Tiene la misma mirada, entre perpleja y divertida, de sus personajes. Transmite algún tipo de serenidad y llega a la cita puntualmente. Más allá de los ventanales, algunos potrillos cumplen, junto con sus cuidadores, con el vareo de la tarde. A esa hora reina la tranquilidad en este bar cercano al Hipódromo y, mientras Francella revuelve su café y toma agua sin gas, recordamos las dos temporadas de Los productores y el suceso de Casados con hijos (1 y 2).
—En el caso de “Los productores”, supongo que habrá sido un esfuerzo importante ya que vos nunca habías hecho un musical...
—Absolutamente. Jamás lo había transitado. Yo siempre tuve mucho respeto por el musical porque, en mi vida, nunca había cantado ni bailado. Me encanta la comedia, disfruto mucho haciéndola, pero el tema de poder afinar y entonar... Puntualmente, Los productores tenía un mix de 50% actuando y otro tanto cantando. Pero te explico que lo del canto aparecía de pronto en el medio de una conversación. O sea que había que entrar en tono, con una orquesta en vivo y si le errabas era una pesadilla. Entonces, trabajé mucho. Durante varios meses ensayé haciéndolo y al final me gustó. Ya los mismos profesores me decían: “Ya está, Guillermo, ya está. Ya afinás”. Y éste era el objetivo. No se trataba de CANTAR, así con todas las mayúsculas, sino también de divertirme. Yo estaba tan concentrado como un alumno modelo que quiere hacer las cosas bien que me perdía disfrutar de la actuación. No podía divertirme porque estaba pensando, todo el tiempo, en que tenía que entonar correctamente. Al principio todo esto fue bravo hasta que le perdí el miedo (no el respeto), y te digo que me encantó. Fueron 400 funciones.
Francella es tan profesional que, habiéndolo visto el día del estreno y, un año más tarde, el espectador lo encuentra en el mismo nivel de excelencia.
—Honestamente, desde la platea, siempre diste una sensación de gran seguridad. Cómodo desde el primer instante...
—Tal vez era así para la gente pero yo me daba cuenta de que me estaba faltando algo y creo que eran las horas de vuelo. Nunca me ha gustado poner el piloto automático pero disfruto de la obra sin estar tan pendiente de la nota musical con la que tengo que entrar. Te confieso que eso me paralizaba. Estuve durante 7 meses con profesores 3 veces por semana. Para la coreografía fueron tres meses.
—¿Por qué le tenías tanto miedo?
—Porque yo había hecho un ciclo de humor (Poné a Francella) en el que bailaba en la apertura y el cierre y, como era medio pata dura, le tenía un miedo... Lo grave, para mí, era el canto. ¡Hasta dejé el cigarrillo! Fumaba poco pero ahora, como un tonto, lo he retomado. En fin, por ahí vos, como espectadora, no lo notabas pero a mí me faltaba divertirme. Me faltaba que se produjera ese “clic” del “ya está”. El propio director musical, Gardelín, me decía: “Yo voy con la melodía y vos entrá”. Recuerdo que, en el ejercicio previo con un piano, él tarareaba “la, la, la, la...” y, por ahí, a la novena vez, yo embocaba de casualidad no porque el oído lo hubiera entendido. Luego, finalmente, el oído lo entendió y allí, aunque cayera un rayo, yo entraba con la nota.
—Lo que es notable, también, es que vos televisivamente jugás mucho con la expresión, tus ojitos azules, etc., y en el teatro después de la fila 15 todo eso no se ve demasiado. Sin embargo, la magia funcionó...
—Es cierto. Fue así. También te digo que nos ayudó mucho el texto de Mel Brooks. Delicioso, una locura. La química que se dio con Enrique (Pinti). Fueron muchas cosas. Las dos asignaturas pendientes que había eran, por una parte, que Enrique pudiera actuar con alguien ya que en los monólogos tiraba solo hacia delante y no tenía que vincularse con un compañero. El mismo lo decía. Y, por mi parte, el escollo era lo del tono que no existía para Enrique. Nos ayudamos mucho mutuamente. Yo, colaborando en la actuación y él, ayudándome mucho con las notas, los tonos. “¿Afiné bien, Enrique?” y él me señalaba: “Te fuiste un poquito de tono...”. Yo no me daba cuenta por qué hasta que, después, capté todo y fue más sencillo.
