COLUMNISTAS
UN TIEMPO NUEVO

Las instituciones liberales

Hay una interpretación equivocada de las encuestas, cuando dicen que la mayoría rechaza a los políticos. Eso es cierto, pero no significa que, en cada provincia, el gobernador y los legisladores elegidos hace pocos meses no son populares. Muchos de ellos no son conocidos a nivel nacional y los rechazan cuando están en ese colectivo odioso de “los políticos”, pero representan bien a su electorado. Sumado, el respaldo local de los gobernadores tiene más peso que el de Milei, sobre todo si ellos son los que defienden a la gente en contra del ajuste del gobierno nacional. Por lo demás, los mandatarios provinciales saben que, si no se unen, pueden ser atropellados por un entusiasmo mesiánico que parece incontrolable.

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| Pablo Temes

Hasta la primera Revolución Industrial, la riqueza y el poder estaban concentrados en manos de reyes y religiosos por la gracia de Dios. Con el maquinismo aparecieron empresarios que podían generar recursos con su propio trabajo y aparecieron subversivas ideas liberales que decían que el poder está en el pueblo.

En 1776 se fundaron los Estados Unidos, cuya Constitución anunció que se formaban por voluntad de “we the people”, estableciendo un gobierno laico en el que no participaban nobles, ni líderes religiosos. En 1799 se produjo la Revolución Francesa, que terminó con la monarquía, instaurando una democracia.

Nacieron las instituciones liberales.

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Los ilustrados nacieron luchando en contra de la autoridad absoluta y pretendieron que no gobiernen iluminados.  Dividieron el manejo del Estado en tres poderes independientes, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, para que se controlen mutuamente y no se pueda instalar una tiranía. Creían que el poder menos concentrado, defiende a la gente de los extravíos de los dirigentes.

Terminado el monopolio de la verdad, surgió una sociedad pluralista, en la que distintos partidos, representantes de variados intereses, se alternan en el poder, según lo que decide la mayoría de los ciudadanos. La democracia supone que se respete la separación de poderes, la vigencia de las instituciones y las minorías.  Quienes ganan las elecciones deben garantizar los derechos de los que perdieron, para que puedan disputar el poder en igualdad de condiciones.

El Presidente insulta todos los días a alguien, a todo lo que se mueve

En América Latina, superada una etapa inicial en la que existieron los imperios Brasileño, Mexicano y algunas ideas monárquicas como las de Belgrano, que pensó en entronizar en el Río de la Plata al inca Juan Bautista Túpac Amaru, casi todos los países optaron por la República. Argentina nació federal: se formó por una alianza de provincias autónomas, de las cuales la última en asociarse al estado federal fue la de Buenos Aires.

En dos siglos de independencia nuestros países adquirieron distintos grados de complejidad. Colombia, México, Chile, Brasil, Uruguay, mantuvieron democracias estables en las que se desarrollaron élites políticas más sofisticadas. Argentina, Perú, Ecuador, Bolivia experimentaron una historia conflictiva en la que se alternaron gobiernos democráticos con dictaduras militares. Desarrollaron élites desiguales con dirigentes preparados y otros más improvisados.

La primera Revolución Industrial ayudó al enriquecimiento de la Argentina.

El desarrollo de los barcos a vapor y de los frigoríficos permitió que el país exportara una enorme cantidad de carne y granos, lo que le convirtió en una de las economías más prósperas del mundo.

En el siglo XX se sucedieron en el poder el radicalismo que defendía tesis republicanas y, desde la década del 40, el peronismo, que promovía la justicia social. Ambos se alternaron con gobiernos militares, que periódicamente ponían en orden una economía que se alborotaba con el manejo de los civiles.

Durante un siglo ningún gobierno que no sea peronista pudo completar su período, por la oposición de los sindicatos.  Hasta que en 2018 Mauricio Macri terminó su mandato constitucional, se había instalado el mito de que los únicos que pueden gobernar la Argentina son los peronistas.

En el 2018 ganó las elecciones Alberto Fernández, quien presidió un gobierno multicéfalo que condujo al peronismo y al país a una crisis profunda. La economía explotó, los sindicatos permanecieron paralizados, perdieron las elecciones muchos gobernadores de provincias tradicionalmente peronistas.

En la sociedad de internet está instalado que es necesario el cambio.

Desde las elecciones de 2011, que ganó CFK, el país se ha dividido en dos mitades

La palabra no significa mucho, pero ha servido por igual para que ganen las elecciones Pedro Castillo en Perú, Gustavo Petro en Colombia, Jair Bolsonaro en Brasil, Donald Trump en Estados Unidos. En la Argentina ayudó para que gane las elecciones Javier Milei, quien se ha convertido en una figura mundial, justamente, porque es el dirigente que más representa lo distinto.

En la campaña adelantó que quería hacer un cambio radical del país, que lo pagaría “la casta”, los políticos que habían gobernado los últimos cien años. En la primera vuelta obtuvo el 30% de los votos, frente al 37% de Sergio Massa. En la segunda vuelta le apoyaron los electores que rechazaban al gobierno de los Fernández y alcanzó el 56% de los votos.

En cuanto asumió el poder, redactó una ley ómnibus y un DNU con los que cambiaba cerca de seiscientas leyes referidas a todos los órdenes. Pidió al Congreso que lo apruebe en el plazo perentorio de un mes.

