Que estamos en un cambio de época, queda claro, que la velocidad de los cambios es increíble también, en 38 años, la radio fue la única transmisión oral de las noticias, seis segundos tarda hoy, en llegar una noticia y minutos en recorrer el mundo, cambia todo cambia, pero la Plaza sigue siendo la noticia, como lo fue un 25 de mayo en 1810 y lo seguirá siendo.
La inquietud, es traducir esto en resultados, en leer que se está pidiendo, qué se quiere lograr, quién lo busca y para qué se busca.
Se trata de pensar, de leer, de interiorizarse y asesorarse con quienes han estudiado para ello, pero por sobre todas las cosas, de no actuar, sin medir las consecuencias, sin evaluar los impactos de mis acciones.
Los cambios son necesarios y se tienen que producir, sabiendo siempre qué es lo que quiero modificar, sabiendo cuál es mi objetivo a lograr, interpretando quién es el destinatario de mis decisiones, pensando qué impactos traerá esa transformación y quizás sea un deber el pensar siempre por dónde empezar a producirlo.
Por lo dicho, no se debe interpretar que el planteo es quedarse, quieto o callado, solo de tratar que lo que deseemos modificar, sea lo más efectivo posible, haciendo una exhaustiva lectura de lo hecho, de lo transcurrido y de lo que estamos y estaremos transitando.
Pero si no se indaga, si no se visualiza, qué, cómo, quién y dónde es el cambio, si no se da tiempo para estudiar las consecuencias, si no se lo diferencia, es algo que yo necesito, es algo que se está necesitando o hablo por alguien que todavía no puede visualizarlo o expresarlo, el reclamo es disruptivo, es violento y se transforma en ataque, en una declaración de guerra, entonces, quizás el cambio, pierde el destinatario, el objetivo y se corre el riesgo de que parezca más una provocación, y no una búsqueda de modificación.
No se puede gritar, si antes no tenemos la capacidad de escuchar, no se puede imponer, porque el hombre no nace para ser esclavo, debo cuidar mis palabras, si no, quedo rehén de ellas, debo saber qué estoy reclamando.
“Ahora y en cien años más, las cosas van a ser igual…”, dice la letra de una canción, pero si no queremos que sea igual, si lo que de verdad queremos, es de ser libres para elegir, para decidir, debo trabajar para esa libertad, minimizando siempre el menor daño, que no puede ser nunca, callando a un otro.
Si queremos tener una sociedad sin violencia, debemos cada uno hacernos cargo, de lo que hacemos, de que estamos cambiando la cultura, que desde ya comenzó siempre, en forma tenue y que se fue paulatinamente, acomodándose a nuevos horizontes, no podemos perder la coherencia de nuestros actos, no puedo jamás para ser yo, inhibir o marginar a otro.
Pero el cambio vino para quedarse, pero también para tener la oportunidad de diferenciarnos, debemos reflexionar, no se destierra la rabia, matando a los perros, la rabia hay que erradicarla, con estudios y sin provocar más daño de lo que ello ha causado, se trata de sentarnos a plantear proyectos sustentables, posibles, a pesar de lo imposible, todo cambio hablado, fue más fructífero, si la propuesta suma, es más impactante, si se escuchan todas las voces, menos sujetos dejo afuera, si se estudia focalizando la demanda, es más económico y más eficiente el resultado, seguro es un tema que globaliza, pero también que particulariza, o sea debo hacerlo tangible, desde el conocimiento, no hay enemigo, cuando la causa es noble, no hay oposición, ni resistencia, cuando lo que se busca es necesario, no tengo que temer, pensar en diferentes recursos, que tal vez, emergen de quien no me lo imagino.
Nadie busca, ser humillando ocultando a otro, porque de lo contrario, pierde fuerza lo que estoy buscando, corre riesgo de confundirse con una moda o de que no se entienda el reclamo, por ello es necesario sentarnos a trabajar, en estos tiempos y que nos encuentre esperanzados, de tener mucho más para dar, que para perder.
*Decana de la Facultad de Psicología y Psicopedagogía USAL.