COLUMNISTAS
Ferias

Papel y tinta

No sé a vos, Etelvina, pero a mí me gustan las ferias de libros. Y por supuesto y más que ninguna otra, me gusta la de Buenos Aires. Será que me gusta el olor a papel, a la goma que aglutina las hojas, a la tinta fresca.

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No sé a vos, Etelvina, pero a mí me gustan las ferias de libros. Y por supuesto y más que ninguna otra, me gusta la de Buenos Aires. Será que me gusta el olor a papel, a la goma que aglutina las hojas, a la tinta fresca. Pero hay más, claro: si fuera nada más que eso, te vas a una imprenta y olés hasta llenar los pulmones. Lo que hay es que los libros te tironean de todas partes. Vas caminando por los pasillos entre los stands y querés pararte a cada rato porque los títulos te hacen señas y las editoriales te llaman y los autores te chistan y te dicen: “Parate. Mirá. Esperá. Vení a ver. Esto te va a gustar. No te vayas”. Y como una todavía no ha adquirido la ventaja de la ubicuidad, o te metés en todas partes, cosa que es una horrible pérdida de tiempo, o no te parás aquí ni allá ni más acá y te quedás con una sensación de culpa y de vacío que no te digo nada.
La conclusión que yo saco, Etelvina, y de esto hemos hablado muchas veces, es que los libros son poderosos. Buenos, malos, regulares, geniales, mediocres, pero los libros son invitadores. ¿Quién se resiste a hojearlos o a ojearlos? Sostener uno por el lomo y con la otra mano hacer pasar fffffshhhh las hojas sin leer, sin casi mirar, pero con la anticipación del placer que vas a sentir al leerlo. Y cuando por casualidad (sólo puede ser por casualidad, porque hay cada año más gente y más tentaciones y más editoriales y más todo) encontrás algo que hace mucho andabas buscando, sentís que el destino decidió por fin hacerte el favor de tu vida; lo pagás y te vas a tomar un café y a mirarlo de a poco, no a leerlo todavía, pero sí ya a tomar posesión del territorio de letras y signos y guiños que te ofrece. Para todo eso no hay como las ferias de libros.
¿Qué edad tienen los libros?, me pregunto, y me lo pregunto porque son tan sabios, tan completos, tan generosos. No sé. La escritura sí, seis mil años, semana más semana menos, desde las tablitas de arcilla hasta el diario de hoy. Pero, ¿y el libro? Gutenberg, me digo. Pero no, antes de él ya había libros: uno solo de cada uno, pero los había y la lectura era pública y comunitaria. Hoy nos sentamos a leer, en soledad y en silencio y entonces los libros enmudecen, discretos, esperando su turno en los estantes, hasta el próximo.