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CRECE LA GRIETA

Otra vez La Bonaerense

Fue una rebelión, que iluminó zonas oscuras. El Presidente, lejos del diálogo y cerca de Cristina.

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Hoy, mas que nunca... Codo a codo. Alberto Fernández - Horacio Rodriguez Larreta. | Pablo Temes

La crisis que se desató en la policía de la provincia de Buenos Aires puede ser definida como la crónica de un conflicto anunciado. Para decirlo con todas las letras: fue una rebelión. Como tal, es reprochable. El asedio a la residencia presidencial y del gobernador fueron hechos inaceptables. Fue fuerte ver a miembros de la policía manifestando por las calles al son de bombos y redoblantes. Las imágenes que se vieron en los distintos puntos de la protesta parecían extraídas de uno de los tantos piquetes que forman parte de la geografía política y social de la Argentina.

Dicho esto, es menester analizar la causa de los reclamos. Allí aparece una enumeración de demandas que pasan por la miseria de los salarios del personal policial, la falta de equipamiento –se deben pagar ellos mismos el uniforme–, la falta de entrenamiento, la falta de protección, el calamitoso estado de los patrulleros, y un largo etcétera de carencias.

El detonador del conflicto fue el anuncio del plan de seguridad que hizo el Presidente el viernes 4 de septiembre. Cuando se lo examina en detalle, se aprecia claramente que, en verdad, más que un plan de seguridad de lo que se trata es de un plan de compras. Como tal, le faltó atender las necesidades de un factor clave: el personal policial. “Hay que entender la idiosincrasia del policía. No está del todo cuerdo quien se bate a tiros por un sueldo de 35 mil pesos al mes”, señala con toda crudeza un ex jefe policial.

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Estos reclamos vienen desde hace años. Tampoco hubo mejoras significativas en la gestión de María Eugenia Vidal en la que, más allá del slogan “tenemos que cuidar al que nos cuida”, poco y nada se hizo para mejorar las condiciones laborales y salariales de los policías.

El conflicto desnudó la falta de información y de gestión de Axel Kicillof. Sólo una lectura endogámica de la crisis -algo que abunda en el kirchnerismo- puede hacer creer que el gobernador salió bien parado de este entuerto. Que el problema haya llegado sin escalas a las puertas de la quinta de Olivos habla de las falencias del gobierno bonaerense.     

En un municipio del conurbano gobernado por un kirchnerista de paladar negro, los policías le avisaron de la protesta al secretario de Seguridad, y le pidieron permiso para ir al “sirenazo”.

El silencio de los intendentes peronistas del conurbano fue otro de los datos políticos del conflicto. Ninguno salió a apoyar de viva voz ni al gobernador ni al ministro de Seguridad.

Sergio Berni ha quedado indiscutiblemente dañado por esta crisis, independientemente de lo que se pretenda hacer creer desde las esferas del oficialismo. La relación del ministro con los intendentes kirchneristas del conurbano es cada vez peor. Se lleva mejor con los intendentes opositores. Las diferencias vienen desde hace tiempo y, lejos de zanjarse, se ahondan día a día. “Dice cosas que la gente quiere escuchar pero que nosotros no compartimos”, señala lapidariamente una voz que expresa el pensamiento de uno de los jefes comunales de rancia estirpe K, quien agrega: “En verdad no se sabe cómo se termina de bancar a Sergio, porque él dice que es de Cristina pero uno no sabe hasta dónde. ¿Es orgánico o se corta solo?”

Las mentiras del Presidente. “Fue una jugada a tres bandas. Primero porque ratifica la centralidad de Alberto y le devuelve gobernabilidad, frente a las dudas de los que decían de que no podíamos gobernar; segundo porque ratifica su alianza inquebrantable con Cristina a través de Axel, a quien le da una mano muy grande al resolver el conflicto; y tercero, porque le da un cachetazo a Rodríguez Larreta. Es una jugada arriesgada pero para valorar”.

Los dichos, que corresponden a un colaborador estrecho del jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, describen el ánimo imperante en el Gobierno y sirven para dejar al desnudo las falacias del Presidente. No es verdad que Alberto Fernández sea un hombre interesado en dialogar. En su incesante proceso de kirchnerización ha perdido esa capacidad. Tal como lo hace su jefa, Cristina Kirchner, AF impone.

En política, las formas tienen un enorme valor y hacen al fondo de los asuntos de su concernimiento. Este es un concepto que el Presidente conoce perfectamente, por lo que pudo haber encarado el espinoso tema de los fondos asignados a la Ciudad de Buenos Aires de una manera absolutamente distinta, con clase y jerarquía. Una determinación de semejante envergadura y consecuencias políticas y económicas no se comunica a través de un Whatsapp un minuto antes de ser anunciada. AF pudo haber convocado a Horacio Rodríguez Larreta para hacerle conocer la decisión que estaba a punto de tomar. En esa reunión podría haberle informado acerca de las compensaciones que –según prometió– le dará a la Capital Federal. Sin embargo, nada de esto hizo. Optó en cambio por una decisión tipo manu militari. Así es como hacía las cosas CFK durante sus presidencias. Así es como las sigue haciendo ahora.

Más allá de la validez de la discusión sobre la repartición de fondos entre la Nación y las provincias –vale recordar que María Eugenia Vidal supo presentar un recurso ante la Corte Suprema para reclamar por una reasignación de fondos a la provincia de Buenos Aires– la apertura de este foco de conflictividad entre Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta tiene consecuencias dañinas para la Argentina. Nadie se siente atraído hoy en día a invertir en un país atravesado por este nivel de división política y social. No deja de sorprender que el Presidente no lo advierta. Es por eso que ni siquiera la muy buena noticia del arreglo con los acreedores privados ha podido regenerar un clima de expectativas económicas favorables. Todos los días el Banco Central pierde dólares. Todos los días algún argentino busca irse a probar suerte a otras orillas.  

En el fondo del conflicto entre la Nación y la Ciudad de Buenos Aires, despunta, además, una razón fundamental: desde su llegada al poder, CFK viene desplegando un accionar destinado a dañar a Rodríguez Larreta a fin de perjudicar sus chances electorales ante su eventual candidatura presidencial.

El proyecto de la vicepresidenta es muy obvio: empoderar a Axel Kicillof para hacer de la provincia de Buenos Aires el bastión desde el cual el kirchnerismo pretende alimentar su proyecto político de permanencia indefinida en el poder.

Y para esos fines, cualquier medio es válido, tal como lo decía Nicolás Maquiavello.