“Yo siempre haré lo que diga el pueblo”, le dijo María Eva Duarte de Perón a la multitud que le pedía que aceptara la candidatura a la vicepresidencia de la Nación para acompañar a su esposo, el general Juan Domingo Perón, en lo que se denominó “la fórmula de la patria”. En su afán de protagonismo infinito, Cristina Fernández de Kirchner apeló a una frase con reminiscencia de aquella pronunciada por Evita el 22 de agosto de 1951: “Voy a hacer lo que tenga que hacer para que nuestro pueblo pueda realizarse y recuperar la alegría”, dijo el viernes en el acto de la Unión Obrera Metalúrgica.
La interpretación de este párrafo deja abierta claramente la puerta a su candidatura presidencial. La incógnita es algo de lo cual los políticos en general y la ex – presidenta en funciones se valen para crear expectativas en torno de sí. ¿Fue este el primer paso del operativo clamor? De ser así, no parece haber sido muy auspicioso.
Su alocución fue desordenada, contradictoria y, por momentos, delirante. La acepción segunda del significado de la palabra delirio que da la Real Academia Española de la Lengua lo define como disparate o despropósito. Eso es lo que representa la adjudicación hecha por CFK al macrismo de estar tras el intento fallido de asesinarla por parte de los integrantes de la así llamada “banda de los copitos”.
A la oratoria de la expresidenta en funciones le faltó el punch de otras ocasiones. La actitud del auditorio –bullicioso y poco generoso en el aplauso– fue un buen termómetro de ello. En verdad, aplaudieron más al secretario general de la UOM, Abel Furlán, cuyo discurso pareció durar una eternidad. Salvo el cantito alusivo a la candidatura de CFK para 2023, la concurrencia demostró no haberse conmovido por su discurso, que fue más corto que lo esperado, una confirmación más de que su perorata distaba de otras que supieron ser más explosivas y, por ende, de mayor impacto.
Les pasó facturas a la CGT, al Presidente y a los movimientos sociales junto con el consabido “¡ah, pero Macri!” cada vez más obvio y, por consecuencia, cada vez menos efectivo. También fue obvia la defensa que hizo de Sergio Massa. De todos modos, hay un detalle interesante para señalar: no pudo hablar de ningún logro puntual de la gestión del ministro de Economía. Solo dijo que Massa “está haciendo un enorme esfuerzo”. Está claro que el ministro es la única opción que tiene el oficialismo para evitar la debacle económica. Esto explica el silencio del kirchnerismo ante las expresiones del viceministro, Gabriel Rubinstein, quien dijo ante la Comisión de Hacienda del Senado que hay que bajar el déficit fiscal y alertó sobre el riesgo de sufrir un proceso hiperinflacionario. En otras circunstancias, CFK hubiese estallado de ira y exigido su renuncia. “En este momento Massa y Cristina son los únicos que pueden respetar un acuerdo de convivencia”, dijo una fuente del instituto Patria. De todas maneras, se sintió el reclamo que le hizo al Gobierno para que les otorgue a los trabajadores una suma fija por fuera de las paritarias, aunque nada dijo acerca de la suspensión de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO). Es una muestra evidente de la contradicción que para ella significa proponer esa medida, que es propulsada por lo más rancio del kirchnerismo. Habló, en cambio, de algo que supo mencionar el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro: el proyecto de eliminar las elecciones intermedias. Esto es consecuencia de las derrotas que el kirchnerismo sufrió en las elecciones de medio mandato en 2009, 2013, 2017 y 2021. A sus “cualidades” de contradictoria, delirante, confusa y poco apegada a la verdad, la expresidenta en funciones debe agregarles otra: la de obvia.
Cada vez que el kirchnerismo no puede ganar en la cancha, intenta cambiar de árbitro o modificar las reglas del juego. En vísperas de un año electoral, esta actitud reviste mayor gravedad.
También resulta obvio el intento de despegarse de su propio gobierno. CFK detesta a su criatura política y reconoció que las decisiones “hay que evaluarlas en el momento en que fueron tomadas”. Más claro, agua. Despegarse del Gobierno para culpar de todo a AF es el plan evidente que se ha puesto en marcha.
En la oposición hacen todo lo posible para darle vida futura al proyecto kirchnerista. Peleas, exabruptos, personalismos y traiciones están a la orden del día. “Con el cabaret opositor y emprolijando un poco los números de la economía tenemos todas las chances para 2023. Ni hablar si la jefa decide postularse”, dijo un reconocido kirchnerista del ala dura.
Efectivamente lo que está ocurriendo puertas adentro de Juntos por el Cambio es algo que solo se explica por el afán de poder y protagonismo. Hace muy poco tiempo desde el PRO criticaban a los miembros de la Unión Cívica Radical por sacar los trapitos al sol cada vez que embestían contra sus “compañeros” de coalición. Pero el equipo amarillo colapsó internamente y le dio aire al oficialismo.
Una oposición desmembrada que no discute ideas ni propuestas no es garantía de cambio y debería ser consciente de que, sin concordia y sin racionalidad, las chances electorales del kirchnerismo crecen. Si no generan acuerdos sostenidos y muestran madurez política, una parte importante de la sociedad no se lo perdonará jamás.