En un plano estrictamente cotidiano, prosaico si se quiere, todos sabemos que existen buenas personas y malas personas (y que lo más común, lo generalizado, es ubicarnos más bien entre una cosa y la otra; oscilar, zigzaguear, combinar, contradecirnos; recorrer en todo caso un espectro de variantes matizadas entre los dos polos rotundos). Lo pienso como una simple constatación empírica, algo usual en la vida ordinaria. ¿No conocemos, acaso, a personas marcadamente generosas, solidarias, bien dispuestas, muy dadas a ayudar y compartir, a tomar en cuenta a los otros, a dar lo mejor de sí? ¿Y no conocemos, acaso, a personas marcadamente mezquinas, venenosas y envenenadas, recelosas, hirientes, dañinas, muy dadas a trepar serruchando pisos, pisando cabezas, arrasando a los demás?
Entiendo las objeciones al así llamado “buenismo”, me resultan incluso convincentes. Y otro tanto me sucede con las objeciones dirigidas a lo que se percibe como “superioridad moral” (aunque me parece que esa fórmula se banalizó como latiguillo vacuo y se empezó a usar un poco para cualquier cosa, perdió sentido y sustancia). Entiendo esos cuestionamientos y en principio los comparto; sobre todo si me remito a mis lecturas de Friedrich Nietzsche, a la Genealogía de la moral especialmente. Al encuadrarse el bien y el mal en términos de relaciones de poder, se los despoja conceptualmente de su ambición de trascendencia y se los inscribe tanto mejor en el plano de las formas de lucha. Así aprendimos a precavernos de las trampas del moralismo, de sus imposturas y sus encerronas, de sus atajos y sus falacias.
Me pregunto, sin embargo, si las críticas a la “superioridad moral”, legítimas en diversos casos, no sirven también a menudo para tachar posiciones políticas y anular discusiones posibles, toda vez que quien asume una determinada posición política, a menos que se trate de un cínico, lo hace porque la supone ventajosa y preferible. Y me pregunto si las críticas al “buenismo”, legítimas en diversos casos, no sirven también a menudo como coartada de los miserables, subterfugio de cretinos, salvoconducto para canallas. Advierto que hay una maniobra equívoca en el suponerse siempre bueno, creerse siempre del lado del bien. Pero no por eso deja de haber en el mundo buena gente y malos bichos, macanudos y jodidos. Y no veo por qué convendría prescindir de una distinción primordial entre una cosa y la otra.