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Los planes cruzados de Alberto y Cristina

El acuerdo con el Fondo, además de hacer más previsible financieramente al país de los próximos cuatro años, marcó el comienzo de la campaña presidencial para el oficialismo.

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Vice. Prepara un nuevo portador sano de cristinismo como candidato 2023: Wado de Pedro. Su problema es que, tras cuatro años de AF, el truco habrá perdido efecto. | AFP

El acuerdo con el Fondo, además de hacer más previsible financieramente al país de los próximos cuatro años, marcó el comienzo de la campaña presidencial para el oficialismo.

El Gobierno ya tiene su primer candidato. No solo porque se lo anticipó a Jorge Fontevecchia hace tres meses, sino porque Alberto Fernández asumió en los hechos la necesidad de enfrentar a su principal socia y a sus eventuales herederos.

De aquella entrevista de diciembre (en la que tomaba distancia política y económica de la vicepresidenta), lo que siguió fue la construcción de un peronismo no cristinista como su apoyatura electoral para el próximo año.

Interna

Los debates en el Congreso y la oposición minoritaria de Cristina y Máximo Kirchner sirvieron para explicitar el armado político del Presidente: gobernadores e intendentes partidarios, los grandes gremios, la mayoría de los movimientos sociales y líderes K que antes eran incondicionales cristinistas, como Jorge Ferraresi, Agustín Rossi y Aníbal Fernández. Además de la tercera pata de la alianza oficialista: el massismo.

Esa construcción le alcanza para posicionarse internamente como el “candidato inevitable” del oficialismo.

Pero no para ganar una general.

Antes, lo espera una pelea interna en la que podría tener que enfrentarse (con o sin PASO) a un candidato de su vice. Porque Cristina también está en campaña, pero es consciente de que ni ella ni ningún dirigente que esté asociado a su apellido o a la polarización tendría chances de ganar.

Su difícil objetivo es crear un nuevo candidato que parezca un portador sano de cristinismo (un nuevo Alberto). Para enfrentar al actual mandatario o, al menos, para demostrarle que lo puede hacer.

Wado de Pedro trabaja para convertirse en ese “candidato moderado”. En la práctica, es el camporista que más dialoga con empresarios, periodistas y políticos de todas las extracciones.

En noviembre, uno de sus asesores le preguntó a un experto en comunicación: “¿Cuál sería la mayor fortaleza de Wado si decidiera a candidatearse?”. La respuesta escrita fue: “Su mayor fortaleza es su mayor debilidad: sus problemas de tartamudez”. El ministro ya asumió que esa dificultad genera empatía en sus interlocutores y que será una herramienta, no explícita, de campaña.

Su apoyo al acuerdo con el Fondo, contrario a Cristina y Máximo, fue considerado como un triunfo del albertismo. Aunque cerca del Presidente interpretan que es parte de la construcción de esa candidatura moderada y que estuvo acordado con su jefa.

La votación en el Congreso marcó el comienzo de la campaña en el oficialismo. Ni él ni ella desean enfrentarse. Pero quieren que el otro crea que lo pueden hacer. Él tiene una chance y un peligro: la inflación.

El problema para el cristinismo es que, en 2023, el truco del candidato moderado comandando el frente electoral va a estar gastado.

Ya se sabe que el formato de presidente catalizador de tensiones, como el actual , genera una gestión tortuosa del Estado. Y, en todo caso, para eso ya está el original.

El desafío, tanto para el cristinismo como para el peronismo, es cómo –aun ganando la interna–, convencerán a una mayoría para que los vuelva a elegir. Y cómo, si no lo logran, se quedarían con el premio consuelo de gobernar la provincia de Buenos Aires.

Duelistas

Si del Presidente dependiera (y pese a los incontables mensajes de las últimas horas de sus más íntimos), él no rompería con Cristina.

Ella ya dejó escrito en la “carta documento” de 15 páginas tras la votación en Diputados que el Gobierno entregó la soberanía económica al FMI. Pero aceptaría que algo peor que eso sería que en 2023 regresara el maldito neoliberalismo conducido por alguien al que pueda condicionar menos que a este jefe de Estado.

