En mayo de 2018, el presidente Trump decidió retirar a su país del acuerdo nuclear con Irán alcanzado por EE.UU. con el grupo 5+1 (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas) y Alemania, que había sido firmado en julio de 2015, tendiente a limitar los desarrollos nucleares realizados por el gobierno de Teherán y colocarlos bajo control de la Agencia Internacional de Energía Atómica. El eje del acuerdo era que la comunidad internacional levantaba las sanciones económicas a cambio de una reducción significativa de las reservas iraníes de uranio enriquecido y su capacidad para producirlo.
Según el presidente norteamericano, el acuerdo no había servido para modificar el comportamiento de Irán y, por lo tanto, de manera unilateral, reimpuso sanciones económicas a Irán. Los otros firmantes del acuerdo, sobre todo los europeos, han intentado en los últimos 12 meses encontrar una forma de revivir el acuerdo.
Washington, a inicios del presente mes, decidió dejar sin efecto las excepciones referidas a la compra de gas y petróleo iraní que había establecido a los fines de que los compradores internacionales pudieran seguir comerciando con Teherán sin ser sujeto de sanciones. Y ha agregado sanciones a aquellos que compren productos minerales. La medida tiene por objetivo limitar lo máximo posible el comercio exterior de Irán para así disminuir sus recursos y provocar el regreso de Irán a la mesa de negociación.
Desde Irán, y luego de varios meses de silencio diplomático fruto más de divisiones internas que de otra cosa, se ha optado por presionar a los países europeos para que hagan uso de sus capacidades y logren una modificación de la postura de los Estados Unidos. Lo que resulta claro es que ni Europa tiene posibilidad real de hacerlo y mucho menos de llevar adelante tal movida diplomática bajo presión iraní. Resulta inaceptable, tal como lo ha señalado oficialmente Federica Mogherini, la representante de la Unión Europea para la política exterior y de seguridad.
En cuanto a los Estados Unidos, la política de máxima presión, diplomática, económica y hasta militar, no ha dado resultado frente a Irán. Ha dejado sin incentivos a los sectores iraníes propensos a la negociación y ha fortalecido a los sectores menos dispuestos a llegar a algún acuerdo. Por si esto fuera poco, el presidente Trump debe mostrar algún resultado antes del inicio de la campaña presidencial para justificar su política.
Da la sensación de que unos y otros se han movido más por motivaciones de política interna que con una estrategia a largo plazo. Sin ofrecer zanahorias, solo amenazas. Algo que pocas veces da los resultados esperados.n
*Director del Programa Ejecutivo sobre Medio Oriente Contemporáneo, de la Escuela de Política y Gobierno de la UCA.