Hasta fines el siglo XX, cuando se registraban ciertas explosiones cuya luminosidad se veía desde la Tierra, los astrónomos creían que había nacido una estrella. Por eso, llamaron al fenómeno stellae novae, nueva estrella, o nova. En 1975 se pudo estudiar directamente a una de ellas y se descubrió que en realidad se producían no por el surgimiento, sino por la muerte de una estrella enorme que diseminaba sus restos por el cosmos.
Las estrellas mantienen el equilibrio entre dos fuerzas opuestas que actúan en su interior: la de la gravedad que las convierte en un objeto pequeño y denso; y la del caos que fomenta una tendencia a la expansión que, cuando prevalece, produce esa explosión que ilumina el universo y genera nuevos elementos. Las supernovas producen metales más pesados que el helio, con los que se construyen las galaxias, los planetas e incluso nuestros huesos. En realidad, los seres humanos somos un poco de polvo cósmico que no existiría sin estas explosiones.
El estallido de la supernova se produce por el choque entre esas dos fuerzas, gravedad y caos, que pueden convivir miles de millones de años, pero explosionan cuando sus contradicciones se hacen insuperables.
La posesión de Sergio Massa como ministro de Economía fue, para la política argentina, algo semejante a la explosión de la supernova peronista-kirchnerista, en la que convivieron durante la última década el peronismo histórico y la añoranza pop de una izquierda hipostasiada por algunos de sus dirigentes. El peronismo es un fenómeno nacional, que nació fuera de la tradición política de la izquierda y el marxismo. Al contrario, fue desde sus orígenes, hasta el gobierno de Isabel Perón o algo el de Menem, una corriente política de lo que se podría llamar “derecha”. El Partido Comunista Argentino apoyó el derrocamiento militar de los gobiernos peronistas en 1955 y 1976, la izquierda internacional nunca vio al peronismo como a uno de sus integrantes.
Es peligroso producir una gran expectativa si no hay seguridad de cumplirla
En la década de los 70, durante la última etapa del enfrentamiento entre Estados Unidos y la URSS, existió en la Argentina una guerrilla de izquierda, el ERP, y otra peronista, los Montoneros, grupo alzado en armas contra dos gobiernos peronistas de origen democrático, el del General Perón y el de Isabel Martínez.
Cuando llegó la dictadura militar, algunos que después se transformaron en millonarios izquierdistas hicieron fortuna defendiendo a prestamistas y quitando sus propiedades a deudores insolventes, y no dedicándose a la defensa de los presos políticos ni de los desaparecidos. Hablaron de la izquierda solo cuando esto les permitió obtener un barniz moderno, jugar con los restos de la insurgencia y tomarse la bandera de los derechos humanos en medio del caos ideológico de la posmodernidad.
Se formó así la supernova que ahora estalla, en la que habitan todas las contradicciones posibles: peronistas menemistas o formados en la Ucedé; dirigentes con pose progre que reivindicaban el viejo discurso revolucionario mientras se enriquecen a costa del Estado; grupos de izquierda del siglo pasado; otros que reivindicaban al pobrismo medieval, y algunos folclóricos que auspician la desintegración nacional.
Están montados en una calesita en la que todos dan vueltas, ocupando distintos sitios, a veces alabándose, a veces vituperándose, recibiendo nombramientos que les quitan a veces enseguida, aceptando cualquier humillación con tal de no perder el acceso al poder, la figuración y el dinero.
Massa es uno de los dirigentes peronistas más capaces, pero se lo percibe con muy bajo nivel de credibilidad
Se formó un Frente de Todos, con integrantes de todo tipo. Mantenían entre sí contradicciones radicales, mitigadas por una campaña electoral permanente en contra de unos “malvados” creados sobre la base de supersticiones conspirativas.
Ese amontonamiento no fue una coalición estructurada por coincidencias programáticas, sino una hidra que buscaba el poder para cualquiera de sus patas, sin una orientación común. No discutía ideas, sino solamente cómo ganar elecciones, honores, dinero o fama.
Se mezclaron terraplanistas, nuevos ricos, insurgentes arcaicos, choferes, jardineros, secretarios y empleados bancarios convertidos en oligarcas. Financiaron empresas que reparten miles de millones de pesos a una multitud que recibe subsidios, a cambio de participar en caminatas enarbolando banderas en contra del gobierno que les paga, en el que trabajan sus dirigentes. Un footing nac y pop pagado y popular, propio de la posverdad.
Existió unidad mientras contaron con una enorme cantidad de dinero que financiaba el modelo de la anomia general, la revolución auspiciada por las carteras Louis Vuitton. Los más pobres estaban conformes con sus modestos ingresos y los dirigentes vivían como prósperos empresarios estatales, en palacios en los que podían hacer la elegía de la pobreza.