Él nunca se imaginó que sería tan difícil convivir con ella, pero piensa que sin sus votos la reelección estaría más lejos. Evalúa que si termina su mandato con un crecimiento del PBI de entre 6% y 10% (entre 4 y 6 puntos este año y de 2 a 4 puntos el que viene) será muy superior al poco más del 0% anual del segundo período de Cristina y del PBI negativo en más de 4 puntos que dejó Macri. Con un correlato similar en los índices de pobreza y desocupación. Y con la pandemia en el medio.

Pero la realidad, y la percepción de la realidad, es más compleja que las cifras de un Excel. Tras diez años de crisis, el supuesto crecimiento que podría mostrar la macro para 2023 no garantiza que para la mayoría sea un éxito. Porque no garantiza que eso derrame rápidamente sobre sus bolsillos.

Esto es: que los números de la economía de AF terminen siendo mejores que los de CFK y MM le permitirá ser el mejor candidato del oficialismo para un próximo mandato. Pero no serán suficientes para vencer si no consigue otro valor distintivo.

Su chance, y su gran problema, se llama inflación.

Inflación

Macri decía que controlar los precios era sencillo, pero es un problema histórico, que explotó entre los gobiernos de María Estela Martínez de Perón y de Raúl Alfonsín (pasando por la dictadura), con incrementos anuales de más de tres dígitos. Y después, salvo el período de Menem-Cavallo y el de Kirchner-Lavagna, el país siguió con aumentos de dos cifras anuales, con picos de más del 50% en 2019 y 2021. Desde 2007 hasta hoy, la inflación fue de 6.000%.

Terminar 2022 con otro 50% y una cifra similar en 2023 puede servir para licuar los gastos del Estado y cumplir con las metas fiscales. Pero no para mejorar la calidad de vida de las personas ni para ganar una elección.

Los think tanks que trabajan cerca del oficialismo y de la oposición tienen recetas perfectas para enfrentar la inflación. Muchas se aplicaron con pobres resultados (la emisión cero del macrismo coincidió con uno de los picos históricos de inflación), y la de la convertibilidad terminó tan mal que tiene pocos defensores, aunque hay quienes imaginan un regreso aggiornado y monetariamente más flexible.

Las medidas antiinflacionarias en ciernes no parecen muy distintas de las que hasta ahora se probaron. Por qué ahora deberían funcionar.

Es cierto que hay medidas económicas puntuales que, por sí mismas, pueden despertar expectativas negativas o positivas. Pero es raro que haya políticas de largo plazo que funcionen si no están dadas las condiciones de confianza que las acompañen.

¿Puede existir un plan antiinflacionario efectivo que no se base en un consenso amplio? ¿Qué tan duradera y exitosa puede resultar una mesa de negociación entre empresarios y sindicalistas para trazar precios y salarios que se realice sobre el volcán de las internas oficialistas y opositoras?

Oportunidad

Como está dicho en exceso en estas columnas, no creo que sea posible ni un plan exitoso contra la inflación, la desocupación ni la pobreza que no sea suscripto por la representación política de una amplia mayoría social.

Después de alimentar por más de diez años la desconfianza en el otro, la grieta es lo suficientemente profunda para que nada de lo que proponga un solo lado sobreviva sin que sea boicoteado por el de enfrente.

Sin un acuerdo de largo plazo será imposible regenerar la confianza, y sin confianza no habrá crecimiento sustentable.

La aprobación del acuerdo con el FMI puede ser un primer paso. Lo que parecía, fue: hay más coincidencias entre los moderados del oficialismo y la oposición que entre las palomas y los halcones de cada sector.

La diferencia es que los opositores lograron neutralizar a quienes, como el ex presidente, creían que no se debía apoyar un plan que estiman de cumplimiento imposible. Mientras que los oficialistas no pudieron hacer lo propio con quienes, como la ex presidenta, decidieron no apoyar un plan que también consideran imposible.

Igual, no deja de ser llamativo cómo fue menguando el poder cristinista en esta década, reducido a 28 votos en Diputados y 13 votos en el Senado.

Faltando poco más de un año y medio para las PASO, los principales candidatos tienen la oportunidad de extremar las diferencias dedicándose a exaltar los errores de los demás para posicionarse mejor.

O entender, con la misma lógica con la que se aprobó el acuerdo con el Fondo, que a nadie le va a servir gobernar sobre las ruinas de la inflación y la pobreza.