En la democracia contemporánea no hay otra experiencia, en la que un Presidente haya decidido, en las primeras semanas de su período, cambiarlo todo con una sola ley, sobre todo si cuenta solo con una pequeña minoría en el Congreso, su partido no gobierna ninguna de las 22 provincias, y no tiene inserción en las organizaciones sindicales, sociales, de artistas, de científicos y otras que conforman el tramado de la sociedad.

Su única fuerza es el respaldo de la opinión pública, que en todos lados es efímero.

Alberto Fernández llegó al 70% de aceptación, que le duró un año, al igual que casi todos los presidentes latinoamericanos elegidos en estos años. Iniciaron su período con un gran apoyo y se desplomaron a los pocos meses, a pesar de no haber tomado medidas que afecten la vida cotidiana de la gente, como las que ha tomado Milei.

El actual ajuste económico es el más dramático de la historia argentina. La inflación es peor que la que había antes, los precios suben sin control y los salarios no. Mucha gente está perdiendo el empleo. En esta sociedad lúdica la paciencia se acaba rápidamente. Varias encuestas independientes que he podido revisar, dicen que el Gobierno está perdiendo apoyo. Espero tener pronto un estudio propio para saber lo que puede pasar en prospectiva.  

El apoyo al Gobierno no se incrementará porque baje la tasa de inflación o porque cualquier dato de Excel evolucione favorablemente. La gente busca siempre resultados concretos. Su problema no son las cifras de los economistas, sino las angustias y alegrías cotidianas de su familia y de sus hijos. Si no sienten que mejoran se pondrán en contra del Gobierno.

La sociedad del espectáculo

En un contexto como éste, las esperanzas de que venga inversión extranjera se debilitan. Los empresarios buscan incrementar sus ganancias, van a países que ofrecen estabilidad para sus capitales. Invierten en la China comunista, porque es poco probable que en seis meses asuma un presidente que reemplace a Xi Jinping, y lance una ley con seiscientos artículos que vuelva al país al maoísmo. A quienes nos dedicamos a hacer estudios sobre distintos países, lo que nos preguntan siempre es si el gobierno en funciones terminará y si, cuando eso ocurra, sus políticas seguirán, o se producirá un cambio.  En el gobierno de Mauricio Macri, cuando se esperaba que lleguen las inversiones, muchos empresarios dijeron que iban a esperar, para ver si se consolidaba para invertir.

Lo que ven los inversionistas en la prensa internacional no es alentador. En las pantallas se ven imágenes de “masivas protestas en Argentina en contra del Gobierno”, se sabe que el Presidente dice que el Congreso es un nido de ratas, se anuncian paros sindicales, las reformas propuestas por Milei no se aprueban en el Congreso, y si se aprueban, parece que la Justicia puede anularlas, todos los políticos se acusan mutuamente de corruptos. Nadie en sus cabales puede invertir en un país con esas características.

Una de las razones para el rechazo al kirchnerismo y a los políticos, fue que la gente sintió que se dedicaban a pelear entre ellos por intereses y cuestiones personales, y no a solucionar sus problemas. En estos setenta días, el Gobierno se ha comportado como político. El Presidente insulta todos los días a alguien: artistas, abogados, sindicalistas, científicos, universidades, a los que ganan las elecciones en Boca, a todo el que se mueve.

Los agravios a los legisladores y a los gobernadores son personales, hacen difícil un retorno al diálogo. Hay una interpretación equivocada de las encuestas cuando dicen que la mayoría rechaza a los políticos. Eso es cierto, pero no significa que, en cada provincia, el gobernador y los legisladores elegidos hace pocos meses no son populares. Muchos de ellos no son conocidos a nivel nacional y los rechazan cuando están en ese colectivo odioso de “los políticos”, pero representan bien a su electorado.

Sumado, el respaldo local de los gobernadores tiene más peso que el de Milei, sobre todo si ellos son los que defienden a la gente en contra del ajuste del gobierno nacional. Por lo demás, los mandatarios provinciales saben que, si no se unen, pueden ser atropellados por un entusiasmo mesiánico que parece incontrolable.

Parece que la estrategia del Gobierno es la de aislarse.

No tiene sentido atacar de manera tan violenta a personas respetables como Alejandro Borensztein o a Ricardo López Murphy. Menos todavía insultar a artistas reconocidas y combatir el apoyo del Estado a las actividades culturales y festivales.

No se trata solamente de conseguir que se apruebe una ley en el Congreso, por un voto conseguido con presiones y dádivas. Desde las elecciones del 2011 en que Cristina Kirchner ganó en una sola vuelta con el 54%, a Hermes Binner con el 17%, en todas las elecciones posteriores, el país se ha dividido en dos partes casi iguales. Macri le ganó a Scioli en la segunda vuelta por 51% a 49%; Fernandez a Macri en una vuelta por 48% a 40%; Milei a Massa en la segunda vuelta por 56% a 44%.  Aunque se logre la mayoría en el Congreso ¿cabe que las reformas queden firmes, sin ningún diálogo con los representantes de la mitad de la población? ¿No será posible que pronto vuelva al poder el peronismo y promulgue un DNU con seiscientos artículos anulando todo lo dispuesto por Milei?

Vivimos una ola de paros que se incrementará, organizada por sindicatos, piqueteros, movimientos sociales y vienen los más peligrosos movidos por gente autoconvocada, cuya vida cotidiana se ha convertido en un infierno.

* Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.