—¿En este 2007 vas a volver con “Casados...”?
—No, mirá, con Casados con hijos hicimos dos temporadas...
—¡Un exitazo!
—La verdad que sí. Además, hacer el formato me gustó mucho. Mirá, son dos decorados. Seis actores. No hay exteriores. Textos deliciosos para decir. Entonces, al actor le gusta transitar por todo esto. Son textos inteligentes. Fijate en la crueldad, la ironía. Es una esgrima verbal permanente. Los personajes carecen de hipocresía y se dicen todo en la cara. Para mí, que la gente se haya identificado tanto fue muy bueno pero después de dos buenas temporadas no hay una tercera.
—¿Por qué?
—Ya no hay libros. Los originales creo que fueron 150. Nosotros extendimos bastante con Diego Alarcón, un muy buen adaptador y autor que logró plasmar ese disparador que ellos tenían con nuestro humor local.
—Exactamente, ¿cómo es el tema? ¿Vos comprás una serie, pongamos “Casados...” y tenés que ajustarte permanentemente al original como en “Amas de casa desesperadas”?
—Me parece que lo que ocurrió con Amas de casa... no es exactamente lo mismo. A nosotros Sony nos exigía plasmarlo tal cual pero podíamos, al comprar los derechos, contar con una traducción que no fuera literal. No quisimos que fuera literal y me parece que eso es lo que ocurrió con Amas de casa..., donde incluso parecería que se marcó un determinado tipo de actuación. Nosotros no queríamos eso. Sony estaba todos los días en el canal mirando y observando pero, al ver lo que se generaba con la misma letra de ellos y adaptándola a lo argentino, aceptaron nuestra impronta. Nuestra autenticidad. Evitamos la copia. Fijate que si yo hubiera copiado a la familia original de Casados..., no hubiera caminado. Ellos lo actúan de otro modo. Tienen un trazo más negro, de una acidez que aquí no hubiera gustado. Advertimos que no hubiera provocado la respuesta que, luego, tuvo nuestra versión. Por ejemplo, los chicos son muy diferentes a los de la versión original...
—¿En qué rasgos?
—Son mucho más locales aunque siempre con la letra de ellos. No sé exactamente qué sucedió con Amas de casa... pero fue el comentario de todos nosotros. Al verlo, consideramos que le falta algo para el espectador argentino. Fijate que son todos brillantes actores pero tienen una perfección que nos es ajena. Algo lejano a lo que nos ocurre en la realidad. Lo he hablado mucho con Adrián (Suar) y me decía que era una exigencia. No sé cuánto tenía en común con las exigencias de Sony pero ellos, al ver lo que pasó, primero con La niñera y luego con Casados... nos soltaron la mano y nos dieron un voto de confianza. La letra era ésa pero, por ejemplo, mi ira no era la de Al Bunty. Tampoco mis enojos ni mis insultos mordidos. Me parece que esto generó una buena respuesta en la gente.
—¿Desde el primer momento?
—De entrada quizá los espectadores no entendían el código del programa porque en Argentina las familias que se han identificado con las ficciones suelen ser personajes más cotidianos, como gente que vemos todos los días. Más costumbrista. Esta familia, en cambio, es políticamente incorrecta, bastante inmoral y tiene un montón de cosas que terminó por enganchar a todos de un modo masivo.
—¿Por qué pensás que ocurrió eso?
—Creo que es porque allí se muestra lo que a veces se esconde debajo de la alfombra...
—Además, al final del día, te decís: “Bueno, lo que quiero es pasar un buen rato”. Y, por supuesto, disfrutar de buenos actores.
—Creo que es una bocanada de oxígeno. El televidente se distiende y se ríe de un modo genuino. A veces, incluso, se dicen ciertas crueldades mutuas pero con cierta altura. Está muy bien construida. Es un guión con una estructura muy sólida y eso, para un actor, es maravilloso.
—¡Como un esqueleto al que vas revistiendo de carne! Un trabajo superatractivo. ¿Y para este año, entonces?
