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Las vueltas de Enoch Soames

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Hace cien años, Henry Maximilian “Max” Beerbohm (1872-1956), caricaturista, escritor y dandy, publicó su libro Seven Man, que incluía uno de los cuentos más inteligentes y desoladores de la historia de la literatura: Enoch Soames. (Enoch Soames figura en la Antología de la literatura fantástica de Borges, Bioy y Ocampo). El cuento es otra versión del mito fáustico aplicado a la ambición por la pervivencia del nombre propio que infecta el alma de algunos escritores (y a veces arruina sus obras).

Su protagonista, Enoch Soames, es un poeta menor amigo del propio Max Beerbohm, que es el narrador de la historia. Afectado por la falta de repercusión de su obra, por la falta de repercusión crítica y pública de su obra, Enoch Soames acepta una propuesta del diablo y le vende su alma a cambio de la posibilidad de viajar al futuro y averiguar si su figura y su obra adquirieron otro relieve en el curso de los siguientes cien años. Es decir, cambia la posibilidad de una inmortalidad celestial por una hecha de la hojalata del prestigio o del éxito. Hecho el pacto, Soames es trasladado en el tiempo y pasa una tarde del 3 de junio de 1997 en la sala de lectura del Museo Británico, y allí se entera de que sus libros se han vuelto nada, menos que polvo: y él mismo, su propio nombre, aparece mencionado solo como el del protagonista de un cuento escrito por Max Beerbohm, y titulado Enoch Soames.

La civilizada crueldad de esa narración infinita como cinta de Moebius, la condición disuasoria de su moraleja, ofrece las delicias de su conclusión. Porque nadie, absolutamente nadie, recordaría hoy a Max Beerbohm (salvo Luis Chitarroni, virtuoso exhumador), si no fuera por su magnífico cuento sobre lo ilusorio de la duración y lo contundente de todo fracaso.

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(Nota para un cuento futuro a ser leído en el 2119: el lector solo sabrá quién es el diablo porque lo menciona Enoch Soames en uno de sus poemas.)