La renuncia de Martín Guzmán cayó en un momento que pareció elegido para dar algo qué decir, no sólo a la prensa, sino a esa platea formada por usuarios de redes siempre pendientes de la agenda pública. Fue una renuncia que ratificó, junto a otros hechos, la debacle del gobierno iniciada tras los cinco minutos de gloria en los que Alberto Fernández fue visto como un cuidador dispuesto a todo para que sobrevivamos a la pandemia. Pero en el limbo de la virtualidad, la salida del ministro y las horas de incertidumbre que precedieron a la designación de Silvina Batakis fueron un sustancioso alimento con el que saciar almas aburridas o, probablemente, inhabilitadas para salir a divertirse el fin de semana por falta de presupuesto.
La salida del ministro fue un sustancioso alimento con el que saciar almas aburridas
Como un clásico de estos tiempos en los que poner el cuerpo es menos frecuente que hacer anuncios, armar debates o maldecir rivales en Twitter, el poder ofrendó a sus votantes y detractores la posibilidad de especular en torno a las razones, de arriesgar nombres para los reemplazantes, de conspirar y de marearse girando en falso sobre un montón de dimes y diretes. Los influencers y autoerigidos analistas políticos que han venido a suplir, en un marco más decadente y reducido, a los programas políticos de televisión que décadas atrás miraban millones de argentinos, parecían exaltados por la posibilidad de lucirse reflexionando sobre el nuevo capítulo del culebrón nacional. Porque lo que la política tiene para brindar, en la medida en que la crisis se profundiza sin salida a la vista, es ni más ni menos que eso: una suerte de culebrón protagonizado por estrellas que no brillan ni alumbran. Internas, rivalidades, peleas, tuits, reconciliaciones, designaciones, más tuits, alianzas, ruptura de esas alianzas, discursos sin propuestas superadoras y más tuits. Un culebrón que, oportunamente emitido durante el prime time del fin de semana, se convirtió en un plan más barato que ir al teatro o a tomar tragos a un bar, menos desafiante que una cita amorosa, más dietético que juntarse a comer asado y más adrenalínico que una maratón de Netflix. Migas que la política deja caer y que corremos a buscar con la desesperación del que sabe que no va a caer otra cosa.