—Mirá, me preguntaron qué tenía ganas de hacer y contesté que me voy a quedar en Telefe pero tampoco tengo armado “el proyecto”. Seguramente, lo haré en el segundo semestre del año. Están viendo otras sitcom pero tenemos ganas de que amalgamen algo así como un proyecto familiar con chicos, etc. Esto es algo que no abunda. Lo que nos ha llegado trae más bien a matrimonios o a amigos con idiosincrasias diferentes. Hay para eligir. Lo que te puedo confirmar es que en febrero y marzo voy a filmar una película de Rodolfo Ledo con un libro que le pertenece. La producción será de Telefe y Sonofilm, y vamos a hacerla con Dady Brieva. Es una comedia de acción muy bien escrita. Creo que va a andar también muy bien. Ahora estamos en la preproducción con audiciones para los otros personajes. Serán siete semanas de rodaje y confieso que estoy muy entusiasmado. Confío mucho en Ledo. Hace un año terminé de filmar Papá se volvió loco con muy buena respuesta en la gente. Me gusta mucho la manera de filmar de Rodolfo con mucho plano-secuencia, permitiéndole mucho vuelo al actor, sin cercenarlo nunca. A mí, personalmente, eso me trae mucha frescura. Me encanta filmar de ese modo y... bueno, ahí estamos en la gatera viendo qué va a pasar con esa peli.
—¿Te gusta más hacer cine que tele? ¿O preferís el teatro?
—Te diré que el cine es más trabajoso. Yo siempre digo que lo que pesa es el director. El actor debe actuar de acuerdo con lo que el director quiera contar. Además, no tenés una continuidad. De pronto tenés que empezar por la escena 40 y luego volvés a la dos. Eso te exige un grado de concentración muy grande porque después, cuando lo ves en pantalla, notás que algo te perdiste. ¡Dependés tanto del director! Incluso, dependés tanto de cómo lo edite el director. Mirá, por ejemplo, si el director decide editar de manera que te corta una transición que justamente vos querías subrayar, luego en pantalla te ves sin esa transición. Todo depende del director. Es muy frustrante. En cambio en el teatro o en la televisión tenés una mayor libertad. En el cine el director y el actor deben estar muy unidos porque si un director tiene un determinado proyecto y sabe qué es lo que quiere realmente filmar, el actor se tranquiliza y se distiende.
—Claro. Me imagino que si no te transmite serenidad y confianza...
A Francella se le pone seria la mirada:
—Es mortal. Creeme lo que te digo. Un director debe tener la personalidad necesaria para indicarte qué es lo que él quiere. Vos tenés que seguirlo a él y no podés compartir sus indecisiones. Corrés el riesgo de hacer lo tuyo y salirte del contexto general de la película. Filmar es, a la vez, lindo y difícil. Ahora lo estoy disfrutando. Hace unos años me costaba más. Si no compartís un mismo criterio, no es sencillo. Hoy tengo más oficio de cine y esto me ha permitido distenderme más. Me divierto mucho, y eso me gusta.
—Bueno, tu extraordinaria naturalidad (en cualquiera de los tres medios) es muy atrapante para el espectador. ¿Alguna vez te imaginaste que serías tan famoso y tendrías tanto éxito?
—Con lo único que yo fantaseaba de chico era con el hecho de poder vivir de lo que amo y que, justamente, es esto. Vivir al día, como cuando trabajaba en inmobiliaria, bien y feliz. Poder hacerlo en este país, la verdad, te convierte en un elegido. En un primer momento fue una yapa maravillosa y luego, en los tres género, cine, teatro y televisión, todo fue un crescendo. Resultó mucho más de lo que yo soñé. Me siento pleno. Nunca pensé que iba a irme tan pero tan bien.
—¿Cómo eras en la inmobiliaria? Ya te imagino seduciendo a las clientas...
Los ojos azules le chisporrotean:
—Había un poco de eso –admite, sonriente–. Estuve mucho tiempo en ventas: de ropa, de seguros, no solamente de inmobiliaria. Y... sí, había algo de actuación. Esa especie de reciprocidad que significa observar lo que le pasa al otro; convencerlo. O, también, darte cuenta de que no lo estás convenciendo y que tenés que cambiar de táctica. Siempre pensé que la actuación era también convencimiento. Si vos no me creés lo que estoy actuando, es que no soy verosímil. Podés hablar y hablar y, de pronto, darte cuenta de que no has convencido al otro. Quiere decir que te faltó la frutilla para el postre. Cuando reforcé eso, me fue mucho mejor.
