El brigadier Miguel de Azcuénaga caminó por esos terrenos del brazo de su prima hermana y esposa, Justa Rufina Basavilbaso, verdadera dueña del solar que había heredado de sus padres y que, entonces, quedaba a pasos del Río de la Plata y bastante lejos del Cabildo, a caballo o en carruaje. Don Miguel era el regidor de aquel proto-parlamento colonial, cargo con que lo había premiado la corona española por su desempeño en las invasiones inglesas. Allí, Azcuénaga disfrutó de los pomposos favores virreinales y, allí mismo, decidió convertirse en traidor al menos dos veces: una, cuando se enroló entre los revolucionarios de Mayo; la otra, cuando enfrentó a Cornelio Saavedra desde el morenismo. Podría decirse que la actual quinta presidencial de Olivos estuvo condenada desde el vamos a ser uno de los principales epicentros del gran despelote nacional.
Es cierto que, fallecidos Miguel y Justa, su hijo Miguel José decidió instalar allí un criadero de animales. Pero eso no viene tan al caso.
Cada día más cerca de un Bicentenario que por ahora carece de sentido práctico, Néstor Carlos Kirchner decidió darle a la quinta un lugar que no le dió durante los años en que fue presidente formal. Las cosas están funcionando más o menos así: su esposa y sucesora formula cada vez con mayor frecuencia sus anuncios públicos en el amplísimo quincho (reacondicionado como sala de conferencias) ante gobernadores, intendentes, parlamentarios y empresarios que, inmediatamente después, pasarán de a uno por lo que años ha eran las caballerizas. Ahí están las flamantes oficinas de Kirchner.
A la derecha está la más grande, una especie de ascético Salón Oval, rodeada de otras más pequeñas donde “atienden” Florencio Randazzo, Oscar Parrilli, Carlos Zannini o Juan Carlos Mazzon, principales operadores del armado preelectoral del kirchnerismo. Alguna que otra vez puede ocupar una de ellas Julio de Vido, pero menos.
La primera reunión con los visitantes la encabeza Kirchner. Y la inicia siempre con la misma pregunta:
—¿Cómo venimos en la provincia? –refiriéndose, claro, a las perspectivas para octubre.
Después escucha críticas, quejas y largas listas de necesidades que, sí o sí, serán detalladas en las otras oficinas.
Uno de los últimos visitantes define así el panorama que, hoy por hoy, tiene dibujado Kirchner en la cabeza:
—Buenos Aires, bien pero siempre con luz roja encendida. Córdoba, más o menos. Santa Fe, viendo si (Carlos) Reutemann y (Agustín) Rossi se ponen de acuerdo, o sonamos... Inquietud secundaria, pero inquietud al fin: la Capital Federal.
Territorio hostil si los hay, la pingüinera se desvela por garantizarse un 14 por ciento de los votos porteños, acaso con una candidatura del actual embajador en Nueva York, Héctor Timerman. Descuentan que Gabriela Michetti sería imbatible, pero apuestan a una dispersión entre sectores delimitados de la siguiente manera:
—La “izquierda ordenada”, con Pino Solanas y Aníbal Ibarra; la “izquierda desordenada”, con Vilma Ripoll y Patricia Walsh; el duhaldismo, ya se verá con quién; algún desembarco sciolista, acaso a través de Gustavo Marangioni; y el PJ, dividido entre quienes coquetean con (Mauricio) Macri y los ex fieles a Alberto Fernández, que no va a participar y, ya de vuelta en el redil, se va a concentrar en el armado nacional.
Cada vez que Kirchner habla de conseguir el 14 por ciento en la Ciudad de Buenos Aires, lo miran de reojo o (si hay más confianza) le preguntan si volvió a tomarse unos whiskycitos. Si alguien se atreve a decirle que un 6 por ciento sería un milagro, el hombre lo mira con cara de:
—Dejate de joder.
Cuando dice que ya tienen garantizado el 36 por ciento a nivel nacional, lo cual podría depararles un triunfal 41 por ciento, la mayoría le dice que “sí”, que “claro”, que “bueno, vamos a pelear por eso, Néstor...”.
Convertida en Jefatura de Gabinete, Casa de Gobierno y sede central del Partido Justicialista a la vez, la quinta presidencial tiene a Kirchner ubicado en el centro de la escena, ni bien se apagan los spots en el quincho.
Todos coinciden en que “bajó un cambio” y en que, para él, “2011 queda lejos y cualquiera está en condiciones de ser el próximo presidente”. Todos saben, sin embargo, que se trata de una limosna demasiado grande y desconfían, pese a que ninguno se considera a sí mismo precisamente un santo.
La quinta de Olivos se modernizó mediante dos grandes reformas: la de Prilidiano Pueyrredón en 1833, cuando falbaba mucho para que la habitaran los presidentes; y la de Carlos Menem, que armó allí un inolvidable “polideportivo” y las oficinas que ahora ocupa Kirchner. Pero eso tampoco viene demasiado al caso. O sí.