Gane quien gane, el próximo 10 de diciembre deberá generar un inmediato shock de confianza para transitar un mandato en paz hasta 2023. Mauricio Macri lo necesita para recrear las expectativas económicas, demostrando que hará desde el primer día de su segundo periodo lo que no supo o no pudo concluir durante los primeros cuatro años.
Alberto Fernández tendrá que responder frente a quienes lo votaron urgidos por la situación económica y creen que el kirchnerismo es la solución para una justa y rápida redistribución de la riqueza.
El escenario en el que asumirá el futuro presidente será muy distinto al contexto en el que asumieron los anteriores. Macri-Kirchner. En 2003, Néstor Kirchner representaba, en sí mismo, la expectativa de lo nuevo frente a la crisis de 2001 y los políticos que encarnaban el fracaso de la vieja política.
Cuatro años después, Cristina simbolizó la continuidad de una gestión económica con índices de crecimiento anual del 8%. El primero de sus mandatos, pese al desgaste que empezaba a sufrir el kirchnerismo, generó un PBI promedio de 3,5% y llegó a la reelección impulsada por ese resultado y con el halo de viuda reciente del fundador de ese espacio.
Cada uno tiene un plan de acción poselectoral. Pero necesitan generar un shock de expectativas positivas.
Macri inició su gestión sobre los restos de la crisis dejada por el segundo mandato de Cristina (0,4 % de crecimiento promedio anual del PBI, inflación creciente, pobreza del 30%) y el agotamiento de un estilo que doce años atrás parecía novedoso, pero que en 2015 daba claras señales de decadencia. Como Néstor Kirchner en 2003, Macri representó la expectativa de lo nuevo, una fórmula en la que la gestión aparecía por encima de la ideología y los CEOs encarnaban la honestidad y la eficiencia económica.
Diciembre de 2019 va a ser extremadamente diferente porque quien vaya a asumir la presidencia ya quemó expectativas positivas en el pasado. Macri cargando en sus espaldas con una primera gestión que cerrará con una caída promedio anual del PBI cercana al 1% y una inflación acumulada de alrededor del 160%.
Alberto Fernández porque corporiza doce años de kirchnerismo que concluyeron en medio de crisis económica, cepo cambiario, falseamientos estadísticos, corrupción y la corrosión del relato épico. No habrá plan económico que funcione si quien esté al mando del país a fin de año no logra generar ideas fuerza que recreen la confianza social.
El problema que enfrentan es que uno se llama Macri y el otro Kirchner (Fernández + Fernández = Kirchner) y el 60% de la sociedad tiene una mala imagen de esos apellidos.
Fernández + Fernández = Kirchner
El desafío de ambos es convencer de que en su nuevo gobierno, el futuro será mejor que el pasado que cargan a cuestas.
No tendrán mucho tiempo para hacerlo. Ya no habrá 100 días de gracia. Es probable que el nuevo presidente apenas tenga hasta el último día de este año para construir la esperanza de que algo nuevo, y mejor, estará por comenzar.
Uno y otro dicen ser conscientes de ello.
El plan M. “Hicimos lo que se necesitaba, no lo que queríamos”, resumen en el Gobierno lo que fue este primer mandato. Y, sin entrar en el debate de si lo que se hizo estuvo bien o mal, aceptan que las primeras semanas del nuevo mandato serán claves para demostrar acción.
Hablan de una reforma previsional que haga sustentable un sistema jubilatorio en el que cada vez hay menos trabajadores activos aportando por cada pasivo; y de una reforma laboral que apunte a generar nuevos puestos de trabajo y una rápida incorporación al mercado formal de empleados en “negro”, la que vendría acompañada de un blanqueo laboral para los empleadores.
Algunos economistas cercanos al oficialismo impulsan una fuerte baja de impuestos (con la variante de que sea sólo para sectores puntuales como la construcción o la energía, o se trate de un alivio impositivo general) que movilice un shock de inversiones y consumo.
La eventual pérdida de recursos del fisco que eso generaría en una primera etapa, sería compensada con alguna ayuda excepcional del exterior: del FMI o del mismo gobierno de los Estados Unidos, se esperanzan.
Sobre el FMI, muy cerca del ministro Dujovne anticipan que son altas las posibilidades de extender los plazos originales previstos para el pago de la deuda.
Lo dicen de tal forma que dan a entender que esa puerta ya está abierta. El país le debería pagar US$ 57.000 millones hasta el 2023: postergar esas obligaciones por una década sería el objetivo de máxima.
Piensan en medidas económicas. Se equivocan si creen que podrán generarlas sin consensos políticos.
El plan K. Si esta finalmente será la política a seguir con el Fondo, no se distanciaría demasiado de lo que Alberto Fernández piensa hacer si gana.
El ex jefe de gabinete de los Kirchner entiende que sería imposible un nuevo default, pero piensa que el FMI comprendería una postergación consensuada de los pagos.
Por otro lado, los economistas que hoy se mueven cerca suyo ven difícil que la cotización del dólar se siga dejando librada a los vaivenes del mercado.
Lo dicen en general, pero también porque creen que un gobierno de Alberto “en un comienzo puede recibir presiones de adentro y de afuera” para desestabilizarlo económicamente. Explican entonces la necesidad de desdoblar el mercado de cambios, con un precio destinado a las importaciones de determinados bienes y otro (más alto) para el turismo o el ahorro. La de Alberto Fernández es la tradicional mirada peronista que entiende que “en un país en el cual el consumo representa más del 70% del PBI, es imprescindible revitalizar el mercado interno”.
A diferencia del macrismo, tanto la reforma laboral como la previsional son temas tabú en este espacio, pero no así la alternativa de una baja de impuestos en algunos sectores compensada por una suba de impuestos en otros “a los que le va mejor”. Están hablando del campo y de aplicar nuevas retenciones a las exportaciones agrícolas.
Los más optimistas de uno y otro lado señalan que la sensación térmica de la economía actual, contaminada por la campaña electoral, no necesariamente refleje a la Argentina de fin de año.
Se ilusionan (sobre todo los macristas, pero también ciertos kirchneristas que empiezan a aceptar la responsabilidad de que les puede tocar gobernar) con un diciembre con la inflación debajo del 2% mensual, mejores precios relativos de la economía que en 2015, un dólar aún competitivo, déficit cercano a cero, superávit comercial y un próximo superávit energético.
Pueden pecar por exceso de optimismo.
Aún llegando a un fin de año más prometedor, habrá una nueva decepción si el próximo presidente no muestra pronto que lo que hará será distinto, y mejor, de lo que ya hizo.
Hacer política. A esa importante porción de la sociedad que está decepcionada con unos y otros, le deberán demostrar rápido que algo verdaderamente nuevo está por comenzar.
Se equivocan si piensan que sólo con medidas económicas lograrán reconstruir expectativas positivas. Lo tendrán que hacer con política. Llegarán al poder tras unas elecciones generales en las que ganarán consiguiendo no mucho más de un tercio de los votos.
Gobernar apoyados en un núcleo duro teniendo enfrente a una mayoría social potencialmente opositora, siempre fue complicado; pero para quienes ya vienen con un importante desgaste de poder, puede ser demasiado complejo. Van a necesitar acuerdos, sentarse a dialogar, olvidar el relato bobo de que el otro es la encarnación del mal o aceptar al menos que habrá muchos que no lo son.
Y lo tienen que empezar a hacer desde ahora, dejar de dinamitar puentes. Porque no tendrán tiempo de reconstruirlos para cuando lo necesiten. Que será pronto.
Quizá es pedir demasiado en plena campaña electoral.
Pero todo será poco en comparación a lo que nos espera.