—¿En tu familia eras el hijo mayor?
—No. Ricardo es el más grande. Tuve una hermosa familia. Vivíamos en Beccar en dos casas. Me crié en la de adelante con mi papá, mi mamá y mi hermano. Y la otra era la de los abuelos paternos. Fue muy lindo pero con el tiempo me quedé sin abuelos y sin mi padre. A mamá la tengo, divina, por suerte. Es mi gran compañera. Incondicional. Y también sigo siendo muy amigo de mi hermano. La verdad es que fui feliz. Hacía todo tipo de deporte. Fútbol, natación. Una infancia maravillosa rodeada de mucho amor y mucho apoyo para cada cosa que encaraba. Incluso con el teatro ellos me decían: “¿Te gusta tanto? Bueno, entonces, no dejes de hacerlo. Aunque te convendría también buscar algo alternativo... Es una profesión que puede tener muchos paréntesis...”. Y tenían razón. A mí me costó mucho poder vivir de la profesión. También me recibí de periodista en el Instituto Grafotécnico. Como te imaginarás, andaba mejor en el periodismo oral que en el escrito. Me encantaba hacer notas en la calle...
—Yo te imaginaba, más bien, instalado en el cine del barrio donde, en aquel tiempo, daban tres películas...
—También fue así. Me gustaba mucho el cine. Empecé con las películas de cowboys y luego me entusiasmé con las comedias. No tanto con las historias de amor o las bélicas. Tampoco me entusiasmaron las de ciencia ficción y efectos especiales. Te digo que era un amante del neorrealismo italiano. Sordi me fascinaba porque tocaba las dos cuerdas: la comedia y el drama. Todos ellos eran maravillosos: Mastroianni, Gassman, Manfredi, Tognazzi. Me identifiqué siempre con todos ellos. Con su humor gestual...
—Diría que cuando vos entrás en escena en “Los productores” con tu pequeño portafolio...
—Me siento muy identificado con ellos y ¿sabés lo que me gustaba muchísimo de esas películas? En todas había un gran contenido social. Te diré que, hoy, me cuesta encontrar proyectos con esos contenidos. A veces, como actor, uno tiene que apelar a un recurso para lograr que la escena sea efectiva y, a veces, tendría ganas de no hacer nada más que decir esa letra para que produzca el efecto deseado. Los guiones forman parte de una asignatura pendiente en el mundo entero. A veces las películas son exitosas pero cuestionadas por los contenidos. No estoy hablando de películas que le gusten a 14 personas. No. Estoy hablando de películas que han gustado mucho. Las de Campanella, por ejemplo. Me fascinó El hijo de la novia, Luna de Avellaneda. En todas ellas, la cámara tiene algo invisible que trabaja tanto para el actor como para el público... Es la vida. También me gustan mucho Szifrón, Burman, Sorín... Son directores jóvenes que hacen cosas muy lindas y trabajan muy bien. Actuar en esos filmes permite al actor exteriorizar algo diferente con otro tipo de textos. De todos modos, estoy orgulloso con lo que hago. La taquilla que generan mis películas es algo poco visto en la Argentina. Las últimas tres han llevado alrededor de 1.700.000 espectadores a los cines. No hay antecedentes en nuestro cine de que esto ocurra con tanta naturalidad...
—Como una aventura loca, ya que nombraste a Sorín, ¿te hubiera gustado trabajar en “La película del rey”...
—O en Historias mínimas. En fín, siempre pienso en Los nuevos monstruos, en esa escena en la que Sordi lleva a su mamá al geriátrico y, cuando baja del auto, es una viejita minúscula. O cuando el millonario recorre todos los hospitales con un herido y no se lo recibe nadie. Bueno, esas cosas a mí me encantan. Sordi fue un grande pero también la economía actoral del británico Peter Sellers me parece deslumbrante.
Y me permitiría agregar que, a esta altura de los acontecimientos, es muy lindo observar que Francella se emociona y no ha perdido la capacidad de asombro.