La hora de la contradicción. Cada uno puede creer lo que le venga en gana, pero si en un frente político no existe una coherencia básica, en algún momento estallan las contradicciones y no puede mantenerse el equilibrio entre la gravedad que une a la calesita y el caos que se desata cuando sus ocupantes no quieren seguir dando vueltas y pretenden llegar a algún destino.
En el Frente están el Partido Comunista Revolucionario que defiende al maoísmo, versión estalinista del marxismo que fracasó hasta en sus baluartes de China y Camboya, el pobrismo, ideología medieval que quedó obsoleta con la primera revolución industrial, y algunos jubilados del nacionalismo armado que quieren entregar provincias del sur a unos supuestos mapuches que quieren hacer la guerra a la Argentina.
Por otro lado están gobernadores conservadores, dirigentes sindicales y del peronismo histórico que no plegaron a los militantes de la Orga en 1974 cuando gritaron: “¿Qué pasa, qué pasa, qué pasa, General, que está lleno de gorilas el gobierno popular?”. Y Perón les respondió: “No me equivoqué en la calidad de la organización sindical que se mantuvo a través de veinte años, pese a estos estúpidos que gritan”. Perón estuvo con Rucci, no con sus victimarios.
Fenómenos generados por la tercera revolución industrial, agudizados por la pandemia, pusieron en crisis al modelo. Las expectativas de los pobres se incrementaron. No alcanzan los subsidios. La inflación que provocó el Gobierno los evaporó.
Es natural que los beneficiarios demanden su incremento sustancial y también que sus dirigentes luchen por eso, por miedo a ser rebasados por las bases. La incorporación al seguro social de millones de personas que nunca habían aportado condujo a la miseria a todos los jubilados.
No se puede explotar más a los productores para mantener el modelo. No lo pueden aguantar. Muchas empresas huyen de un país con cargas impositivas absurdas, que proporciona servicios deficientes. La gran mayoría de la población está tan afligida que quiere irse del país para siempre.
La supernova va a explotar porque no existen condiciones objetivas para que pueda seguir existiendo.
Show inédito. En este contexto asume su cartera Sergio Massa, con la ceremonia más rimbombante que se haya celebrado para la posesión de un ministro. Todas las semanas se nombran ministros en el continente, y ninguno tomó su nombramiento con tanto entusiasmo.
Es difícil que Massa logre solucionar los problemas por los que atraviesa el país. Ojalá lo haga, pero a pesar del espectáculo de poder que protagonizó, habrá que ver si Cristina en realidad le entregó el poder.
Técnicamente es peligroso producir una expectativa tan enorme si no existe la seguridad de que se puede cumplir. La potencia de la explosión será proporcional a la de la esperanza que se ha levantado. Cada grupo cree que el país mejorará desde su punto de vista; es imposible satisfacer a todos y puede producirse el caos.
Es difícil que, al mismo tiempo, se incrementen los subsidios, los planes, se pare la inflación, se genere empleo, se atraigan inversiones.
Caos político en la pospandemia
Desde el punto de vista de la comunicación, Alberto está cosechando su falta de preparación y la de su equipo. No manejan el ABC más elemental de la comunicación que se enseña en los primeros niveles de la universidad.
La Casa Rosada envió a la prensa una foto de la entrevista de Alberto Fernández con Sergio Massa que fue un atentado en contra del mandatario. Massa aparece seguro de sí mismo, hablando con un Alberto que luce como alguien que busca empleo. En estas circunstancias no podía distribuirse algo así si hubiese en el entorno del Presidente alguien con la capacidad de filtrar la información. Qué decir de su actuación en la entronización de Sergio, a la que asistió como personaje secundario, solicitando permiso para decir unas palabras y salió por la puerta trasera.
Massa es uno de los dirigentes peronistas más capaces, pero ha instalado su falta de credibilidad con un lenguaje corporal y una estrategia de comunicación equivocados. Desde el punto de vista técnico, no puede ganar las elecciones presidenciales si no soluciona ese problema.
En todas las encuestas aparece como el político con menos credibilidad del país. Si, como es notorio, le ocurre esto durante una década, era hora de que contrate a alguien que sepa del tema, le haga caso y solucione una barrera que siempre le impedirá desarrollar sus proyectos.
Alberto siempre se jactó de ser un sabio que no necesita prepararse ni para los debates ni para nada. Enemigo de la meritocracia, ha sido víctima de la “mediocrecracia”. En los tiempos actuales hay profesionales capacitados a los que hay que recurrir. Lo hacen los principales líderes del mundo. No hay peor ignorante que el que se cree sabio.
Tengo una carrera académica de larga data, pero siempre asisto a seminarios. Cuando doy charlas en las principales universidades del mundo, aprovecho para asistir como alumno a las otras conferencias. Admiré más a uno de los intelectuales y periodistas argentinos más brillantes cuando supe que a pesar de su importante posición estudiaba una carrera en la UBA. Por cierto, en esta semana empezaremos un seminario sobre estos temas en Perfil. Si quiere ser presidente, aunque sea de su condominio, no dude en inscribirse.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.