontento de los “chalecos amarillos” puso sobre la mesa una de las claves de los nuevos tiempos. Aquellos insumisos de clase media, articulados por la asamblea, tuvieron que negociar con un artefacto también inédito en la Quinta República: un presidente sin partido. Es decir, un movimiento sin líder y un líder sin aparato.
Ampliación del campo del mercado
Hoy la cuerda su vuelve a tensar sobre un país en el que la turbopolítica erosionó a los conservadores, refugiados de algún modo detrás de Emmanuel Macron, y al socialismo, un tótem político del sistema francés. De los socialistas solo queda la Fundación Jean-Jaurès a la que asiste financieramente el Estado francés; la sede emblemática del partido en la calle Solférino, en el corazón de la Rive Gauche, la tuvieron que vender. Paradoja: la futurista sede del Partido Comunista Francés diseñada por Oscar Niemeyer aún funciona como tal.
En Italia, a lo largo de los 80 años de la república se han sucedido 70 gobiernos. El de la fascista Giorgia Meloni será el siguiente con una particularidad: además de las decenas de gobiernos, finalmente se han disuelto todas las representaciones democráticas tradicionales y queda un Ejecutivo con dos formaciones de extrema derecha y el partido de Berlusconi, que no es lo mismo, pero es igual.
Las elecciones italianas de 1996, en las cuales la izquierda le arrebató entonces el poder a Berlusconi, se reflejan en la película Abril de Nanni Moretti. En el transcurso de la narración nace el hijo de Moretti y en la noche de la jornada electoral, el director se mezcla con su Vespa en la manifestación de coches que, ondeando banderas rojas, celebra la victoria. Moretti grita. “¡Cuatro kilos doscientos!”. El peso de su hijo al nacer. Leyó bien la historia y eligió una consigna posible.
En estos días se celebra en España el triunfo del socialismo en 1982, cuando Felipe González consiguió su primera victoria. Gobernaría 14 años ininterrumpidos. Hoy, además, se observa el rol de la socialdemocracia, ya que las crisis del covid-19 y la guerra de Ucrania vuelven a poner a prueba al mundo, pero en especial al continente, y el aparente regreso a Keynes, frente a la austeridad impuesta a partir del 2008 por el crac del capitalismo financiero, y reclaman un giro. Pero la crisis es severa y el impulso de medidas sociales debe contener las demandas de un crudo invierno que ya llega.
La inflación, la posible recesión y el recorte energético enfrentan a las propuestas progresistas con las aventuras reaccionarias que detrás de Italia, acechan no solo a los países del sur sino a buena parte del continente con la impensable Suecia incluida.
Cuando ganó su segunda elección José María Aznar al frente de la derecha en España, Vázquez Montalbán escribió que ante diez años de gobierno conservador valoraba que por lo menos Felipe González supiera quién era Brecht y de que en su fuero interno reconociera que el capitalismo a veces se pasa. “Diez años –escribió en 1999–; casi toda mi esperanza de vida. Toda mi esperanza de historia”. Murió en 2003.
*Escritor y periodista.