Cuando parecía que todo se entorpecía, y crecían los interrogantes sobre la posibilidad de votar el proyecto de ley presentado por el Ejecutivo –para aprobar el préstamo con el FMI–, aparecieron los racionales de uno y otro lado, y lograron evitar la catástrofe del default.
Aparecieron Sergio Massa, Juan Manzur, Elisa Carrió, Gerardo Morales, Mario Negri y Luciano Laspina.
Massa ordenó los tantos en el Congreso, conversó con propios y extraños, e hizo de puente con el Ejecutivo mostrando que el mejor acuerdo es el acuerdo posible. Manzur, congregó a los gobernadores, habló con empresarios y gremialistas y tuvo toda la paciencia del mundo, para explicarle a los diputados la importancia de votar en positivo. Reconozcamos que el Ejecutivo fue, por lo menos, audaz al pretender que la oposición votara un proyecto que lo hacía responsable de todos los males económicos del país, y además, que asumiera como propio el programa económico del Gobierno. También fue un modo de explicarle a los propios porqué se llegó a esta situación.
Pero el kirchnerismo no compró y hubo que salir a buscar los votos de la oposición. Final feliz; solo se votó el permiso al endeudamiento y cada cual debe soportar en el recinto que le enrostren ser el culpable de los males nacionales.
Nosiglia y Carrió fueron actores importantes en las sombras por el lado de Juntos, mientras el gobernador Morales ponía la cara y asumía responsabilidades. Carrió fue la primera en llamar a la responsabilidad republicana a la oposición. Nosiglia advirtió al macrismo que se había equivocado en el gobierno y que era hora de encontrar acuerdos con el peronismo.
La pregunta ahora es cómo sigue esto al interior de los dos grandes frentes electorales. El Frente de Todos muestra públicamente contradicciones difíciles de resolver. El comunicado de La Cámpora y la interpretación de la situación que hizo Cristina en su video, explicando que la presencia del FMI siembra y genera violencia son prueba de ello. Más allá de las formas habrá un antes y un después en el Frente de Todos y aún queda el capítulo del Senado que no termina de escribirse.
La distinta concepción respecto a la responsabilidad del Gobierno entre optar por asumir deuda u optar por el default es una grieta de la que no se vuelve.
Echarle la culpa a Martín Guzmán como hizo La Cámpora es echarle la culpa a Alberto. Por el lado de Juntos, esta vez triunfó la idea de evitar cuanto peor mejor y el ala macrista debió aceptar el acuerdo con el Gobierno. Pero allí conviven distintas concepciones y se les suma el problema Javier Milei. Hoy en una primera vuelta electoral el caudal electoral del libertario lleva a Juntos al segundo lugar electoral, calcándose un escenario similar al de 2015 cuando Daniel Scioli ganó la primera vuelta y finalmente Mauricio Macri fue presidente por menos de 2 puntos.
Esta situación está obligando a sectores de Juntos a buscar endurecerse, creyendo que con ello podrá tomar votos del libertario.
Esto pone en jaque la idea de Horacio Rodríguez Larreta de que para gobernar exitosamente es necesario acordar políticas con el peronismo. El equívoco surge de pensar que el electorado de Milei es la emergencia de un fenómeno de derechas y no un emergente del rechazo a la dirigencia política.
Lo cierto es que quienes hoy lo apoyan lo ven como un distinto, un diferente al político tradicional, un desafiante. Aman el anarquista que dice ser y no el liberal que es.
Máximo Kirchner también ve el fenómeno de la crisis dirigencial, pero él ya es parte de ella. Inversamente surge la pregunta de si el peronismo puede gobernar sin buscar acuerdos con la oposición.
Argentina está mostrando que los sectarismos no conducen al buen gobierno, que el empate tensionado que venimos soportando, entre fuerzas políticas que logran éxitos momentáneos en el ejercicio del gobierno, no logran resolver sus problemas estructurales.
La pregunta que más de un actor de la política debe estar haciéndose es de quién es más distinto, si del adversario político o del aliado circunstancial.
*Consultor político.