A los 90 años, Isabel Perón parece un personaje de ficción, la protagonista de una serie de Netflix ambientada en un país exótico. Una bailarina riojana que en Caracas o en Panamá —depende del biógrafo— conoció al general Juan Domingo Perón, derrocado por un golpe militar hacía poco tiempo. Que al lado de Perón transcurre un larguísimo exilio que culmina con el retorno al país y al poder del político que marcó un antes y un después en la Argentina, para bien o para mal. Y que a la muerte del marido lo sucede en la Presidencia ya que había sido elegida como Vice en una elección casi plebiscitaria.
Entre el 1 de julio de 1974 y el 24 de marzo de 1976, Isabelita fue la primera mujer en ocupar la presidencia del país, un hecho inédito también en el continente. Hay consenso en que fue un mal gobierno, pero no tanto sobre las causas de ese fracaso. Buena parte de los historiadores y de los periodistas considera que se debió a la ineptitud y la debilidad de la viuda de Perón, así como a la locura y los delirios del hombre fuerte de su gobierno, su secretario privado y ministro de Bienestar Social, José López Rega.
Cuando digo que es para Netflix, no exagero. Resulta que López Rega ejercía una influencia casi mística sobre la Presidenta por sus prácticas esotéricas.
Es una hipótesis benigna para el peronismo porque lo deja a salvo de aquel fracaso. La ineptitud y la locura no pueden ser atribuidas a ninguna fuerza política.
Prefiero otra hipótesis: Isabel Perón y López Rega encarnaban el ala derecha del peronismo, que intentó tomar el control del Movimiento, el gobierno y el país luego de la muerte de Perón; es la tesis del economista y ex canciller Guido Di Tella en su libro Perón-Perón: “La principal sorpresa luego de la muerte de Perón consistió en que Isabel no asumió ni una posición decorativa ni tampoco una acción que la situara por encima de todas las fracciones en pugna”, escribió Di Tella.
“Por el contrario —agregó—, con pleno apoyo de López Rega y bajo su poderosa influencia, trató de manejar el gobierno y llevó adelante, en forma sorprendentemente enérgica, un programa de derecha, de línea muy autoritaria, que alarmó incluso a las fuerzas tradicionales”.
Ese programa de derecha terminó mal, en parte porque el peronismo era un partido de base sindical y porque rompía con los sectores que aún respaldaban al gobierno. Además, las Fuerzas Armadas debían adoptar un “apoyo tácito” al gobierno, algo que Isabelita y López Rega lograron durante algunos meses, pero no mucho más.
Di Tella detalla el plan, que reproduzco y analizo en mi último libro, Los 70. En política, la calidad del liderazgo es muy importante. Isabelita tenía voluntad y energía, pero era muy inestable y, para colmo, se enfermaba seguido; por su lado, López Rega era oscuro, excéntrico, muy autoritario, poco confiable.
Por qué los ´70 siempre vuelven
El deterioro del gobierno comenzó con las reacciones sindicales, militares y políticas contra un drástico plan de ajuste conocido como “El Rodrigazo”, en “honor” al flamante, y efímero, ministro de Economía, Celestino Rodrigo, que derivó en la expulsión, primero del gobierno y luego del país, de López Rega.
La viuda del general sacrificó a Lopez Rega muy a disgusto. Luego cayó el jefe del Ejército, que fue reemplazado por el general Jorge Rafael Videla; fue otra derrota importante para Isabelita, que siempre desconfió de Videla por su antiperonismo. Hacía bien: en aquel momento, el 28 de agosto de 1975, el golpe de Estado ya estaba en marcha.
Lapidario, aunque exacto fue el cable confidencial del 10 de septiembre de aquel año enviado a su gobierno por el embajador estadounidense, Robert Hill: “El poder político real no reside más en la Presidenta. A esta altura, si se queda como Presidenta o no es una cuestión casi de interés académico. Hay un vacío de poder en el centro y no será ella quien lo llene”.
Isabel Perón cumple 90 años: de vida turbulenta a bajo perfil
Un persistente cuadro de depresión, insomnio, cansancio y disturbios gastrointestinales mantuvo a Isabelita en la residencia de Olivos durante largos períodos en los que permanecía en la cama. Las reuniones de gabinete se hacían en su dormitorio. Afuera, había inflación, desabastecimiento y violencia política: en 1975 murieron 1065 personas por esa causa, de todos los sectores.
Aunque ahora parezca difícil de creer, el golpe que derrocó a Isabelita fue recibido con entusiasmo o, al menos, alivio por muchos argentinos. No sabían que la dictadura sería mucho peor.
La viuda del General fue apresada y así permaneció durante cinco años y cuatro meses a pesar de que —lo reconoció el propio Videla— no había nada serio en su contra: “La Señora —me dijo el ex dictador— llevaba el apellido de Perón y, a pesar de su incapacidad, estando libre podía movilizar voluntades políticas y gremiales contra el gobierno militar. Por eso permaneció presa”.
Luego del golpe, comenzó la etapa de Isabelita que el peronismo, y la política en general, más valora o debería valorar: una conducta casi estoica, de absoluto silencio, sobre todo. Sobre el peronismo, su gobierno, Perón, quiénes ayudaron a su retorno, las guerrillas, los militares, el empresariado; en fin, sobre las distintas fuerzas que protagonizaron las últimas décadas del país.
Es una pena: podría ayudarnos a entender el porqué de tanta decadencia.
*Periodista.